Amanda Menjívar se emociona al ver las 16 máquinas de coser aún sin estrenar, donadas para que un grupo de mujeres monten un taller de costura y mitiguen los estragos que dejó el huracán Ida en la población de Verapaz, en El Salvador. «Queremos generar ingresos e irnos recuperando de las pérdidas sufridas por aquellas […]
Amanda Menjívar se emociona al ver las 16 máquinas de coser aún sin estrenar, donadas para que un grupo de mujeres monten un taller de costura y mitiguen los estragos que dejó el huracán Ida en la población de Verapaz, en El Salvador.
«Queremos generar ingresos e irnos recuperando de las pérdidas sufridas por aquellas lluvias», explicó a IPS Menjívar, de 26 años, quien coordina el proyecto, todavía en su fase de arranque.
En noviembre del 2009, Ida golpeó trágicamente la región centroamericana, y El Salvador fue la nación más afectada, con un saldo de 200 muertos y 239 millones de dólares en pérdidas materiales, equivalentes a 1,1 por ciento de su producto interno bruto, según estimaciones oficiales.
Verapaz, un municipio de 7. 000 habitantes situado en el central departamento de San Vicente, a 56 kilómetros al este de San Salvador, es el símbolo de la tragedia que dejó Ida a su paso por este país de 6,1 millones de habitantes y el de menor en tamaño del istmo centroamericano.
La acumulación de agua en el terreno por las intensas lluvias en muy pocas horas generó una avalancha de rocas y lodo que bajó desde el volcán Chinchontepec y sepultó parte del municipio, ubicado a sus faldas.
En solo cuatro horas cayeron 355 milímetros de lluvia, cinco veces el promedio previsto para todo el mes de noviembre. Ese fenómeno de precipitaciones inusitadamente intensas responde al cambio climático, coincidieron en su momento expertos locales e internacionales.
Tres años después, la población todavía hace esfuerzos por sobreponerse de aquella catástrofe, que en Verapaz dejó 13 muertos y buena parte de su infraestructura destruida.
«Queremos conseguir contratos del gobierno para hacer uniformes de las escuelas, pero no vamos a limitarnos a eso», dijo Menjívar, animada por la perspectiva de que el taller de costura crezca rápidamente en cuanto comience a operar, una vez que cuentan con las máquinas de coser, donadas por la privada fundación estadounidense Angels Flight.
Pero del ánimo pasa a la crítica: «Lástima que nuestro esfuerzo se reconozca poco, porque aún persiste la idea de que las mujeres somos incapaces de sobresalir, cuando llevamos mucha de la carga de enfrentarnos a todos estos cambios del clima».
En efecto, el trabajo realizado por asociaciones y colectivos de mujeres en adaptarse al cambio climático no siempre es reconocido por parte de la sociedad ni del Estado.
«Se invisibiliza mucho el aporte de la mujer en su lucha por adaptarse el cambio climático y en lograr una mejor justicia climática», dijo a IPS el presidente de la Asociación Nueva Vida, César Artiga. Se trata de una de las organizaciones locales pertenecientes al Llamado Global de Acción contra la Pobreza (GCAP, por sus siglas en inglés).
Como sociedad, agregó, no hay una conciencia clara de las repercusiones que tiene el cambio climático en la vida de las personas, sobre todo entre actores claves como el gobierno y los medios de comunicación.
Argumentó que los medios tienen responsabilidad en que no se perciba el trabajo de las mujeres, porque persisten en no incluir en sus agendas temas sobre ellas, el cambio climático o la justicia climática.
En diciembre de 2011, citó como ejemplo, se realizó en El Salvador una audiencia pública donde las campesinas expusieron los problemas que les plantea el recalentamiento planetario y los esfuerzos que protagonizan para adaptarse y mitigar el fenómeno.
Pero las instituciones del Estado estuvieron ausentes, y la cobertura de los medios fue mínima, «pese a que El Salvador está en alto riesgo con el cambio climático», explicó Artiga.
En efecto, en 2010, un informe del Equipo de Naciones Unidas de Evaluación y Coordinación en Caso de Desastres señaló que esta es la nación más vulnerable del mundo, con 95 por ciento de la población en riesgo de sufrir desastres naturales.
«Hay que ser realista, a los periodistas nos cuesta mucho ubicar esos temas en lugares ponderados de la agenda periodística», reconoció a IPS la presidenta de la Asociación de Periodista de El Salvador, Nery Mabel Reyes.
«Los temas de género y de cambio climático son nuevos para nosotros, y eso contribuye a que no los hagamos visibles», agregó. Esa discriminación hacia las mujeres y su lucha por adaptarse a los riesgos ambientales es una falta de «justicia climática», explicó Artiga.
Porque, argumenta, ese concepto no solo implica que regiones del planeta y grupos poblacionales son afectados de formas distintas por el recalentamiento planetario, sino que se extiende a no reconocer los esfuerzos que, en este caso las mujeres, hacen por adaptarse.
Uno de los pocos proyectos que sí fue recogido por los medios es el de una exitosa granja avícola, impulsada por un grupo de mujeres de Verapaz, como respuesta al desastre dejado por Ida.
Salvadoreños residentes en la sudoccidental ciudad estadounidense de Los Ángeles donaron los fondos para adquirir 500 gallinas con que comenzó la granja en agosto de 2011, de la que viven actualmente unas 15 familias.
El Ministerio de Relaciones Exteriores hizo de enlace entre los benefactores y las mujeres en Verapaz y el Centro Nacional de Tecnología Agropecuaria y Forestal aportó respaldo técnico y capacitación.
La granja vende cada día unos 400 huevos, y la ganancia se reinvierte en las necesidades de la instalación, como alimentos y medicinas para las gallinas. Con el excedente se paga a las trabajadoras 42 dólares mensuales.
«Estamos motivadas, le hemos echado ganas, con la vista en el futuro y así salir adelante para beneficio nuestras familias», contó Ana Cecilia Ramírez a IPS, una madre de 44 años que saca adelante sola a cuatro hijos y que preside la Cooperativa de Los Ángeles, administradora del proyecto.
La granja también provee de seguridad alimentaria, pues parte de la producción de huevos va para el consumo familiar.
«Son 42 dólares mensuales que nos caen bien. Antes me tocaba andar planchando, haciendo limpieza y me pagaban solo cinco. Una se siente motivada a no dejar caer este proyecto», recalcó.
Rosa Lidia Ávalos, de 43 años y con cuatro hijos, está contenta con el proyecto, no solo por los beneficios materiales que les aporta, sino porque la relación con su esposo se ha fortalecido, al ver como él apoya totalmente su actividad productiva lejos del hogar.
«Van a ver que al mediodía mi esposo me viene a dejar el almuerzo», dijo Ávalos a IPS, durante la jornada en que compartió con el grupo de productoras en la granja.
Y en efecto, a las 12:00 del mediodía, apareció el marido, José Raúl Romero, con la comida.
«La apoyo en todo, porque está llena de entusiasmo y esperanza porque les prometieron ampliar la granja, y pienso que así habrá un poquito más de ingresos, y me gusta verla así», comentó Romero. Miriam Acevedo, de 37 años y con tres hijos, contó que fue su esposo quien la inscribió en el proyecto de la granja.
«Estamos realizadas, nuestro mayor sueño es tener dos o tres galeras (galpones) para tener más gallinas y así ganar más ingresos. Tenemos que aprovechar que la demanda es grande», comentó.
Pero las productoras avícolas y los expertos consultados reconocieron que la granja es una excepción y que la regla en El Salvador sigue siendo que el empeño de las mujeres por adaptarse al los retos que plantea el cambio climático sean poco o nada reconocidos por las autoridades y la sociedad.