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Sucede con mucha frecuencia que ignoramos lo que tenemos y despreciamos nuestra historia, nuestros saberes, prácticas y tecnologías. Solo con salir por un momento del ritmo acelerado de la productividad y la distracción constante y mirar sin prejuicios a mundos supuestamente ya caducados, observamos que hay muchas maneras de aprovechar la energía que la naturaleza guarda en su interior.
La civilización campesina y las indígenas tienen en común reconocer y respetar las normas dictadas por la naturaleza. Si despreciamos esas narrativas, no tendremos ninguna pauta para el tránsito civilizatorio que vamos a experimentar.
La pesca ilegal está diezmando los mares y destruyendo los modos de vida de millones de personas. Este crimen organizado está dirigido, no lo olvidemos, por una banda de gánsteres legalizada: el capitalismo
Las tierras fértiles siempre han sido territorios de disputa. En ocasiones, simplemente por su ubicación que la sitúa allá donde despierta otros intereses, como la instalación de infraestructuras, polígonos industriales, aeropuertos o, como estamos viendo actualmente, para instalar parques de renovables. En otras ocasiones por lo que guarda su subsuelo, petróleo o minerales. Sin olvidarnos de la presión turística, que no solo ha usurpado sus tierras, sino que ha desorganizado por completo una cultura de vivir.
La crisis civilizatoria es insalvable. El capitalismo de los privilegios ha dejado a muchos pueblos y comunidades en la cuneta. Las pandemias, la pérdida de biodiversidad, la crisis climática… cada vez afecta ya a más carriles, expulsando más y más personas de una vida digna de ser vivida.
La georreferenciación en países como Brasil contribuye a la privatización de las tierras comunales y la expansión de monocultivos. El almacenamiento digital de los datos agrícolas está en manos de grandes compañías tecnológicas.
A mucha gente le causa extrañeza enterarse de que está surgiendo un considerable rechazo a las energías renovables.