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Desde hace unas semanas observamos que los dos bandos de la guerra se reprochan la interrupción de la exportación del grano de Ucrania hacia terceros países y la crisis alimentaria que puede derivarse de ello. ¿La guerra será la responsable de un nuevo episodio de hambre? ¿Estamos hablando de una crisis coyuntural o de un colapso del sistema alimentario globalizado?
Queda claro que la arrogancia del progreso no advierte de la cadena de errores ni mucho menos detendrá (palabra vetada en el diccionario de la modernidad) la situación, pero como era de esperar, el tiempo de la escasez ya ha llegado a su fin
La adquisición de alimentos no puede depender, como hasta ahora, de una moneda que está ligada a la especulación
Nada de esta autosuficiencia neoliberal es soberanía alimentaria, de hecho podríamos decir que son conceptos totalmente opuestos.
Ante la actual situación de crisis agraria y alimentaria, el Consejo de Ministros de Agricultura de la Unión Europea ya está aprobando una serie de medidas para evitar desabastecimientos y subidas descontroladas de precios. De momento se han abierto nuevos mercados para la provisión del girasol o el maíz que se conseguía de Ucrania, suavizando las normativas restrictivas en cuestión de usos de pesticidas. También se va a permitir el uso de tierras en barbecho para cultivar más cereales.
Un conflicto bélico en el conocido como ‘granero de Europa’ subiría el precio de los cereales necesarios para alimentar al ganado. El coste de las materias primas para la elaboración de piensos ya se ha incrementado un 30% en dos años
Imaginemos un territorio especializado en una única industria. Imaginemos que se cruzan una serie de factores que provocan que todos los costes para su funcionamiento, en poco tiempo, asciendan mucho, muchísimo: la materia prima, el transporte, la energía… Imaginemos que, además, la situación se complica porque la demanda del producto que genera esta industria cae en picado. ¿Preocupante?
El crecimiento de las ciudades está asfaltando la naturaleza, mordiendo los campos de cultivo, lapidando la agricultura. Si, como demuestran numerosos estudios, los procesos de urbanización son cada vez menos sostenibles socialmente y ambientalmente, ¿por qué insistimos en hacer las ciudades más grandes, más pobladas y más complejas? ¿No sería más inteligente pensar en “desurbanizar” la sociedad para volver a formas de vida verdaderamente más humanas?
En agosto de este año 2021, el índice de precios de los alimentos ascendió un 32,9% respecto al agosto del 2020