Alejandro Lavquén | 

En la mitología nórdica-escandinava, tras el Ragnarökk, la batalla final donde dioses y demás seres, controladores del poder, sucumben para dar paso a un nuevo mundo donde el ser humano podrá por fin vivir sin desdichas, me parece una analogía ajustada a lo que debe pasar con la casta política chilena para que el pueblo pueda desarrollarse en plena libertad y ser dueño de su propio destino colectivo.

El Ministro de Defensa del Ecuador ha firmado un acuerdo para que las Fuerzas Armadas puedan usar fuerza progresiva en protestas sociales. Los resultados podrían ser nefastos.

Somos muchos y muchas, tantos y tantas en pensar que este sistema no da para más. Pero cabe constatar que nuestras voces, pensamientos y prácticas sociales y políticas están dispersas, compartimentadas, fragmentadas y por lo mismo debilitadas. Tanto es así que hay veces en que dudamos de nuestra fuerza, y otras en que sucumbimos a una cierta desesperación y, por lo mismo, a la frustración y a la impotencia.

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En su estremecedora novela Si esto es un hombre, el escritor italiano Primo Levi, nos advierte con infinita amargura que, si el nazismo fue capaz de asesinar a millones de personas, nada nos asegura que ello no pueda volver a suceder. Eso es precisamente lo que está sucediendo en estos instantes en Brasil.

Asesinatos, segregación social, persecución y represión en Colombia