«75 aniversario de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre» organizado en colaboración con la Plataforma de Educación a Distancia, dada en el Centro Cultural Cooperación, el 26 de marzo de 2012 Al dar inicio a este curso de formación en derechos humanos, lo primero que corresponde es agradecer a Atilio Borón, director […]
«75 aniversario de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre» organizado en colaboración con la Plataforma de Educación a Distancia, dada en el Centro Cultural Cooperación, el 26 de marzo de 2012
Al dar inicio a este curso de formación en derechos humanos, lo primero que corresponde es agradecer a Atilio Borón, director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia, que fue el primero en pensar que la Liga podía armar un proyecto apto para esta plataforma; agradecer al equipo de la Liga que ha preparado el curso, a los compañeros de las filiales de todo el país y a los compañeros de organizaciones hermanas u asociadas de nuestro país que han trabajado para convocar a los compañeros que hoy comienzan el curso; a los compañeros de Colombianas y Colombianos por la Paz que propusieron una dimensión latinoamericana de la iniciativa; a nuestros amigos de Chile, Venezuela, Ecuador, Colombia, Bolivia, España, Italia, Nicaragua y Perú que se han esforzado por atraer al curso a compañeros y compañeros de tanta experiencia y saberes que me animaría a proponer que lo que hoy comenzamos es un verdadero espacio de encuentro e intercambio entre luchadores y luchadoras por los derechos humanos de una parte de Nuestra América, un espacio de pensamiento crítico que ponga en cuestión los viejos paradigmas en que se basó la lucha por los derechos humanos en el siglo XX y contribuya a gestar un nuevo pensamiento, una doctrina de los derechos humanos idonea para la segunda década del siglo XXI: es decir, una doctrina idonea para pensar la lucha por los derechos humanos en el comienzo del fin del capitalismo como civilización, en medio de las grandes batallas que nuestros pueblos vienen dando por conquistar la segunda y definitiva independencia de nuestra América, de modo tal que no solo la soberanía nacional, la integración y la identidad latinoamericana sean realidad, sino también el sueño secular de que todos los derechos sean para todos.
Si algún comandante sandinista se animó a decir en los ochenta que no habrá democracia real sin liberación nacional propongo como hipotesis de este curso que no habrá segunda y verdadera independencia de nuestra américa si no conquistamos, simultaneamente, una democracia verdadera que supere eso que Galeano llamaba «democraduras» y aún estas nuevas democracias pos neoliberales, timoratas a la hora de reconocer al pueblo como constructor de la historia.
Para ello nació la Liga Argentina por los Derechos del Hombre hace casi setenta y cinco años. En 1937, como resultado de múltiples procesos nacionales e internacionales, como producto directo de la resistencia al primer golpe de Estado (el de 1930) y de la lucha por la libertad de los presos y la defensa de las libertades individuales, muy impactados por la Guerra Civil Española y el NO PASARAN que en todo el mundo proferían los demócratas y los revolucionarios unidos contra el fascismo, nació la Liga Argentina por los Derechos del Hombre un 20 de diciembre; once años antes de la proclamación de la declaración de los derechos del hombre por las Naciones Unidas y cuando ni siquiera el concepto derechos humanos era visible.
Orgullosos estamos de nuestra historia y de nuestro aporte nacional e internacional, que no es el momento de reseñar, pero como dice Celaya «no reniego de mi origen, pero digo que seremos, mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo»; y en este 75 aniversario, en homenaje a todos los que nos precedieron en la lucha, para honrar a quienes fueron represaliados, torturados y encarcelados por defender los principios éticos y políticos de la Liga, y en primer lugar nombramos a nuestros abogados desaparecidos Teresa Israel y Baldomero Valera y al militante Freddy Rojas asesinado por los esbirros de Bussi en el Tucumán post dictadura, nos proponemos someter a examen y pensamiento crítico los propios fundamentos de la lucha por los derechos humanos del siglo pasado y comienzos de este.
No es este un curso para difundir procedimientos y rutinas, coleccionables como recetas y susceptibles de aplicar en cualquier tiempo y lugar; sino un intento de pensar la cuestión de los derechos humanos como un espacio en disputa, receptáculo de diversas tradiciones filosóficas, políticas y religiosas, que requiere de una reflexión profunda para lograr que nuestras prácticas no sean convertidas en paliativos ingenuos de un sistema capitalista que se funda en la violación de los derechos humanos, o peor aún, que nuestra justa lucha sea aprovechada por las fundaciones y ONG creadas por el Imperialismo para dividir las luchas populares y utilizar la cuestión de los derechos humanos para agredir los procesos de cambios que dificultosamente, y lleno de limitaciones, impulsan los pueblos.
Corresponde entonces, al dar comienzo este curso, utilizar esta tribuna para exigir el cese del terrorismo de estado en Colombia, la libertad de los Cinco Patriotas Cubanos rehenes del gobierno de los EE.UU., el fin de las persecuciones y crímenes contra los luchadores sociales y políticos de Honduras y de toda Latinoamérica, la anulación de todas las leyes antiterroristas en particular, cabeza de playa del pensamiento imperial sobre los derechos humanos y de toda la legislación represiva en general que se aplica contra nuestros pueblos en casi toda la región.
Cada uno reflexiona sobre su práctica y su historia; y nosotros debemos reflexionar mucho más sobre el peso del liberalismo en nuestra cultura de los derechos humanos. Como describe Alejo Carpentier en el Siglo de las Luces, la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, el emblema de la Gran Revolución de Francia, paradigma de las revoluciones burguesas, llegó a la región junto a la guillotina con que se proponían ejecutar a los luchadores por la independencia de Haití.
El estado/nación argentino creció desde el pie de un genocidio contra el pueblo paraguayo y las promesas liberales de la Constitución de 1853 pronto fueron «traducidas» en las primeras leyes represivas: la 4144 de 1902 y la de seguridad nacional de 1910.
El sistema jurídico y el estado de Derecho nacieron clasistas, elitistas, racistas y machistas, pero su rostro horrible se embellecía cada vez que la Constitución era suspendida por un golpe de estado y así, entre 1930 y 1982, el endeble sistema de derechos y garantías era objeto del deseo más fuerte por quienes eran perseguidos, torturados, encarcelados o desaparecidos por luchar por el acceso del pueblo a los derechos proclamados pero nunca realizados plenamente para todos.
Los largos años de impunidad alimentaron el mito liberal y todavía hoy, nuestra lucha contra la impunidad de quienes perpetraron el genocidio del siglo XX, se realiza en los estrechos marcos de la legalidad burguesa.
El liberalismo genera la ilusión de que es el legislador quien otorga derechos y que es el poder judicial su garante.
Nos esforzaremos por demostrar que es el pueblo, con su acumulado histórico, quién hace visibles los derechos humanos -que surgen de necesidades sociales insatisfechas-, logra el reconocimiento social, la inscripción en la ley y el acceso real para todos.
Pero se trata de pensar la cuestión de los derechos humanos en esta época, época de decadencia del capitalismo y de abandono por parte de los EE.UU. del liberalismo del siglo XIX y del orden jurídico universal que se vio obligado a conceder en los años de relativo empate histórico con la Unión Soviética y el amplio campo de fuerzas que se agrupaban bajo el nombre de «socialismo real», movimientos de liberación nacional y movimiento obrero de los países centrales.
Desde la implosión de la URSS, el gobierno de los EE.UU. se ha esforzado por demoler todo aquello que se oponga a sus apetitos imperiales de petróleo, agua, alimentos y mercados.
El acta patriótica de 2011 marcó un antes y un después. La ejecución de enemigos reales o imaginarios como in Bin Laden, Kadaffi y los comandantes Raúl Reyes y Alfonso Cano, da encarnadura a aquella frase de «perseguir el mal en cualquier oscuro lugar del mundo donde se encuentre».
Pero el Imperio no solo descalifica el liberalismo y el orden jurídico universal, pretende apoderarse de la noción misma de derechos humanos y llenarla de su contenido: no renuncia a equipararlo con el concepto de libertad de empresa que concede nombrar como igualdad de oportunidades, lo que equivaldría a pensar que el camino hacia la vigencia de los derechos humanos pasa por más y más capitalismo, como vociferan hoy mismo las ONG que agravian a Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador.
No somos hostiles a todas las ONG ni a todas las fundaciones, pero conviene saber que desde los 60 el Imperio destina millones y millones de dólares para financiar fundaciones y ONG que primero subsidian a los luchadores y luego van «moldeando» sus acciones desde un paradigma neoliberal que privilegia el supuesto «orden institucional» a los seres humanos y sus necesidades reales. Entonces es imprenscindible nombrar a algunas de las más activas y más comprometidas con el pensamiento estrátegico de los EE.UU.: la Fundación Ford, la Ned del Partido Republicano, ambas de amplia actuación en el país y la región.
Y hay aún, al menos en el sur de América Latina, un modo de pensar los derechos humanos desde la práctica y las ideas que se forjaron en la resistencia al terrorismo de estado y la impunidad.
Un cierto modo de equiparar memoria con derechos humanos y un extraño modo de mirar el pasado de modo tal que no permite ver el presente.
A veces, el empecinamiento en pensarse como víctimas y sobrevivientes de un pasado horroroso, y ciertamente horroroso y aún más, fundacional del orden neoliberal que floreció en los 90 y todavía tenemos que arrasar para abrir paso a un horizonte de liberación e igualdad; decíamos que el lugar de víctimas y sobrevivientes puede llegar a ser un cepo para pensar la lucha por los derechos humanos; como si no supiéramos que si los desaparecidos estuvieran con nosotros estarían luchando codo con codo con cada trabajador, poblador, campesino, poblador originario o mujer que enfrenta el capitalismo realmente existente, el único real.
Pretendemos entonces, y sabemos que se dice fácil pero cuesta muchísimo ser coherente con esta propuesta, pensar juntos el rol y los fundamentos de la lucha por los derechos humanos, convencidos que su plena vigencia es incompatible con el capitalismo que domina en nuestra América y que su amplitud de temáticas y sujetos puede transformarse en una convocatoria a la unidad y la renovación de la cultura política de nuestros pueblos.
Porque en este territorio de disputas sobre el sentido de la lucha por los derechos humanos,, también la primer batalla es la cultural, y a ella los convocamos con la pasión, la inteligencia y la voluntad que los caracteriza en la lucha cotidiana.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.