Dignidad es la altura que han alcanzado algunos mandatarios de América latina y el Caribe haciendo olvido de sí mismos y sintiéndose emancipados de cualquier tipo de servilismo colonial o neocolonial. Digno es aquél gobernante que experimenta vergüenza, que no se engaña nunca respecto de su destino. Es aquél que siente sus actos de gobierno […]
Dignidad es la altura que han alcanzado algunos mandatarios de América latina y el Caribe haciendo olvido de sí mismos y sintiéndose emancipados de cualquier tipo de servilismo colonial o neocolonial. Digno es aquél gobernante que experimenta vergüenza, que no se engaña nunca respecto de su destino. Es aquél que siente sus actos de gobierno como una finalidad más elevada que la propia conservación de su existencia individual. La vergüenza, de un auténtico gobernante, nace donde comienza su emancipación de las ataduras de su propia existencia y de las conveniencias que le pueda otorgar su cuota de poder. Nace donde comienza la historia más grande que él mismo como individuo.
Aún en América latina y el Caribe, algunos gobernantes y sus pueblos, necesitamos apoderamos de los conceptos que distinguen la dignidad de la esclavitud. Apoderarnos no sólo del rubor sino de la vergüenza de nuestra genuflexión frente a quienes representan el oprobio de una lamentable herencia de mendacidad y engaño legada por la moral judeo-cristiana de españoles e ingleses, e impuesta por norteamericanos.
Las palabras del súbdito Rajoy, en su visita al Perú, expresan el reconocimiento de que la moribunda monarquía que representa, necesita de los mismos óleos de servilismo para «salvar» su economía de rapiña, en tiempos de «postmodernidad».
Los esgrime, precisamente aquí, donde le asiste el convencimiento de la existencia de un terreno amplio, profundo y fértil para los «lucrativos negocios» que convocan el BM, el BID y la USAID.
Habló de crear trabajo y de asistir a los más necesitados en su país; pero no dijo que los desocupados recientes suman ya seis millones y se incrementan cada día. Todos arrojados de sus puestos de trabajo para alimentar la voracidad de una clase privilegiada y sus nuevas necesidades financieras con la santificación de la «troika».
¿Hemos de aceptar en silencio que la esclavitud se entronice bajo el supuesto negado de que compartimos una misma historia? ¿Es que acaso la esclavitud pertenece a la esencia de nuestra cultura? Para quienes gobiernan el Perú y otros países de ALC, esta parece ser una verdad, que no deja duda alguna. Ese sentimiento, corroe las entrañas de la Alianza del Pacífico y está haciendo de nuestros países una despensa de los mercaderes europeos, norteamericanos, japoneses, coreanos (del sur, por supuesto). La mentira que encierran los TLC impuestos, deviene en «convicción» en estos mandatarios. En consecuencia, la miseria, el hambre, la enfermedad de millones de latinoamericanos y caribeños debe continuar. Ahora, en nombre del crecimiento económico, la igualdad de oportunidades, la inclusión social, el estado de derecho…la democracia global.
Los nuevos Templarios de esta nueva cruzada se identifican como Comando Sur. No son curas pero igualmente mercenarios de actualidad, no traen espadas sino misiles. También «inteligencia», de esa que producen la CIA, la Trilateral, USAID, las Freedom House, el NED, el IRI, el NDI, y las embajadas USA.
Las miserias sociales de la época actual que viven europa y EEUU nacieron del carácter esclavista de sus economías y sus políticas de guerra. Perecerán de esclavitud y de guerra. Lo harán también los pueblos cuyos gobernantes viven la servidumbre de sus mezquinas existencias individuales sin alcanzar a distinguir el horizonte de la dignidad.
Hace 142 años, Nietzche (cuyas ideas de dignidad y esclavitud hilvanan este artículo) se preguntaba: «¿Cómo nace el esclavo, ese topo de la cultura?» Y decía que los griegos lo habían revelado con su certero instinto político… «el vencido pertenece al vencedor, con su mujer y sus hijos, con sus bienes y con su sangre. La fuerza se impone al derecho, y no hay derecho que en su origen no sea demasía, usurpación violenta» (El estado griego, 1871).
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