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[Perú] Alan García Pérez, de matón a asesino

El suicidio de un asesino

Fuentes: Resumen Latinoamericano

Cuando joven, García Pérez dirigía a los matones apristas que, a golpe de porras y pistola en mano, reprimían a los estudiantes de la universidad Villarreal, que reclamaban democracia. En 1985, García Pérez ordenó el asesinato de unos 40 detenidos en Lurigancho, les dispararon con bombas de fósforo. Yo pude ver los restos pegoteados alrededor […]

Cuando joven, García Pérez dirigía a los matones apristas que, a golpe de porras y pistola en mano, reprimían a los estudiantes de la universidad Villarreal, que reclamaban democracia.

En 1985, García Pérez ordenó el asesinato de unos 40 detenidos en Lurigancho, les dispararon con bombas de fósforo. Yo pude ver los restos pegoteados alrededor del pabellón Británico. Inclusive entregamos varios restos al diputado Jorge del Prado. ¿Con que objetivo? Para desenmascarar el pronunciamiento del gobierno que aseguró que entre los reclusos se mataron.

Cuando Alan García Pérez ordenó el asesinato de cerca de 300 personas en cárceles de Lima, quien escribe pudo ver las primeras declaraciones de los mandos que intervinieron, literalmente, en la «Operación salvaje». Dijeron, cada uno, que el Coronel Cabezas les informó, antes de los asesinatos, de que «la orden viene de arriba»; dijeron que el mismo Presidente llamaba continuamente: «A qué hora empiezan la operación». Es decir, García Pérez personalmente coordinaba los asesinatos (palabras literales de uno de los mandos). La vileza y cobardía de García Pérez se refleja en que los internos, más de 100 en Lurigancho, se rindieron y salieron de su pabellón, la «policía» los hizo poner de rodillas y luego, uno a uno les disparaban. García Pérez, en el extremo de su macabro festín criminal, ordenó que a los dirigentes, supuestamente de Sendero Luminoso, les ataran las manos a la espalda y a cada uno le pusieron un cartucho de dinamita en la boca, obviamente cada explosión destrozaba completamente a la víctima. Jamás quisieron entregar los cadáveres a los familiares.

Luego los asesinatos del Comando aprista Rodrigo Franco, más de un centenar. Los asesinatos de Bagua y muchos otros de dirigentes de oposición esperaban que algún día fueran juzgados objetivamente y García Pérez pagaría, no sólo por sus excecrables corruptelas, sino por la secuela de cientos de asesinatos ordenados personalmente.

No veremos a García Pérez en el banquillo de los acusados. No veremos desfilar a cientos de familiares acusando al genocida Alan García Pérez. Menos sabremos de la cohorte de secuaces y cómplices, inclusive la mala yerba dentro del Poder Judicial que lo ha protegido.

García Pérez no se ha suicidado, como dice su abogado, por la injusticia de su detención, menos por un aire de conciencia; no, este personaje se ha quitado la vida porque sabía que todas sus macabras andanzas saldrían, finalmente, a la luz y en su ego, elevado a lo alto por la cúpula del Partido Aprista Peruano, no cabía tal «deshonra».

Alan García Pérez ordenó el asesinato de mi luchador hermano Hugo Fernández Melo. A la familia de Alan García le digo con toda la sinceridad que jamás tuve odio al fallecido, menos deseaba su muerte, simplemente quería, como muchos, que se sometiera a una objetiva justicia. Nada de lo que afirmo es reciente. A esa familia de Alan García Pérez le suplico entiendan el porqué de mis adjetivos. Intento desprenderme de la rabia y, cerrando los ojos, comparto el dolor de la tragedia.

Fuente: http://www.resumenlatinoamericano.org/2019/04/17/peru-el-suicidio-de-un-asesino/