Acaba de pasar a la historia un hombre sencillo, sensible, humano. Cuando llegaba a algún lugar, la sencillez lo precedía, por ello era siempre bien recibido, claro, no en aquellos sitios donde reinaba el ego y la vanidad. Carlos Iván Degregori se vestía de simplicidad para llegar al otro, para lograr amar al prójimo. Pero […]
Acaba de pasar a la historia un hombre sencillo, sensible, humano. Cuando llegaba a algún lugar, la sencillez lo precedía, por ello era siempre bien recibido, claro, no en aquellos sitios donde reinaba el ego y la vanidad. Carlos Iván Degregori se vestía de simplicidad para llegar al otro, para lograr amar al prójimo. Pero no se crea que no había fondo, por el contrario, la humildad era el revés de su hondura y mirada profunda. Supo darse cuenta de su tiempo y de su mundo.
Me imagino que Carlos Iván llegó a ser de izquierda, no por odio a una clase, a un sistema, a un régimen, sino por amor al prójimo, por amistad con quién sufre, por identidad con el hombre sencillo y humilde que se veía avasallado por una realidad incruenta e injusta. No quiso ser un salvador todopoderoso que estaba por encima del otro, sino que supo ser el amigo, el colega, el compañero compasivo, es decir que compartía la desgracia ajena y la sentía como propia.
Por ello creo que Carlos Iván miró lejos en la historia, vio la cercanía entre los hombres y la marcha colectiva y procelosa de su despertar. Lo hizo porque a su talento e inteligencia, a su sabiduría y capacidades, se le unía el valor de un hombre que supo ser integral, soñador y constructor, visionario y albañil. En su andar supo unir la virtud del intelectual que todo lo cuestiona y sabe, con el afecto de quién ama la vida y la humanidad con sencillez y asombro.
Así, su posición en la vida ha sido la de un luchador, la de un combativo, la de un beligerante, no la de un observador, espectador o simple intelectual. Y es que buscó que su inteligencia estuviera al servicio del prójimo, y no servirse del otro para elevarse intelectualmente. Allí su grandeza, allí su trascendencia, su paso a la historia, como bien diría su entrañable amigo Pepe Coronel. No militó en la vida para vivir de ella sino para engrandecerla, enriquecerla, recrearla.
En 1989, siendo un joven periodista, un buen amigo, Manuel Córdova, me solicitó un artículo sobre Víctor Humareda, gran pintor y hombre, cuya locura fue darse cuenta de la dificultad de vivir con integridad y pasión, encerrándose en un hotel en La Parada, un barrio pobre y marginal en el distrito de La Victoria. Carlos Iván lo leyó, me buscó y me felicitó. Fue una condecoración innecesaria para un amateur de la pluma. Sin saberlo, él me graduó de periodista. Sé que hoy Ayacucho, el país y el mundo llora su partida, pero creo que en el fondo debemos sentir alegría. La alegría de haberlo conocido, temporal o permanentemente, que en su caso era igual, pues su ser humano impregnaba el contacto en un instante, pues llenaba la relación de amistad y calor, horizontalidad y gratuidad, huellas indelebles que sembraban esperanza en el corazón de quién lo conocía.
Muchas gracias Carlos Iván. Quienes creímos en tu honestidad humana e intelectual, podemos decir, muchas gracias maestro porque nos enseñaste el difícil arte de vivir para el futuro, para lo nuevo, para una nueva sociedad preñada de justicia, equidad, solidaridad, amistad, alegría, libertad, pasión, sueños, inteligencia, sencillez y de servicio al prójimo, sobre todo al que más sufre y padece, los pobres de Jesucristo, como diría Huamán Poma de Ayala, con quién hoy conversarás sobre cómo se viaja a la eternidad.
AÑO DEL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS ALTAMIRANO
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