Entre los días 2 y 3 de diciembre se reunieron en Caracas los representantes de 33 países de América Latina y la región caribeña para dar nacimiento a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC). En la reunión cumbre fueron aprobados la «Declaración de Caracas», «Plan de Acción» y «Procedimientos» de la naciente […]
Entre los días 2 y 3 de diciembre se reunieron en Caracas los representantes de 33 países de América Latina y la región caribeña para dar nacimiento a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC). En la reunión cumbre fueron aprobados la «Declaración de Caracas», «Plan de Acción» y «Procedimientos» de la naciente CELAC, documentos que establecerían el «compromiso con la integración mediante el diálogo y la concertación», y ha sido presentada como la constitución de un bloque latinoamericano y caribeño detrás de una política supuestamente independiente y «sin tutelajes desde el Norte». En Venezuela se le dio tal dimensión que fue presentada incluso como la «continuación del camino iniciado hace 200 años», tal como reza en la propia Declaración de Caracas, en el marco del «Bicentenario de la lucha por la Independencia». No faltaron las excusas por no asistir del presidente de Perú, Ollanta Humala, que se encontraba enfrentando el levantamiento del pueblo de Cajamarca, o de Laura Chinchilla, de Costa Rica, haciéndole frente a la resistencia de los trabajadores del banano y del transporte.
Nada nuevo bajo el sol
Fue en Venezuela donde se hizo mucho ruido sobre el surgimiento de la CELAC: «fueron 200 años de lucha y ahora hay que darle vida tras este punto de avance», había afirmado Hugo Chávez en el segundo día de reuniones, y días antes, su propio Canciller Nicolás Maduro, había hecho alusión a la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, cuando Simón Bolívar intentó convocar a los nacientes países de la región latinoamericana. Pero la CELAC no constituye siquiera un organismo con estructura y capacidad de decisiones superior a UNASUR, no digamos una alternativa a la propia OEA a la cual se supone iría a contraponer. Como anunciara el Canciller chileno, Alfredo Moreno, la CELAC será «solamente un foro, no una organización… ni siquiera una secretaría general, como UNASUR, ni nada de eso», lo cual fue refrendado por la Canciller colombiana, María Ángela Holguín, quien afirmó que «la CELAC es más un foro, no va a tener secretaría ni una estructura como tal porque es un foro de concertación y diálogo». Y la propia Declaración de Caracas, documento aprobado en la Cumbre así lo establece, la CELAC es un «mecanismo regional» y no un organismo.
Es que no hay nada nuevo bajo el sol, más allá de las declaraciones. La idea de dar origen a la CELAC había surgido desde Brasil, a iniciativa del entonces gobierno de Lula, como un organismo de «concertación política», para refundar y ampliar el Grupo de Río al resto de los países latinoamericanos y caribeños, y no como un bloque de integración alternativo contra Estados Unidos y Canadá, ni la OEA misma. Se trata de la fusión de la «Cumbre de América Latina y el Caribe sobre la Integración y Desarrollo (CALC)», creada en diciembre de 2008, en Salvador de Bahía, y del «Mecanismo Permanente de Consulta y Concertación Política Grupo de Río», creado en diciembre de 1986 en Río de Janeiro, que dejan de existir de hoy en más para dar origen a la CELAC.
No faltaron las declaraciones tanto en la propia reunión cumbre como en las posteriores declaraciones políticas de sus integrantes para dejar claro esta cuestión. El subsecretario de Brasil para Asuntos de América del Sur y el Caribe, Antonio José Simoes, fue enfático al indicar que «la CELAC no juega en contra de la OEA, nuestra preocupación es trabajar por la región». Esa fue la misma postura sostenida por México, a través de su Canciller, Patricia Espinoza: «no veo que nadie esté pensando en que se puede eliminar la OEA, ni creo que pueda ser algo que estuviera en el interés de los países de la región». Hasta el nuevo gran amigo de Chávez, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, puso las cosas en orden al indicar que «esta integración no es contra la OEA o contra la cumbre Iberoamericana…»; lo mismo afirmó Cristina Kirchner, que viene mejorando la relación con Estados Unidos y ha decidido profundizarla, al reafirmar que «la integración de la CELAC no debe ser contra nadie».
Es por esto que la CELAC, más que algún tipo de organismo alternativo, no termina siendo más que actos de acomodación en busca de un reordenamiento regional latinoamericano incluyendo a los pequeños países caribeños. Los medios se han encargado de resaltar que tanto Brasil como México han logrado menguar las posturas más contrarias a Estados Unidos, pero la oposición al fortalecimiento de la CELAC no vino sólo de estos dos países; tampoco a Chile, Colombia y Argentina, les entusiasma la idea de cualquier cosa que se contraponga a Washington y que haga peligrar sus intereses. Los gobiernos del llamado bloque del ALBA se han acomodado a la nueva situación, pero esto no es nuevo, no hace poco vimos cómo Chávez venía actuando en este sentido cuando utilizó sus buenos oficios, junto al derechista Santos, de lograr el reconocimiento internacional del gobierno del golpista hondureño, Lobo. Aunque es claro que Brasil movió todo su entramado, esta vez apoyado por México, para cumplir su verdadero rol «geopolítico» manteniéndose en la colaboración e interlocutor clave con el imperialismo en toda la región latinoamericana, «conteniendo» al propio Hugo Chávez y a Evo Morales, y jugando un activo papel a favor de la estabilidad regional.
La unidad de la «diversidad» y el cinismo circundante
«Viva la diferencia… Estas dicotomías entre izquierdas y derechas son parte del pasado», proclamaba el derechista Sebastián Piñera al cerrar la cumbre de la naciente Comunidad del CELAC. Momentos antes, el también derechista presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, había afirmado que «aquí no importa si se es de izquierda, de centro, de derecha», siendo secundado por el presidente de Uruguay, José «Pepe» Mujica, al sostener que «la integración se haga sin cometer el error del dogmatismo y con la inclusión y el respeto de todos, derecha, centro e izquierda». No faltaron las declaraciones del mismo tenor y estilo de México, Colombia, Brasil, Argentina, entre otros. En este merengue político, Hugo Chávez, prácticamente en nombre de los países del ALBA, manifestaba su satisfacción por la creación de la CELAC porque es una muestra de que «la voluntad de unirnos es superior a las diferencias».
La hipocresía y el cinismo reinó durante esta cumbre. Mientras en la «Declaración de Caracas» se habla de toda una serie de afirmaciones en defensa de los pueblos, soberanía y otra serie de frases llamativas lejos de cualquier realidad, los propios presidentes encabezan políticas antiobreras y antipopulares en sus propios países, como lo es el gobierno de Calderón que implementa un giro represivo, privatista y antiobrero, asestando golpes a los trabajadores como la derrota de los electricistas y aumenta la injerencia de Estados Unidos, incluyendo la actuación de sus agencias de seguridad en suelo mexicano. El presidente Piñera, además de la continuación de toda la política postpinochetista viene reprimiendo brutalmente a los estudiantes que se rebelan contra el negocio de la educación y les niega su derecho a la educación gratuita, y aplica leyes antiterroristas heredadas de Pinochet a los luchadores de los pueblos originarios mapuches. Sin dejar de hablar de Martinelli, Santos, Lobo y sus políticas en el plano nacional, a la que Ollanta Humala se estrena como presidente reprimiendo a los pobladores de Cajamarca que se rebelan contra la explotación minera.
Los llamados gobiernos progresistas no se quedan atrás, Evo Morales reprime a los pueblos del TIPNIS y más recientemente a estudiantes de El Alto; Ortega en Nicaragua con sus buenas alianzas con los empresarios e incluso con el FMI; Chávez escarmentando a la vanguardia que sale a luchar e imponiendo leyes que cada vez más cercenan derechos democráticos. Se habla contra la «ocupación militar» en la «Declaración de Caracas», mientras se expanden las bases militares norteamericanas en la región, y todos los presidentes las continúan ratificando, al mismo tiempo que la presencia de la IV Flota se ha restablecido. Al mismo tiempo que se desarrollan las facilidades militares en Colombia, acuerdos «contra el narcotráfico» con México, Costa Rica, etcétera. Todos los gobiernos vienen de buenos negocios y tratados con Estados Unidos, como México con el NAFTA, que consagra la dependencia comercial y económica respecto del mercado norteamericano, lo mismo han hecho los países de Centroamérica y del Caribe, hacia allí avanzan Perú y Chile, entre otros países de la región. Y ninguno deja de pagar religiosamente la deuda externa, y cumplir los tratados que ya tienen con Estados Unidos.
Otra de las cuestiones que explica esta «unidad» en la diversidad, donde se resalta insistentemente que no importan las diferencias sean de derecha, centro o de izquierda, es la necesidad de los distintos gobiernos de buscar su estabilidad política en el marco de las pujantes tensiones internas y, más allá de la coyuntural mejora económica, la amenaza de la crisis económica internacional. Pero también, como explicamos en la última revista Estrategia Internacional Nro. 27, esta convergencia de todos estos gobiernos latinoamericanos y caribeños, no sería más que expresión de «movimientos convergentes ‘hacia el centro’ buscando un nuevo punto de equilibrio para no arriesgar la ‘gobernabilidad’ en momentos en que prima el crecimiento en la mayoría de los países sudamericanos. Los gobiernos ‘posneoliberales’, sean nacionalistas o progresistas buscan ‘normalizarse’ en la gestión del Estado burgués y mejorar sus entendimientos con la burguesía y el imperialismo y se endurecen frente a las presiones de las clases subalternas que emergen en su flanco izquierdo, lo que puede dar pie a distintos elementos de polarización y actividad obrera y popular…».
Buenos negocios
No fue menos curioso que mientras se realizaba la cumbre de la CELAC, paralelamente se reunían otros organismos existentes, como la propia UNASUR y hasta Petrocaribe, además de una cantidad de reuniones bilaterales entre los distintos países donde se cerraban grandes acuerdos comerciales, como si el encuentro de Venezuela fuera la oportunidad para otras iniciativas de buenos negocios. Basta mencionar algunos ejemplos. Venezuela cerró la compra de unos 20 aviones comerciales a la brasileña Embraer, la tercera mayor fabricante mundial de aeronaves. Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff utilizaron el marco de la cumbre de Caracas para anunciar la creación de un Mecanismo de Integración Productiva entre Argentina y Brasil para los buenos negocios entre las distintas burguesías. A los empresarios colombianos vía los acuerdos con el gobierno de Santos y el de Chávez, se les reconoció un desgravamen arancelario al 50% de los productos que antes tenía con el Pacto Andino. México y Venezuela avanzaron en acuerdos para que se llegara a acuerdos con empresas intervenidas por Chávez con la creación de empresas mixtas y buena indemnización por Cemex, además de otros tratados comerciales. Venezuela y Argentina firmaron más de 28 acuerdos comerciales donde los empresarios argentinos salieron muy contentos, de igual manera se firmaron acuerdos con Uruguay, Nicaragua, los países del Caribe, y un largo etcétera de negociados, que difícilmente salen a la luz pública. Esta fue realmente la cuestión útil de la cumbre, pero lejos de cualquier camino hacia la independencia.
Una vez más se demuestra que sólo los trabajadores pueden dar una lucha por la unidad latinoamericana
De esta manera, una vez más se demuestra la imposibilidad de que de la mano de las burguesías locales, incluso de aquellos gobiernos que se presentan de progresistas y nacionalistas, se resuelvan los acuciantes problemas populares ni se supere el atraso y la dependencia. Sin expulsar al imperialismo y traspasar los límites de la propiedad privada y del régimen capitalista, no hay manera de resolver ninguno de nuestros problemas acuciantes mucho menos alcanzar la liberación nacional. La clase trabajadora, por su rol central en la producción y su concentración en los nudos vitales de la economía, la vida social y la política como son las grandes ciudades, es la fuerza social fundamental, para llevar hasta el final la lucha por la liberación nacional, y al mismo tiempo, encarnar un proyecto social emancipatorio basado en la abolición de las relaciones capitalistas. Es necesario impulsar un programa de acción de los trabajadores que a partir de responder al ataque de los capitalistas y sus gobiernos y a la catástrofe a que nos conducen, plantee poner fin a la anarquía capitalista y reorganizar la economía en función de las necesidades populares mediante la propiedad colectiva de los medios de producción, tareas que sólo pueden ser íntegramente resueltas por un poder de los trabajadores apoyado en la alianza con los campesinos y el pueblo pobre. Esto significa conquistar por vía revolucionaria Estados obreros que, uniéndose en una Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina, inicien la construcción del socialismo, única alternativa real a la barbarie de la decadencia capitalista.
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