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El Salvador, 1932

La insurrección fracasada

Fuentes: Pensar Rebelde

«Todos nacimos medios muertos en 1932 sobrevivimos pero medios vivos… Ser salvadoreño es ser medio muerto eso que se mueve es la mitad de vida que nos dejaron»(Roque Dalton, poeta salvadoreño) Se podría decir parafraseando a José Martí que la historia de América Latina es amarga y no obstante, profundamente nuestra. A lo largo de […]

«Todos nacimos medios muertos en 1932
sobrevivimos pero medios vivos…
Ser salvadoreño es ser medio muerto
eso que se mueve
es la mitad de vida que nos dejaron»
(Roque Dalton, poeta salvadoreño)

Se podría decir parafraseando a José Martí que la historia de América Latina es amarga y no obstante, profundamente nuestra. A lo largo de ella se han forjado esperanzas, sueños y utopías pero también desilusiones y derrotas. Estas últimas han abundado por doquier, en especial ahí donde un pueblo pensó que podía ser forjador de su destino.

Quizás para dejar atrás el pesimismo y el sentido del fracaso sea prudente enterrar lo pasado y sin querer, hacernos cómplices de lo que dictamina la historia oficial. ¿Para qué seguir insistiendo con luchas pasadas que nada tiene que aportar al presente?, nos plantean los escépticos. Tal vez se nos olvida con excesiva facilidad que la historia no es simplemente un adorno en las bibliotecas ni un mero relato de hechos pasados sino que por el contrario «se refiere a los hombres vivos, y todo lo que se refiere a los hombres del mundo en cuanto se unen entre ellos en sociedad y trabajan y luchan y se mejoran a sí mismos».[1] Es así como diversos sujetos sociales contribuyen a la producción de lo social, desde perspectivas divergentes e intereses que en muchas ocasiones resultan antagónicos. La historia es pues, constructora de realidades, permitiéndonos entender el fuimos para desentrañar el somos, expresando un devenir constante de transformación por un lado y de reproducción por otro. Combatir el olvido y rescatar la memoria, e ahí dos desafíos. La memoria de aquellos sectores y sujetos que se tornan invisibles cuando se explican hechos y procesos desde la oficialidad neutralizante.

Lo que se conoce como ‘sucesos políticos de 1932’ en El Salvador son un claro ejemplo de aquello. Se pretendieron extirpar de la conciencia colectiva. Una operación, por cierto, fracasada, sino ¿Cómo se entiende que el legado del líder más importante de aquel entonces, Agustín Farabundo Martí, haya continuado vigente, inspirando a aquellos que se rebelaron varias décadas después contra los herederos de quiénes intentaron acallar su voz?

Los denominados ‘sucesos’ como eufemísticamente se les llama con la intención de hacerlos ver como hechos aislados, fueron por el contrario un resultado histórico de dos procesos sociales que enfrentados uno con el otro terminaron por hacerse antagónicos. Por un lado una economía que entraba en crisis y una institucionalidad y clase dirigente incapaces de dar respuestas debido a sus características caudillistas y oligarcas. Por otro un movimiento popular que creció vertiginosamente a partir de la década de 1920, expresándose en numerosos intentos organizativos, sindicales primero y políticos después. Ello sumado a la rabia e indignación que hacía mucho maduraba en la población indígena y campesina, terminaría por hacer estallar un volcán social de dimensiones inesperadas.

Rumbo al desastre: economía y crisis de legitimidad

Se dijo que el primer proceso constituyente de la situación histórica conocida como ‘los sucesos de 1932’ fue una situación crítica en la economía del país, la cual al no poder ser enfrentada por la clase dominante y sus líderes políticos, terminó exacerbándose hasta llegar a un punto de intolerancia y no retorno. Por tanto resulta ineludible realizar una breve referencia a las características de la formación económica-social presente en El Salvador de comienzos del Siglo XX para así entender su desarrollo crítico hacia los albores de la década de 1930.

La economía salvadoreña era al igual que gran parte de América Latina, monoexportadora y fundamentalmente agraria. Ella había sufrido una ruptura en la segunda mitad del Siglo XIX al convertir al café en su producto predilecto, arrasando a su paso con cultivos tales como jiquilete (para la producción de añil), grana y otros tipos de cereales.[2]

El esquema neocolonial se imponía de manera triunfante, el país estaría a la orden de las fluctuaciones sufridas por el producto en el mercado mundial, alternándose en épocas de bonanza y recesión, dictaminadas por el precio de aquel. Así, las necesidades de las grandes potencias consumidoras dictarían las líneas de acción que el país debía de poner en práctica.[3] Por ejemplo en 1856 el gobierno de Gerardo Barrios llegó a declarar obligatorio el cultivo del café.[4] Las pautas de consumo exigían pues, el aumento de su producción, lo cual no se podía hacer sino a través de reforzar el sistema de hacienda existente desde la época de dominio colonial español. Consecuencia de dicha lógica fue la usurpación progresiva de las tierras pertenecientes a indígenas y campesinos a través de las Leyes de Extinción de Comunidades (1881) y Ejidos (1882), como así también la apropiación de ellas por un reducido grupo de terratenientes, los cuales constituirían la oligarquía cafetalera contra la cual se enfrentó la rebelión de 1932.[5] El resultado de lo anterior fue la existencia de relaciones sociales que combinaban formas capitalistas con otras de carácter no-capitalistas.[6] Fue así como se constituyó una clase dominante de características oligárquicas-burguesas[7] y un sector popular rural que osciló entre el trabajo agrícola asalariado y la condición de campesinos pobres. Por otro lado se destaca la generación de un proletariado urbano pequeño aunque no por ello menos importante dado que participó en el proceso de organización y maduración de las clases subalternas.[8]

Dentro de las particularidades de la formación económica-social salvadoreña destaca el hecho de no poseer una presencia excesiva de grandes compañías extranjeras. Lo cual es explicado por «la densidad de población y la pequeñez territorial»[9]. No obstante ello, las cadenas de la dependencia permanecerían intactas, moviéndose la economía del país según los pasos que daba el mercado mundial. Por tal motivo no es de extrañar que las crisis de este afectara profundamente al país centroamericano.

Con el colapso económico de 1929 que da inicio a lo que se conoce como gran depresión la economía salvadoreña se aventuró hacia el desastre. La sobreproducción de muchos productos, entre ellos el café, hicieron bajar sus precios a niveles trágicos, haciendo trizas el modelo monoexportador.[10] Así, «la crisis cafetalera incidió en gran medida porque al tiempo que se disminuían las exportaciones, aumentaban los despidos de los campesinos que trabajaban en las haciendas de los terratenientes cafetaleros»[11]. Esta debacle generó como era de suponer, estragos en las mayorías populares, las cuales se vieron agobiadas por el hambre y la desesperación.

Si la economía estaba hundida en el desastre, este se agilizó debido a la ineptitud de la elite política del país. Como ha sido común en los países centroamericanos gran parte de la evolución política de estos viene dada por la pugna interna entre facciones de la oligarquía respectiva, caracterizándose por elementos caudillistas y militares. El Salvador no sería la excepción a la regla, durante la década de 1920 vivió la llamada dinastía de los Meléndez-Quiñones, en el cual una acaudalada familia mantuvo el control de las altas esferas políticas del país. No obstante, en 1931 luego de las primeras elecciones auténticamente limpias y democráticas en la historia del país centroamericano asumió la presidencia Arturo Araujo que con un programa inspirado en el laborismo británico esperanzó a las masas populares.[12] La ilusión pronto se desvanecería pues Araujo en los hechos aplicó medidas represivas por un lado y tímidas políticas sociales por otro. El nivel de ingobernabilidad y la tensa situación social se hacían cada vez mayores.

Ese viejo topo llamado organización

Una situación de crisis en la hegemonía dominante no es más que el momento que se produce «cuando ‘los de abajo’ no quieren vivir como antes y ‘los de arriba’ no puede continuar como antes».[13] Por ello una crisis económica creada por ‘los de arriba’ por gigante que sea no genera por sí misma una coyuntura en que se abran posibilidades de transformación social. Para que estas se creen debe haber a contramano de la decadencia de los poderosos una actitud activa de la clase dominada para subvertir el orden establecido, lográndose esto no sólo por la mera reacción espontánea sino también por una visión de largo aliento construida a partir de experiencias diversas que juntas son capaces de servir de sustento a la creación de un proyecto político y social contra-hegemónico. Y es en esa construcción donde la organización de los de ‘abajo’ cobra una importancia medular. Aquella ha sido una herramienta que como viejo topo ha aparecido una y otra vez desde lo profundo para enfrentar al poder. En el caso de El Salvador ella empezó a germinar cada vez más, particularmente a partir de la década de 1920 hacia 1930, periodo en el cual podemos apreciar que:

– En el campo la población indígena de origen pipil había desarrollado formas organizativas que les permitieron retrotraerse en cierto sentido de la opresión vivida desde la época de la colonia, destacando la cofradías o asociaciones religiosas en las cuales los indígenas practicaban un sincretismo religioso, combinando figuras cristianas con creencias precolombinas a fin de disfrazar a estas últimas. Por otro lado campesinos pobres del occidente del país eran educados por estudiantes en las llamadas ‘Universidades Populares’ y por maestros rurales influenciados por las ideas del Socorro Rojo Internacional (SRI), la Federación Regional de Trabajadores de El Salvador (FRTS) y posteriormente el Partido Comunista de El Salvador. [14]

– En la ciudad surgen experiencias organizativas fundamentalmente de tipo sindical. En este sentido Amílcar Figueroa nos plantea que:

El Salvador vivía uno de los procesos de sindicalización más vertiginosos que registrase país alguno de nuestro continente por aquellos días de la década de 1930. Tal dinámica se desarrollaba en medio de una activa movilización de masas, en proceso ascendente de radicalización sociopolítica, lo cual sería el preludio de la tormenta por venir.[15]

– Por último vale la pena mencionar el surgimiento en 1930 del Partido Comunista de El Salvador (PCS) en el cual confluyeron distintos líderes políticos que habían desarrollado importantes labores organizativas previas, así como Agustín Farabundo Martí[16] y Miguel Mármol. Destacándose su inserción en sectores obreros y campesinos en particular del occidente del país.

Los ‘sucesos’: Insurrección, derrota y masacre

Con el fracaso de las políticas de Arturo Araujo la situación política y social en El Salvador se volvía crítica e insostenible. El intento de establecer un régimen democracia representativa se encontraba en una encrucijada que profundizaría la crisis de hegemonía en el país. Ante esta coyuntura la solución para ‘los de arriba’ no podía ser más que una salida violenta a la situación. Se desencadenaron los hechos, el 2 de diciembre de 1931 un movimiento golpista derrocaba al presidente Araujo y colocaba en su lugar al general Maximiliano Hernández Martínez, quién había sido su vice-presidente y ministro de guerra, La ilegitimidad del sistema se hacía cada vez mayor. Por ello el nuevo régimen de facto debió intentar vestirse de ropajes democráticos. Con dicho fin tuvo que aplazar (pero convocar al fin y al cabo) las elecciones parlamentarias y municipales que estaban previstas para mediados de diciembre del mismo año. Estas fueron acordadas finalmente para los días 3, 4 y 5 de enero en el caso de las municipales, seguidas por las parlamentarias los días 10, 11, 12 del mismo mes.[17]

El Partido Comunista en un intento de demostrar las fuerzas que poseía decidió hacer pública su decisión de acudir a las elecciones. Sin embargo, el régimen no estaba dispuesto a verse cuestionado en ellas, cometiendo evidentes irregularidades. Así por ejemplo en muchos pueblos del oeste del país en que el Partido Comunista tenía considerable fuerza las elecciones fueron suspendidas. En otros, los resultados tardarían días en conocerse. Ante ello el Partido Comunista reclamaría la existencia de un fraude. La respuesta del gobierno no se haría esperar, ante la eventualidad de un triunfo comunista decidió suspender las elecciones parlamentarias que se realizarían en algunos días más.[18] La tensión se agudizaría, una huelga en la hacienda «La Montañita» sería sofocada a sangre y fuego por los hombres de Martínez. Sin embargo, dicha huelga demostró el carácter combativo de las masas con el resultado de dos guardias nacionales muertos. Luego de ello el Partido Comunista intentaría establecer un diálogo con el gobierno enviando una delegación la cual sería rechazada por este. Los caminos institucionales estaban evidentemente cerrados, la encrucijada fue tal que la solución violenta se veía con claridad.[19] Fue así como el Partido Comunista empezó a pensar seriamente en la idea de realizar una insurrección que cuyo objetivo era la toma del poder. Después de muchas discusiones sobre la fecha de ella, se decidió por el día 20 de enero. Para ello se contaba con elementos aliados en el ejército cuya conexión era de responsabilidad exclusiva de Agustín Farabundo Martí. Sin embargo, el movimiento insurreccional fue detectado tempranamente por el gobierno, deteniendo el 19 de enero por la noche a Martí y otros dos líderes acusados de comunistas, Alfonso Luna y Mario Zapata. Así también ocurrió con los contactos militares de los rebeldes. La insurrección era descabezada de sus principales mentores (en especial Martí).[20] Ante esta situación y considerando el nivel de combatividad y radicalidad de las masas, el Partido Comunista determinó proseguir con el plan insurreccional (el que tardaría unos días más). Paralelo a ello el gobierno respondió decretando el estado de sitio.

La rebelión estalló la noche del 22 de enero en Juayúa, poblado centro-occidental del país, donde campesinos armados de un sin número de machetes y algunas armas de fuego se lanzaron a la toma del pueblo lo cual tomó por sorpresa al gobierno, dado que al decretar el estado de sitio las tropas de la guardia nacional se estaban reagrupando, dejando el lugar sin efectivos. El control del pueblo pasó a manos de los rebeldes. Al respecto, Thomas Anderson nos señala que en dicha ocupación se cometieron un sin número de atrocidades por parte de los rebeldes, tales como asesinatos injustificados y violación de las mujeres de la oligarquía,[21] lo cual no se puede descartar si consideramos el tipo de trato que históricamente los terratenientes le han dado a sus dependientes, y muy en particular a las mujeres de estos.[22]

Lo ocurrido en Juayúa se extendió por el occidente del país, movimientos similares se llevaron a cabo en Nahuizalco, Ahuachapán y otros poblados. Destacándose entre ellos Izalco, en el cual un alzamiento de los indígenas pipiles, liderados por José Feliciano Ama (supuestamente vinculado al PCS) había hecho explotar toda la ira y rabia acumulada por siglos. En este contexto las capas medias y la oligarquía de los poblados comenzaron una respuesta de autodefensa, creando lo que denominaron como ‘Guardias Cívicas’.[23]La reacción del gobierno no podía hacerse esperar de modo que se dispuso a tomar el control de la situación con un despliegue militar para tales objetivos. Así ocurrió, en particular cuando los rebeldes intentaron tomar el estratégico poblado de Sonsonate. Los machetes y el desgaste no pudieron hacer frente al poder de fuego de un ejército profesional, el cual además actuaba en la impunidad otorgada por un régimen tiránico.

Una vez tomado el control absoluto del país, la barbarie se apoderó de este, cometiéndose numerosos actos de degradación, tortura y muerte no sólo contra quiénes participaron en la insurrección[24] sino también muchos otros cuyo único pecado fue verse como lo que eran, gente pobre. Al respecto se estima que unas 25.000 personas fueron asesinadas por la masacre llevada a cabo con posterioridad al aplastamiento de la rebelión.[25] Esto deja en evidencia que el enemigo no era sólo un partido que intentó subvertir el orden, sino toda una masa oprimida que en cualquier momento podía reaparecer y con ello hacer temblar a los que siempre han sido ‘dueños de todo’.

Notas:

[1] GRAMSCI, Antonio. Antología. (Sacristán, Manuel ed. & trad.), México D.F., Siglo Veintiuno Editores, 2ª ed., 1974, p. 511.

[2] Antes de la era del café el principal producto de exportación del país era el añil. Ver en FIGUEROA SALAZAR, Amílcar. El Salvador: Su historia y sus luchas (1932-1985). México, Ocean Sur. 2009, p.1.

[3] KEEN, Benjamin & HAYNES, Keith. A History of Latin America Volume I, Houghton Mifflin Company, 6ª ed., 2000, pp. 216-219.

[4] FIGUEROA SALAZAR, Amílcar. Op. Cit., p. 3.

[5] Véase en FLORES, Mario. El Salvador: La insurrección en marcha. En Nueva Sociedad Nro. 43, Julio-Agosto, Friedrich Ebert Stiftung, 1979, pp. 77 & FIGUEROA SALAZAR, Amílcar. Op. Cit., p. 4.

[6] Prefiero el concepto de no-capitalista antes que el de pre-capitalista puesto que considero que este último supone una visión rígida del desarrollo histórico en el cual el capitalismo vendría a ser una etapa necesaria e ineludible de antemano.

[7] FIGUEROA SALAZAR, Amílcar. Op. Cit., p. 7.

[8] Ibíd., p. 9 y 10.

[9] DALTON, Roque. «El Salvador, el istmo y la revolución». En El Marxismo en América Latina: antología desde 1909 hasta nuestros días (Löwy, Michael ed.), Santiago, LOM Ediciones, p. 340.

[10] Así por ejemplo las exportaciones disminuyeron casi un 54% y las importaciones en más de 74%. Ver en FIGUEROA SALAZAR, Amílcar. Op. Cit., p. 14.

[11]MONTOYA, Alirio. La masacre de 1932 en El Salvador. Disponible en:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=98780 (Fecha de publicación: 17 de Enero de 2010)

[12] GOULD, Jeffrey L. & LAURIA-SANTIAGO, Aldo A. To Rise in Darkness: Revolution, Repression, and Memory in El Salvador, 1920-1932. Duke University Press. 2008, p. 59.

[13] Esta idea es originalmente de Vladimir Lenin. Citado en HARNECKER, Marta. La Revolución Social: Lenin y América Latina, México D.F., Siglo Veintiuno Editores, 1985, p. 66.

[14] ANDERSON, Thomas P. MATANZA. El Salvador´s Communist Revolt of 1932. University of Nebraska Press. 1971, p. 67.

[15] FIGUEROA SALAZAR, Amílcar. Op. Cit., p. 17.

[16] Vale la pena mencionar que Martí venía de participar en el ejército del general Augusto Cesar Sandino, donde había formado parte de su estado mayor. No obstante ello, Martí decidió romper políticamente con Sandino a pesar de la admiración que le tenía dado que este último enfocaba su lucha solamente como de liberación nacional y no con un proyecto político anticapitalista. Ver en ANDERSON, Thomas P. Op. Cit., p. 64.

[17] ANDERSON, Thomas P. Op. Cit., p. 88.

[18] ANDERSON, Thomas P. Op. Cit., p. 89.

[19] FIGUEROA SALAZAR, Amílcar. Op. Cit., p. 22.

[20] Al respecto Miguel Mármol nos señala las que a su juicio son algunas de las causas que explican el fracaso:

«Pero la verdad es que, por vacilaciones y los retrasos, por las groseras violaciones de las más elementales medidas de seguridad conspirativa, la insurrección vino a suicidarse por nuestra parte, como lo he dicho más de una vez, cuando el gobierno había asesinado a todos los oficiales y soldados comunistas dentro del ejército burgués, había capturado y liquidado o estaba a punto de liquidar a la mayor parte de los miembros de la dirección del partido y de las organizaciones de masas.» En DALTON, Roque. Miguel Mármol: Los sucesos de 1932 en El Salvador. San José, Editorial Universitaria Centroamericana, 1982, p. 332.

[21] ANDERSON, Thomas P. Op. Cit., pp. 101-104

[22] La aseveración del texto da la impresión de una especie de ‘venganza social’. A mi juicio dicha situación en que las mujeres (sean de la clase que sean) se llevan la peor parte merece un estudio más acucioso puesto que deja en evidencia de la manera más brutal la invisibilización de ellas como sector social (no como individuos) por parte de movimientos políticos que buscaban la liberación del ser humano de distintas cadenas de opresión

[23] ANDERSON, Thomas P. Op. Cit., pp. 123-124.

[24] En ello podemos destacar el juicio sumario militar y posterior ejecución de Martí, Luna y Zapata el 1 de febrero de 1932. Igual suerte corrió el líder indígena José Feliciano Ama. Ver en ANDERSON, Thomas P. Op. Cit., pp. 138-146.

[25] Utilizo el número de 25.000 planteada por Rollie Poppino teniendo en cuenta las diferentes cifras que se han dado, ya sea para reducir en acceso la cantidad de muertos o bien aumentarlos. Al respecto Veáse en ANDERSON, Thomas P. Op. Cit., pp. 200-201; FIGUEROA SALAZAR, Amílcar. Op. Cit., pp. 28-30. & VV. AA. El Salvador, La larga marcha de un pueblo (1932-1982). Madrid. Revolución. 1982, p. 58.

Fuente: http://pensar-rebelde.blogspot.com/2010/09/la-insurreccion-fracasada-el-salvador.html