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Perú

La tarea de hoy

Fuentes: Rebelión

Los comicios del 7 de octubre pasado, dejaron valiosas lecciones para distintos segmentos de la vida peruana. Es bueno reflexionar en torno a ellas para extraer algunas enseñanzas que pudieran servir al movimiento popular, y ayudarlo a afrontar sus tareas en la perspectiva. Como se sabe, las elecciones consagraron la quiebra del fujimorismo y el […]

Los comicios del 7 de octubre pasado, dejaron valiosas lecciones para distintos segmentos de la vida peruana. Es bueno reflexionar en torno a ellas para extraer algunas enseñanzas que pudieran servir al movimiento popular, y ayudarlo a afrontar sus tareas en la perspectiva.

Como se sabe, las elecciones consagraron la quiebra del fujimorismo y el APRA, que alcanzaran magras votaciones y no obtuvieran victoria alguna en el ámbito regional, provincial y local. Su candidato oficial -Diethel Columbus- fracasó, al igual que sus sosías: Gagó y Reggiardo.

En Lima, el triunfo de Acción Popular lució sorpresivo, por la reconocida debilidad de esa estructura política, pero tranquilizó el ánimo de la Clase dominante por cuanto su candidato -Jorge Muñoz- se perfiló como una figura con proyección, en una circunstancia en la que la derecha más conservadora tiene, en realidad, muy pocas cartas disponibles.

Pero es bueno recordar que la Izquierda formal, sufrió también una aplastante derrota que no puede ocultarse bajo el argumento que en algunas circunscripciones -Junín, Moquegua y Puno- triunfaran movimientos progresistas y aún radicales. Y es que los que ganaron en esos lugares, mantienen posiciones críticas ante el núcleo de los Partidos de lo que algunos llaman «la izquierda clásica». Se trata, objetivamente, de segmentos distintos que, al margen de diferencias puntuales, deberán, finalmente, sumar voluntades.

Por eso es importante aludir a las perspectivas del movimiento popular ahora, cuando se registra un creciente deterioro del escenario nacional, y se agrava el proceso de descomposición de la Clase dominante, carcomida como está, por la corrupción e sus más variadas modalidades.

Algunos analistas políticos se complacen en asegurar que la corrupción es un fenómeno tan grave que rebasa el esquema de clases y compromete a los más diversos segmentos de la vida nacional. La corrupción -dicen- no tiene bandera, y se expresa tanto en el ámbito de la derecha, como de la izquierda. En el tema, como en la leyenda bíblica. «nadie puede lanzar la primera piedra». Craso error.

La corrupción es un fenómeno consustancial e inherente al sistema de dominación capitalista, y resulta la expresión más nítida de la descomposición de la burguesía como clase dominante. Ocurre, sin embargo, que se extiende de tal manera, que incluso llega a comprometer a algunos exponentes del movimiento popular.

Para decirlo en palabras de Aníbal Ponce, la burguesía, casi con centurias de experiencia en la conducción de los Estados Capitalistas, es capaz incluso de retener sus manos los hilos del alma proletaria. Cultivando en unos la vanidad, siempre despierta; y en otros, la ambición nunca dormida; puede darse el lujo de quebrar las fibras de algunas personalidades del campo popular. Pero eso, no descalifica a la clase proletaria. Al contrario, la alerta; y debe ponerla en mejores condiciones, para enfrentar la corrupción en sus más diversas modalidades.

Eso se ha podido apreciar en el proceso peruano, aunque no ha ocurrido de manera transparente y nítida. En el Perú -y esto lo reseña bien el reciente libro publicado por el doctor Jorge Rendón Vásquez– el capitalismo se instaló hace casi tres siglos a través de un proceso económico y político en el que se combinaron diversas formas de explotación. Se inició en el Virreinato, desde una práctica predominantemente comercial, para seguir luego -ya en la República- mediante una modalidad manufacturera; y luego industrial. Hoy predomina el capitalismo en su expresión financiera, que corresponde a la imposición del Modelo Neo Liberal, que envilece al conjunto de la sociedad como consecuencia de la aplicación de procedimientos perversos destinado a asegurar la máxima ganancia con el menor de los esfuerzos.

Pero aquí, como lo señalara Carlos Marx en su momento, también el capitalismo se impuso echado sangre y lodo por todos los poros, de los pies a la cabeza. Y vivió un proceso inexorable de descomposición que hoy se hace evidente, y hasta incontrolable.

Cuando alguno de sus voceros, empeñado en disminuir la responsabilidad de los corruptos dice que los hay también «en el campo de la izquierda», lo único que está haciendo es asegurar que su clase, logró enlodar a ciertos representantes del segmento popular; pero en ningún caso puede sostener que la corrupción comprometa «también a la izquierda».

Esto lo entiende el común de la gente y se expresa de diversas maneras: el 75% de los peruanos cree hoy que Keiko Fujimori es culpable de los delitos de los que se la acusa; el 83% está convencido que lo que hay que hacer es cerrar el Congreso de la República porque será esa una manera de «echar a los corruptos». Y el 61% apoya la gestión del Presidente Vizcarra, no obstante diferencias puntuales, porque cree ver en él una expresión de la lucha contra la Mafia. ¿Cómo es que se ha arribado a estos porcentajes, impensables hace un año?

Es claro que el antecedente más concreto, ha sido la vida. El desarrollo mismo de los acontecimientos ha servido para que los peruanos abran los ojos, y vean la realidad; tal como lo veníamos sosteniendo desde varios años en distintas trincheras. El segundo factor, han sido las constantes movilizaciones de masas, operadas por iniciativas de Colectivos Sociales y las redes, que machaconamente han denunciado las truhanerías de los Fujimori y compañía. Estas dos herramientas -obrando como tenazas- han desesperado a los culpables. Los han acorralado y obligado a obrar con la mayor torpeza para proteger, a como dé lugar, sus jaqueados intereses. 

La cosa ha tomado tal dimensión que, finalmente, la «prensa grande» y la derecha conservadora se ha visto en la necesidad de «tomar distancia», para no aparecer tocada por la mugre, que salpica a borbotones. Todo ello ha obligado a los peruanos a mirar de otro modo el escenario y ha impuesto a la izquierda tareas de otro orden.

De modo constante hemos subrayado que lo esencial para la izquierda, es la lucha política. Trabajar «desde abajo» con banderas definidas y claras. Y construir los liderazgos desde esa base. Así se hizo, objetivamente, en Tacna y Moquegua cuando las poblaciones se alzaron contra las imposiciones mineras amenazaban el medio ambiente humano. Y así también en Cajamarca, contra la empresa Yanacocha. Y en Puno, enfrentándolas mismas amenazas. La gente luchó, se batió denodadamente. Y en Junín. Y de allí surgieron liderazgos populares, que no fueron entendidos por direcciones políticas que, apoltronadas en la capital, hacían discursos formales y buscaban la unidad, para participar en elecciones. Hoy la vida lo ha demostrado. Esas figuras fueron -en el mejor sentido de la expresión- chicos de la calle, frutos silvestres; que no tuvieron la suerte de crecer a la sombra del Gran Padre -el Partido- que tuteló y guió liderazgos de otras generaciones.

La Izquierda hoy, debe marchar por dos carriles. Por el pedregoso y áspero camino de la lucha social, con todos los sacrificios que implica esa batalla; y por la brillosa y asfaltada carretera electoral que sólo podría asomar prometedora, a condición que funda la voluntad popular en un solo haz Para transitar por la segunda ruta, será indispensable, antes, recorrer la primera. Entonces, el trabajo político deberá asomar como la primera tarea en la orden del día. Y es que sólo con él, será posible fortalecer las estructuras que le permitan a la izquierda hacer un buen papel en la segunda vía. Por lo demás, le ayudarán a despejar el camino, a definir sus alianzas y a perfilar objetivos. Vladimir Cerrón, Zenón Cuevas, Walter Aduviri, Gregorio Santos y Verónica Mendoza son -todas- cartas validas para estos efectos. La tarea, es unirlos.

Para ninguna de esas dos opciones, la Izquierda deberá renunciar prioritariamente a acuerdos y alianzas entre sí. Por el contrario, deberá buscarlas obsesivamente, sabiendo sin embargo, que la unidad nos se construye en abstracto, ni se forja entre espíritus puros ni evangélicos. Cada uno de los que aporten a ella, traerá su propia cosecha de aciertos y errores. Y la aspiración colectiva, será que todos se ayuden -unos a otros- para superar, también sus precariedades de manera fraterna, solidaria, y colectiva. Sumar, entonces, es la tarea, sin prejuicios, ni trastiendas.

Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.