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Libre mercado, menoscabo de la economía campesina salvadoreña

Fuentes: Rebelión

La economía campesina sigue deteriorándose paulatinamente agudizando consigo una multiplicidad de problemas en el área rural (emigración, desempleo estructural, detrimento de los salarios reales, pobreza, inseguridad, dependencia alimentaria, por mencionar algunos). Aunque la problemática se presenta en el escenario político, las soluciones propuestas son demasiado ambiguas, mediáticas y aisladas y sólo profundizan el problema. En […]

La economía campesina sigue deteriorándose paulatinamente agudizando consigo una multiplicidad de problemas en el área rural (emigración, desempleo estructural, detrimento de los salarios reales, pobreza, inseguridad, dependencia alimentaria, por mencionar algunos). Aunque la problemática se presenta en el escenario político, las soluciones propuestas son demasiado ambiguas, mediáticas y aisladas y sólo profundizan el problema. En consecuencia, es un compromiso desde la Academia poner en perspectiva y de forma crítica, aunque sea por el momento de forma introductoria y descriptiva, las condiciones de la economía campesina en el contexto de la globalización neoliberal.

La economía capitalista -en su fase neoliberal- se sustenta en una creciente confianza sobre el libre mercado como la macroinstitución más eficiente y justa para asignar los recursos al conjunto de la economía. Pero la realidad misma demuestra que es un ideario demasiado vacío, realizable solo el mundo abstracto-teórico, que es una lógica preñada de mezquinos intereses e intrínsecamente relacionada con la lógica capitalista de acumulación y valorización del capital. Desde esa perspectiva, el mercado capitalista no es un diseño institucional para converger en una satisfacción digna de las necesidades humanas, su arquitectura fue creada en lo esencial para consumar la desenfrenada avidez capitalista de maximización de las ganancias.

La economía convencional sostiene que las principales fuerzas reguladoras del mercado, la oferta y la demanda, determinan en forma conjunta un precio de equilibrio que, bajo el supuesto de competencia perfecta, es considerado un precio competitivo de mercado. A este precio de equilibrio dado, las unidades productivas están dispuestas a tomarlo para ofertar el bien o servicio y, a la vez, el consumidor está dispuesto a pagarlo. Para ser competitivas, las empresas deben funcionar bajo el principio de eficiencia productiva, es decir, las empresas deben hacer un uso óptimo de sus recursos, de forma tal, que se obtenga la mayor cantidad de producto con el mínimo coste de producción. Efectivamente, aunque en la realidad no existen mercados de competencia perfecta, sino más bien de incompetencia perfecta, el mercado mundial y nacional opera bajo la lógica de la eficiencia productiva. Las empresas que ganan mayores cuotas de mercado y mejoran su productividad, es decir, las empresas más competitivas, son consideradas eficientemente productivas, técnicamente. La fuerte competencia a la que están sometidas estas empresas, les obliga a invertir en la innovación de sus estructuras productivas, organizacionales y distributivas, para ganar mayor competitividad, de lo contrario el mercado les obliga a desaparecer.

Para que las empresas puedan aumentar su eficiencia productiva, se requiere de la incorporación de progreso técnico, el nuevo paradigma tecnoeconómico de la economía y la competitividad internacional. La inversión en conocimiento y tecnología demanda presupuestos elevados y sólidamente financiados, es decir, limitadas empresas tienen la capacidad de financiar estos proyectos de inversión, en realidad, sólo las grandes corporaciones transnacionales, que buscan expandir sus mercados al resto mundo y mantener un control monopólico sobre los mimos.

Con la implementación de las políticas de corte neoliberal en El Salvador, a inicios de la década de los noventa, la economía salvadoreña se integra al comercio internacional bajo el contexto de la globalización economía neoliberal, caracterizada por una progresiva integración global de los mercados y una creciente movilidad de capitales de inversión, principalmente. En ese escenario, la economía nacional entra en profundo proceso de apertura externa, mediante una deliberada desregulación y liberación comercial, principalmente por medio de un sistemático proceso de desgravación arancelario.

Asímismo, producto de la apertura externa y sin un mayor grado de protección a sectores estratégicos nacionales, la economía campesina salvadoreña -sus unidades productivas y organizativas-, pasan a competir directamente no sólo en el mercado nacional, sino con el mercado mundial, vale decir, con las estructuras productivas y las empresas de los países más desarrollados. Cabe preguntarse, entonces ¿qué efectos tiene sobre la economía campesina la apertura externa en condiciones de libre mercado?

La economía campesina salvadoreña se caracteriza por tener dos tipos de mercado, a saber; por una parte se encuentra el mercado no capitalista, cuya producción de bienes está destinada directamente para el consumo de las familias, que garantiza su derecho a la alimentación, parte fundamental para alcanzar un desarrollo físico y material digno. Por otra parte, está el mercado capitalista, dado que los campesinos necesitan acumular excedente para poder satisfacer otras necesidades más allá de la alimentación, como educación, salud, vivienda, vestuario, entro otras; pero sucede que este mercado ha sido históricamente de subsistencia, el excedente generado apenas contribuye a solventar algunas necesidades básicas de las familias, como las ya antes mencionadas.

Desde los postulados del libre mercado, la economía campesina es arcaica, retrograda, ineficiente productivamente, incapaz de adaptarse a los requerimientos competitivos del mercado mismo, por tanto, debe desaparecer y dejar que las grandes empresas, las de mayor eficiencia técnica, puedan abastecer los mercados. Tal como sucede en la actualidad, las grandes corporaciones transnacionales controlan mayoritariamente los mercados de alimentos y compiten bajo condiciones de libre mercado, lo que les ha llevado a posicionarse con un control monopólico, como es el caso de la empresa multinacional Monsanto.

Acontece que la desaparición de la economía campesina, desde la lógica del libre mercado, no es tan viable; existen factores políticos, sociales y culturales que no permiten un cambio tan radical, que podrían provocar una nueva insurgencia campesina. Surge entonces, una visión más voraz y destructora de la vida, hacer eficiente la economía campesina, tomando de base los postulados de la economía capitalista con el objetivo de que esta pueda ajustarse a los cánones competitivos del libre mercado. Por supuesto, la idea no es generar grandes excedentes, sino más bien mantener a la economía en condiciones de subsistencia, donde no generan mayor competencia a los monopolios de las grandes empresas alimentarias.

En busca de ese nuevo propósito, las grandes corporaciones dedicadas a la producción de insumos para alimentos pasan a ser proveedoras de las economías campesinas, por ejemplo, de pesticidas, insecticidas y herbicidas para la producción agrícola, con el objetivo de simplificar las tareas de limpieza de los cultivos y el control de plagas; o que decir también, de la provisión de fertilizantes o semillas «mejoradas», para aumentar el rendimiento de la producción. Estas prácticas, no sólo ponen en duda la inocuidad de los alimentos que se consumen, sino que tienen repercusiones irreversibles sobre la salud humana, como es el caso de la mayoría de habitantes de San Luis Talpa, La Paz, que están padeciendo y muriendo de insuficiencia renal crónica, caso estrechamente ligado al uso y manejo de pesticidas.

A forma de síntesis, la creciente apertura externa al comercio mundial menoscaba fuertemente las unidades productivas campesinas, que son el medio de subsistencia de las familias, mejor dicho, garantizan su derecho a la alimentación; con esta medida, se ha puesto en peligro la desaparición de esta actividad productiva, debido a la alta competencia a la que está sometida y sin ninguna protección. Por otra parte, se está propiciando cada vez más que la alimentación de las unidades familiares ya no dependa de sí mismas, sino que dependan de la decisión de las grandes empresas, que también controlan indirectamente la producción manejando los precios de los insumos agrícolas, lo que va generando una mayor dependencia alimentaria.

En esa vía surge la necesidad de hacer propuestas, aunque de momento lineamientos generales, para reestructurar la economía campesina; donde, sin duda, el Estado juega un papel crucial para crear y fomentar una nueva política económica. La forma de inserción de la economía salvadoreña al comercio mundial debe replantearse desde otra óptica, no es posible entrar a competir con asimetrías tan acentuadas con países con estructuras productivas más diversificadas y homogéneas; se deben proteger sectores estratégicos como el de alimentos, un tema que transciende a la seguridad nacional. Además, se deben renegociar los TLC´s, principalmente con Estados Unidos y la Unión Europea, que prohíbe al Estado, por ejemplo, la entrega de subvenciones a la producción agrícola.

Por otra parte, es urgente plantear una profunda reforma agraria, que permita a los campesinos acceder a medios de producción, principalmente al factor tierra con vocación para el cultivo agrícola. Por supuesto, la economía campesina es mucho más variada, y habrá que fomentar la ganadería, la avicultura, frutas y hortalizas, para generar mayor variedad en la canasta de consumo.

Seguidamente, existe la necesidad de crear excedente en la economía campesina que garantice a las familias mayores posibilidades para un desarrollo integral, teniendo acceso a servicios básicos que garanticen su reproducción material y espiritual. Pero, sin duda, el gran reto será cambiar la forma de distribución del excedente generado, de forma que sea repartido equitativamente entre sus beneficiarios. Pero además, es necesario crear un marco que asegure a las familias su derecho a una alimentación digna, el derecho a una soberanía alimentaria sustentable, que pasa por la recuperación de la producción de semillas nativas, que son herencia de las comunidades originarias; también, es necesario nuevas prácticas de productivas, como la producción orgánica de los alimentos, que asegure la inocuidad de estos.

Pero además, existen otros retos que enfrentar en la actualidad, por ejemplo, producto del acelerado ritmo de producción del sistema capitalista, se van generando impactos irreversibles sobre la naturaleza y como resultado, se dan fenómenos como el del «niño», que produce prolongadas sequías, afectando duramente la producción de los campesinos. En ese sentido, el Estado debe crear un sistema de protección a la producción agrícola para ayudar a sostener a las familias campesinas en época de crisis, pero más aún, debe prepararse para adaptarse al cambio climático, con la adopción de sistemas de riego que permitan controlar la producción y garantizar el derecho a la alimentación de las familias campesinas salvadoreñas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.