Hace un par de años tuve la oportunidad de conocer y conversar con una compatriota, originaria del Congo, un cantón del departamento de Santa Ana. Había llegado a Alemania junto con su hijita en el marco de la ayuda humanitaria «Corazón Alemán», proyecto promovido e impulsado por un catedrático de la Clínica de la Universidad […]
Hace un par de años tuve la oportunidad de conocer y conversar con una compatriota, originaria del Congo, un cantón del departamento de Santa Ana. Había llegado a Alemania junto con su hijita en el marco de la ayuda humanitaria «Corazón Alemán», proyecto promovido e impulsado por un catedrático de la Clínica de la Universidad de Friburgo en colaboración con el hospital Benjamín Bloom en San Salvador. La pequeña había sido intervenida quirúrgicamente debido a una enfermedad congénita cardiovascular, sin la cual le esperaba una muerte segura. La intervención a corazón abierto había transcurrido exitosamente y la niña guardaba reposo en la unidad de cuidados intensivos.
Como parte de un grupo de colaboradores hispano parlantes, mi labor en esos momentos era la de traducir, atender a las necesidades de la madre y acompañarla en esos momentos angustiosos, en que La Pelona, consciente de la complejidad de la operación, seguía deambulando en los corredores del hospital de niños esperando llevarse el alma de la cipotía.
Fue precisamente en esa ocasión que constaté que la dolarización oficial de la economía salvadoreña a partir del año 2001 no solamente elevó el índice de coste de vida, sino que también corrompió el lenguaje popular salvadoreño. Tan alto está el costo de la canasta familiar en la actualidad que tener un par de huevos puede costar hasta la vida. En El Salvador, cuando se es pobre, es decir, cuando no se tiene empleo o no se cuenta con un familiar que subvencione la canasta familiar con periódicas remesas de dólares, los dolores van desde los de cabeza, pasando por los del estómago hasta llegar a los de los pies. Y, ¿qué decir de los indigentes?
¿Cuánto cuesta una pupusa? – pregunté a la joven madre, pensando en el índice Bic Mac. Un «cora» – respondió, con la fluidez y soltura de alguien que está 100% seguro de lo que está diciendo. ¿Un qué? – riposté consternado, pues la paisana me había agarrado en curva. El mencionado «cora» resultó ser ni más ni menos que un cuarto de dólar.
Si la pupusa, el plato típico por excelencia en la cultura salvadoreña y, además, el más popular, costaba en ese entonces un «cora», es decir, 25 centavos de dólar, ¿cuánto costaría el frijol, el arroz, la leche, el transporte y la vivienda? ¿O una compleja operación a corazón abierto?
La dolarización de la economía salvadoreña, que dicho sea de paso se está transformando en un «socialismo sui generis», a decir de la dirigencia del FMLN, no ha contribuido hasta la fecha al crecimiento sustancial de la misma. La dependencia de las remesas, principalmente las que llegan de los Estados Unidos, donde trabaja de manera legal e ilegal más de un millón de salvadoreños, es tal, que cualquier retorcijón de tripas económico provocado por la falta de empleo en los Estados Unidos, o por las medidas anti extranjeros y proteccionistas que está impulsando la administración de Donald Trump, pueden provocar una churria –diarrea– macro y micro económica mucho más complicada y peligrosa que la provocada por la ingestión de pupusas contaminadas con virus o bacterias.
Medardo González, otrora Comandante Milton de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí, una de las organizaciones político-militares más radicales -en sus inicios lucharon y murieron por un socialismo proletario-, y actual secretario general del FMLN, expresó en cierta ocasión que su partido está luchando por un socialismo propio, tan guanaco «como las pupusas de loroco».
¡No sé qué le hubiera ocurrido al ex comandante Milton, si en los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado se le hubiera ocurrido postular por «el socialismo con sabor a pupusa de loroco»! Seguramente lo hubieran descuartizado -ideológicamente hablando- sus mismos camaradas del Comando Central y con sus vísceras hubieran preparado uno de los platos más típicos y populares: Yuca con fritada, el hermano mellizo de las famosas pupusas.
La santaneca y su hija regresaron después de unos días y aunque su visita en estas tierras no tuvo nada que ver con la dolarización ni con las debilidades macroeconómicas nacionales, el encuentro me trajo a la memoria aquellos años, en la década de los 60, en que uno podía hartarse de pupusas con un colón salvadoreño o comprar con un tostón (50 centavos) yuca con chicharrones en el Mercado Central y todavía sobraba para beberse una Pilsener bien helada.
Cada época tiene su propio sello y ya que en la vida todo cambia para bien o para mal, no es extraño que cambie la moneda y su valor. Lo que si llama la atención es que un gobierno que proclama ser de izquierdas y gestor del «socialismo guanaco», mantenga todavía la ley de integración monetaria impuesta por el partido derechista de ARENA, a pesar del carácter antipopular de la misma. Sin duda alguna, muchas cosas han mejorado en El Salvador, sobre todo en la dimensión política; pero después de la tertulia meramente anecdótica con la paisana, para mí quedó diáfanamente claro que a nivel socio-económico las cosas han empeorado para los sectores sociales con menor poder adquisitivo.
Escuchando a la joven madre salvadoreña relatar las adversidades que sufren los «tristes más tristes del mundo» en el campo y la ciudad en El Salvador del siglo XXI, percibí los dolores que provocan los dólares, sobre todo cuando no se tienen la cantidad suficiente y necesaria para resolver los problemas económicos del día a día.
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