Decenas de miles de peruanos se movilizaron ayer en nuestra capital y en otras ciudades del país para decir ¡NO! a la corrupción y a la impunidad. La cita terminó ante el Palacio de Justicia, esa inmensa mole acero y cemento que hiciera, alguna vez exclamar al Presidente Velasco Alvarado: «¡tanto Palacio, para tan poca […]
Decenas de miles de peruanos se movilizaron ayer en nuestra capital y en otras ciudades del país para decir ¡NO! a la corrupción y a la impunidad. La cita terminó ante el Palacio de Justicia, esa inmensa mole acero y cemento que hiciera, alguna vez exclamar al Presidente Velasco Alvarado: «¡tanto Palacio, para tan poca justicia!»
Los manifestantes de ayer no se movilizaron porque creyeran, necesariamente, en la justicia administrativa por esta estructura del Estado. Fue esa la ruta combinada por las autoridades y los convocantes que, en otra circunstancia, habrían llegado hasta la Plaza de San Martín, escenario de muchas otras citas con la historia.
La movilización de ayer, ciertamente nutrida y combativa, de mostró, .más allá de pequeños contratiempos y desavenencias, , que es posible hacer aguerridas manifestaciones al margen del calendario electoral del país; y que, además, está viva en el corazón de los peruanos, la indignación que concita el hecho que cuatro de los cinco últimos Jefes del Estado ungidos a esa función por el voto ciudadano sean considerados hoy pasibles de la comisión de delitos en extremo graves contra el patrimonio del país.
De Alberto Fujimori podía esperarse todo. Fue una creación artificial surgida de una coyuntura maléfica en la cual la clase dominante puso al país ante una disyuntiva siniestra: optar por el modelo neo liberal en toda su extensión, o dar un salto al vacío, que terminó peor.
La elección del «chinito de la yuca» fue la expresión de lo segundo que arribó a lo primero, cuando el nuevo mandatario, aún antes de asumir su gobierno , se «vendió» al Fondo Monetario Internacional luego de un opíparo almuerzo que le ofreciera Michel Camdessus en un elegante restaurante del aeropuerto de Nueva York, en junio de 1990.
La gestión de Fujimori -como los productos comerciales que se ofertan al comprador desprevenido- trajo tres ofertas en una: Modelo neo liberal en toda su extensión; violencia criminal y sin medida; y corrupción galopante.
Al concluir el siglo pasado, el país estaba sumido no sólo en el desconcierto, sino también, en la barbarie: 70 mil muertos, 6 mil millones de dólares birlados de los fondos del Estado, y liquidación de las libertades públicas y los derechos ciudadanos, y aun individuales. Una sociedad no sólo envilecida, sino también paralizada.
Lo que sorprende -y aun indigna- ahora a los peruanos, es el hecho que algunos de los que combatieron y denunciaron ese infierno; terminaron luego presas de los mismos vicios aunque, ciertamente, en porcentajes menores. Siguieron la huella, el mismo derrotero; y terminaron -como Fujimori- en símbolos del oprobio.
La manifestación de ayer tuvo la virtud de demostrar que la gente de la calle, no ampara a nadie. Puede establecer las diferencias -y de hecho las anota- entre uno y otro; pero considera que todos deben ser investigados y sancionados por haber defraudado la expectativa del país. Nadie debe quedar al margen de un legítimo castigo: Ni corrupción, ni impunidad, fue la consigna.
Quizá una de los rasgos más significativos de la concentración del 16 de febrero, fue el hecho que ella se escenificó en casi todas las ciudades del país.
En Arequipa, más de 30 mil personas tomaron prácticamente el control del centro de la ciudad. Y lo mismo ocurrió en Cusco, Puno, Ica, Huancayo y Cajamarca. En otras localidades, recientemente afectadas por severos desastres naturales -como Chiclayo, Piura o Trujillo- también se perfiló el macilento rostro de los pobres ganados por la ira. Nadie quiso estar fuera de esta convocatoria.
Adicionalmente, hay que subrayar que peruanos en París, Londres, Madrid, Nueva York, y otras ciudades, compartieron la iniciativa, y la esperanza.
La derecha, hizo todo lo que pudo por desacreditarla. Dijo, primero, que era apenas una «concentración sindical» en un país en el que los sindicatos están debilitados. Aseguro, después, que se trataba de «una maniobra de la izquierda» para «apoderarse de una bandera». Y, finalmente, atribuyó la convocatoria del evento a una figura del escenario electoral pergeñando la idea de que lo que anhelaba era «ganar votos».
Ninguna de estas tentativas, le dio resultado. Pudo, sí, disminuir la tensión en torno al evento, restarle audiencia o publicidad, quitarle la sensación de una «acción de todos» -o casi todos-, como ocurrió más bien el pasado 5 de abril o el 29 de mayo del 2016, cuando el país debía optar -otra vez- entre la civilización y la barbarie.; pero no la impidió Ni siquiera, pudo desacreditarla.
Cuando se inscriba la historia de la lucha contra la corrupción en el Perú, la Jornada del 16 de febrero del 2017 será tomada en cuenta como el símbolo de una sociedad que sabe orientar sus demandas y es consciente de sus obligaciones.
Estar en la movilización, confundirse con las masas que se dan cita en ella y marchar al lado del pueblo con una legítima bandera, es también un honor que podemos darnos los peruanos en esta hora difícil.
Gustavo Espinoza M., miembro del colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.
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