«La izquierda no tiene ni puta idea del mundo en que vive» (José Saramago) Esta crisis está suponiendo, desde muchos puntos de vista, el colofón a una derechización largo tiempo denunciada. Primero fue nuestra identidad de izquierda; después nuestras políticas públicas, y para terminar, nuestro espacio político, amenazado de extinción. La situación comienza a frisar […]
«La izquierda no tiene ni puta idea del mundo en que vive» (José Saramago)
Esta crisis está suponiendo, desde muchos puntos de vista, el colofón a una derechización largo tiempo denunciada. Primero fue nuestra identidad de izquierda; después nuestras políticas públicas, y para terminar, nuestro espacio político, amenazado de extinción. La situación comienza a frisar lo dramático, no tanto para el socialismo (que está muy vivo) como para la Internacional.
Es la triste crónica de una decadencia anunciada y el que no quiera verla o se limite a explicarla a partir de factores coyunturales evidencia un conformismo suicida. Ha llegado, muy al contrario, el momento de enfrentar, políticamente, el problema político contenido en esta crisis que nos ahoga.
Basta de enunciados rimbombantes y declaraciones solemnes. Convoco, desde aquí, a la acción; a la celebración de unos Estados Generales de la Izquierda, abiertos, plurales y vinculantes, que frenen nuestra sangría emitiendo diagnósticos claros y definiendo -a partir de nuestros valores históricos- estrategias políticas comunes, dignas de ser llamadas socialistas.
Si la crisis nos está restando influencia es porque, en los últimos veinte años, hemos perdido algo más que elecciones: nuestra visión del mundo se ha desdibujado. Hemos aceptado, casi sin rechistar, enroques ideológicos que nos sitúan en inferioridad porque nos ponen a jugar en territorio enemigo.
A muchos de nosotros nos cuesta manejar, aisladamente, conceptos como libertad, seguridad o privacidad. NO encajan en nuestra tradición política. Para dotarlos de sentido, necesitamos conjugarlos con ideales concretos pero, sobre todo, direccionales, como igualdad, estabilidad o solidaridad.
Insistir en lo contrario nos conduce, irremediablemente, a la debacle electoral… ¿Quieren ejemplos? El guión, no falla: primero son las flexibilizaciones de los mercados laborales; la mercantilización del conocimiento o la aprobación de leyes abortistas que niegan los derechos humanos de las mujeres… Después vienen derrotas en las urnas que -empezando por América Latina y concluyendo, ahora, por Europa- nos han conducido a la práctica desaparición en muchos países.
¿Debemos, frente a esa situación, seguir negando la desnudez del Príncipe? ¿conformarnos con parches dialécticos orientados a negar la evidencia? ¿soportar que, si lo denunciamos, se nos tilde de molestos y anticuados? Nos negamos: somos portadores del legado moral de los Jean Jaurès, Pietro Nenni, Fiedrich Ebert, Indalecio Prieto, Willy Brandt o ya que estamos en tierra dominicana y somos mujeres, de las hermanas Mirabal.
El eje de nuestra denuncia es simple: abdicamos, cada vez más, de nuestras funciones básicas porque somos cada vez menos capaces de tender puentes entre sociedades -ora pujantes, ora golpeadas- y grandes capitales que anteponen la realización de sus beneficios al progreso pero, sobre todo, al bienestar social.
Las demandas populares de participación tienen que ver, precisamente, con lagunas en la representación que nos otorgan los ciudadanos con la esperanza de que frenemos una ofensiva reaccionaria (también llamada neoliberal) que, paradójicamente, muchos contribuyen a apuntalar…
Por eso es necesario rebelarse frente a los rigores de un pensamiento único que, reconozcámoslo, también carcome nuestras entrañas. La crisis nos obliga a actuar con rapidez. Estamos frente a una situación política de emergencia que nos orilla a alterar el rumbo: de ahí la pertinencia de una propuesta como la convocatoria a unos Estados Generales de la Izquierda.
Y es que ya no basta con administrar distinto. Necesitamos relacionarnos de forma diferente con nuestros conciudadanos. No se trata de estrategia electoral sino de concepción política: tenemos que volver a escuchar a aquellos que -como los jóvenes, las mujeres, los nuevos actores sociales o los ciudadanos de los países del Sur- nos apoyan.
Es más: tenemos la obligación moral de integrarlos en los procesos de toma de decisiones… exigiéndoles, eso sí, que se apeguen a nuestra herencia socialista, siendo severos -como no lo hemos sido hasta ahora- con aquellos que incumplen decisiones colectivas o se desvían, más allá de lo razonable, de nuestros puntos políticos de referencia, claramente enunciados en nuestra Declaración de principios.
Es un problema voluntad: hay foros internacionales mucho menos militantes que el nuestro que -como la COPPPAL- actúan en ese sentido y crecen…
…y no son los únicos que progresan: nuestros adversarios de izquierda -esos a los que a menudo calificamos, con una mezcla de miopía, arrogancia y superficialidad, de soñadores, populistas o radicales- nos están disputando el espacio político sobre la base de una relación más coherente entre su posicionamiento político y la toma de decisiones públicas: América Latina es una prueba de ello y Europa (véase los casos de Italia, Alemania y muy probablemente Gran Bretaña y quizás, Francia) comienza a serlo.
Puede que los Lula, Correa, Livingstone o Lafontaine se equivoquen a menudo pero también resulta difícilmente discutible que si responden más a lo que la gente espera de ellos es porque sus compromisos y sus tabúes no son tan grandes como los nuestros.
Nosotros, en la medida en la que reducimos nuestro margen de maniobra, corremos un riesgo político cada vez mayor… y no se trata de interpretaciones: lamentablemente, resultados como los citados atestiguan que no estamos ante meros accidentes, sino ante tendencias estructurales…
Creemos, por ello, que ha llegado el momento de actuar. No se trata de cambiar nombres sino de revertir lo que algunos, conformismo mediante, parecen considerar como inexorable.
Nuestra convicción no es nueva: llevamos intentándolo desde que, hace más de diez años, la Tercera Vía parecía sinónimo de modernidad y volvemos a intentarlo ahora que el hundimiento de dicha propuesta parece inminente. En esta ocasión, por cierto, no estamos solos: nos acompañan nuevas y calificadas voces…
Ellas y nosotros, todos juntos, estamos firmemente convencidos de que hay que refundar el proyecto socialista: de que tenemos la obligación moral de recuperar nuestra capacidad de transformación y por ende, de liderazgo, a partir de nuestra identidad de izquierda. La Internacional precisa un impulso que frene su decadencia e insufle esperanza a un mundo en crisis. La ilusión no se construye en talleres ocre; las ideas frescas brotan de propuestas abiertas, como los Estados Generales de la Izquierda ¿Los convocamos?
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* Margarita Zapata es Socióloga y abogada. Ex Vicepresidenta de la Internacional Socialista y de la Internacional Socialista de Mujeres. Fundadora del Foro Internacional en Defensa de los Derechos Humanos de las Mujeres. [email protected]
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Discurso distribuido durante la reunión de la Internacional Socialista, celebrado los pasados 23 y 24 de noviembre en Santo Domingo, República Dominicana. Ante la negativa de que este texto fuera leído ante el plenario, tuvo que ser leído ante una comisión.