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Perú, un año cuesta arriba

Fuentes: Rebelión

El 2017 luce un año «cuesta arriba» para todos los peruanos. Unos y otros la verán color de hormiga por lo menos en los próximos 12 meses, habida a cuenta la gravedad de la crisis y de los retos que asoman. «Los de arriba» y «los de abajo», es decir gobernantes y gobernados, ricos y […]

El 2017 luce un año «cuesta arriba» para todos los peruanos. Unos y otros la verán color de hormiga por lo menos en los próximos 12 meses, habida a cuenta la gravedad de la crisis y de los retos que asoman. «Los de arriba» y «los de abajo», es decir gobernantes y gobernados, ricos y pobres, tendrán dificultades de alto nivel, que será muy difícil ocultar.

Esta vez -por lo menos en un inicio- el viento sopla del este. Es decir, viene del Brasil, en un verdadero tsunami que luce presto a arrasar con todo. Se llama Odebrecht y, por lo pronto, ya puso en el banquillo de los acusados a los tres últimos Jefes de Estado, sin considerar que incluso el actual podría ser procesado por algo que hizo hace más de diez años.

En verdad es relativo eso de que se desconfíe de los tres últimos periodos gubernativos. Odebrecht, y sus prácticas malevas, se afirmaron aquí desde mucho antes, al inicio de los años 80. Podría considerarse eso como un elemento clave para investigar todo: lo que ocurrió en el Perú en los últimos 36 años en materia de compras, concesiones, licitaciones y otros.

Pero a eso habría que sumar, además, el hecho que fue bajo el fujimorato que la empresa brasileña expandió completamente su capacidad de acción, y operó con la mayor libertad ¿Por qué no investigar entonces al gobierno del chinito si pasó la historia mundialmente reconocido como el más corrupto del Perú en el siglo XX?

Sólo el miedo a la Mafia, o la voluntad de encubrimiento -es decir una clara muestra de complicidad- podría llevar a las autoridades encargadas de la investigación del caso, a pasar por alto esos diez años en los que el consorcio señalado hizo de las suyas en nuestro territorio.

Pero el «Caso Odebrecht», que habrá de durar todo el año, por lo menos, no es finalmente el único «gran tema» que pone al borde de la histeria al convulso escenario político. El «reparto del Poder», hoy en manos de dos fuerzas netamente caracterizadas, asoma como uno de los elementos de polarización más definido y tenso.

El Ejecutivo, en manos de PPK; y el Legislativo, bajo el control de Keiko lucen enfrentados ante los ojos de una buena parte de la opinión ciudadana. En verdad, no tienen mayores motivos de discordia. Los dos aman entrañablemente al Modelo Neo Liberal y se proclaman «fans» del Fondo Monetario y del Banco Mundial. No tienen sino ojos para estos organismos financieros, a cuya merced se inclinan con ferviente religiosidad y servilismo.

Lo que ocurre -y esto es lo que en alguna medida los diferencia- es que el Keikismo no puede contener su vileza ni su arrogancia, su descomposición moral, ni su voracidad sin límite. Por su intermedio, la Mafia busca engullirse el país entero sin renunciar siquiera a lo que podría perfectamente ser su lema de gestión: «la ociosidad, al servicio de todos los peruanos».

Porque Keiko -y la familia completa- lucen ante los ojos de los peruanos, como la expresión más calificada del desparpajo y de la vagancia. Ella, sin mover un dedo, alcanza ingresos mensuales que borden los 35 mil dólares sólo por efecto de los «depósitos» disciplinados de sus parlamentarios.

Pedro Pablo Kuczynski, al frente del gobierno luce siempre a la defensiva. Carece de garra, y no tiene iniciativa. Resulta incapaz de pelear por algo y capitula en cada esquina en nombre de una «gobernabilidad» que no le sirve y que tampoco usa. Sus parlamentarios -o por lo menos varios de ellos- son aun peores: levantan las manos, y se rinden aunque les apunten con un lapicero, sin siquiera detenerse a pensar en lo que están haciendo.

Para Keiko, sin embargo, las cosas no lucen mejor. El mastodonte que tiene en el legislativo resulta torpe y hasta casi inmanejable. Su «prenda mayor» -Luz Salgado- se enredó solita en su propia tela como araña golosa. Aseguró que renunciaría a su cargo si se «probaba» la existencia de una acción dolosa en su gestión, o si se encontraba un funcionario corrupto. Cuando ambas cosas ocurrieron, se puso a silbar de costado porque con ella, no era el asunto.

La voluminosa -y mediocre- «bankada» Keikista, resulta difícil de controlar. Finalmente registra fisuras que si bien no son aun profundas, ponen a luz rivalidades de orden personal, y ambiciones incontrolables. Como el agua continua que orada la piedra, la desazón irá creciendo en las filas de un segmento que cree tener en sus manos el poder del mundo, pero que ya no puede «hacer de las suyas», como se demostró en el reciente caso de las computadoras, cuya adquisición finalmente no pudo concretar.

Y es que más allá de las voluntades personales, está la mirada de la opinión ciudadana. La gente no «traga» fácilmente el sapo de la impunidad, ni oculta su rechazo ante las prácticas corruptas de la Mafia. Las movilizaciones de noviembre y diciembre -impresionantes, combativas y tumultuosas- sirvieron finalmente para que el país sepa que nadie puede hacer aquí, lo que le dé la gana.

Para el pueblo -ese pueblo que se movilizó en noviembre y diciembre contra la impunidad y la corrupción- también el 2017 será un año en extremo complejo. Nada de lo que conquiste, le caerá -como el Maná- del cielo. Ni estará sembrado en la tierra. Será obtenido con sudor y con lágrimas, pero también con sangre.

Eso se confirmo recientemente en las Bambas, y en las alturas de La Libertad; pero también aquí mismo, en Puente Piedra. Pero podrá ratificarse cualquier día en calles, o campos, de un nuestro país. Como en otras ocasiones, también el año que se inicia el pueblo deberá enseñar los dientes y luchar a brazo partido para salir adelante.

Y esto es algo que, lamentablemente, algunos no alcanzan a comprender. Por eso, el 2016 fue pródigo en renuncias, deserciones y rupturas en el campo popular. La Unidad, tan pregonada por todos, se vio una vez más simplemente traicionada Y hoy luce más lejos que todas las promesas juntas. Cada paso que se da, en esta vertiente, divide y debilita, más.

Y así será mientras en las cúpulas de la izquierda formal subsista a idea de construir a unidad «para ir a las elecciones». Ese siempre fue, y será, el camino equivocado.

No porque no haya que ir a procesos electorales. Claro que habrá que ir en una circunstancia determinada, y en una coyuntura concreta. Pero la Unidad que hay que construir -incluso para poder hacerlo- es la unidad política, aquella que surge a partir de banderas comunes, de aquí y de afuera.

El 2017 será el año del centenario de la Revolución Socialista de Octubre. Como lo dijimos los peruanos recientemente, más allá de lo ocurrido con la Unión Soviética a fines del siglo pasado, la Revolución Rusa -saludada y aplaudida por José Carlos Mariategui en 1918- «abrió una etapa inédita en la historia humana, y pudo mantenerse victoriosa por décadas, soportando el asedio de la reacción internacional expresada en múltiples formas de acoso y agresión; hoy se concreta como un símbolo imborrable en la conciencia de los pueblos».

Que el movimiento popular -por encima de sus propias diferencias- sume fuerzas para rescatar este imborrable episodio de la historia, podría abrir camino a una unidad política, indispensable en la coyuntura de hoy.

La formación de un Comité Peruano llamado a organizar durante todo este año actividades en honor a esta gesta internacional de los trabajadores, integrado además por algunos partidos de izquierda y diversos colectivos sociales; constituye un pequeño paso adelante para enfrentar este año que será ciertamente «cuesta arriba» para todo nuestro pueblo.

Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.