El Perú de nuestros días se encuentra envuelto en un escándalo de corrupción generalizada, algunos temen que incluso se trate de una situación endémica, mortal. Hace unas semanas atrás publiqué un artículo sobre el mismo tema, denominado «Corrupción en el Estado Peruano», en el partía de una pregunta: «¿Hasta dónde alcanza la descomposición del Estado […]
El Perú de nuestros días se encuentra envuelto en un escándalo de corrupción generalizada, algunos temen que incluso se trate de una situación endémica, mortal. Hace unas semanas atrás publiqué un artículo sobre el mismo tema, denominado «Corrupción en el Estado Peruano», en el partía de una pregunta: «¿Hasta dónde alcanza la descomposición del Estado peruano?» Y respondiendo esta interrogante, en la parte final argumentaba que «La corrupción no es de ahora, es de hace muchos años, desde la instauración de la República o antes».
El maestro Edmundo Murrugarra siempre atento a estas opiniones me escribió: «Guamán Poma, hace 400 años formuló la más completa denuncia de la corrupción que significo la colonización española. Y propuso la primera reorganización del Estado. Sigue hablándonos para los que quieren escuchar.»
Y en efecto, concuerdo absolutamente con la opinión del maestro Murrugarra, la corrupción con la que convivimos hoy, data desde aquel tiempo en que los españoles instauraron un Estado fallido, y postergaron a toda una nación. Luego de un largo proceso y con sus variantes, la situación es la misma. El tipo de corrupción que tenemos en el país data de aquel proceso. Un Estado ajeno a una nación que pese a todo se forja permanente un destino, una economía, una cultura multicultural, una identidad plural y diversa. Un Estado que le da la espalda a una nación emergente.
Primero fue el Estado colonial, que privilegiaba los derechos y prerrogativas de una élite social de ultramar, y confinaba a los autóctonos a un segundo plano considerándolos de poco o nulo valor; tuteló con deferencia incuestionable el enriquecimiento de unos pocos, con el trabajo y esfuerzo de los muchos que formábamos parte de un mandato virreinal. Felipe Guamán Poma de Ayala, grafica este momento procurando denunciar la estructura corrupta y desaprovechada de este período, para intentar transformar esta organización social y hacer un «Buen Gobierno».
Luego llegó la «Independencia», que institucionalizó un Estado criollo que empeoró las cosas para los indios, los mestizos, los negros, los mulatos, los subalternos de esta tierra; llegando el mejor momento de este modelo, al instituir una República que pasó con el tiempo a conocerse con el mote de República Aristocrática, caracterizada por la acumulación de unos pocos, la elitización del Estado y el desdén absoluto por las clases populares, principalmente por la autoctonía; que determinó el reconocimiento del Estado como un ente extremadamente racista y discriminador.
No fue hasta la llegada de Velazco Alvarado, que esto cambió profundamente, los giros que decretó no solo recaerían en el aparato económico del país, sino que a partir de esta transición, la Reforma Agraria pasaría también a tener un correlato en la vida práctica del país, la República Aristocrática no permitía que los sectores populares accedan al voto electoral, solo podían hacerlo los esferas acomodadas.
Luego de la Reforma Agraria, todos tenían derecho a votar, esto posibilitó el acceso al poder político de los estratos populares, e iniciar un largo proceso de participación y ciudadanía.
Pero tras Velazco, los ricos y poderosos de este país montaron su contraofensiva, y luego de deshistorizar la imagen de Velazco Alvarado, se dieron maña para imaginar como hacer para volver a tener un país en Lima, y qué el resto solo signifique acumulación económica.
Además, en este escenario concurrió como anillo al dedo de los acaudalados, un movimiento que ensangrentó al país por casi dos décadas, Sendero Luminoso, que jugó un importante papel para las intenciones de los grandes capitales en este país.
La guerra interna tuvo como teatro de operaciones: el interior del país; esto sirvió a los poderosos -siempre ligados al Estado-, para que prestos volvieran a estigmatizar a las provincias, y restituir la siembra del odio racista y discriminador en una Lima que ya no era la que ellos soñaban, era ya una Lima diversa, se estaba convirtiendo en una ‘Lima de Limas’. La guerra había acelerado los procesos migratorios y acentuó el cambio de rostro de esta capital contemporánea.
Ni Belaunde, ni el Alán de su primer desastroso periodo, pudieron con Sendero. Pero ya la policía por su lado, y el movimiento popular por el otro, habían ganado experiencia suficiente para poder enfrentarse a la guerra interna y derrotarla. Fue un grupo especializado de la policía la que permitió la derrota estratégica de Sendero, con la captura de su líder Abimael Guzmán; y fueron las Rondas Campesinas quienes se encargaron de la derrota táctica en el teatro de operaciones.
Pero estas circunstancias coincidieron con la llegada al poder de un advenedizo, de un político improvisado y por ello capaz de realizar las más sórdidas acciones para mostrarse como el adalid de la lucha contra la barbarie. El Estado peruano estaba en su peor momento, y las clases poderosas que lo patrocinaban y usufructuaban, no tenían muchos horizontes, cuando vieron en el avieso Fujimori, un hombre sin escrúpulos y con la inmoderación necesaria para realizar el sueño de aquellos potentados.
Fue Alberto Fujimori el encargado de edificar un Estado ad hoc a los intereses de éstos. De volver a poner al Estado de espaldas a la nación, acorde a la moda neoliberal, y de convertir a las clases populares en contrahechos alimentados por políticas asistencialistas indignantes y enajenantes; muchos de los migrantes autóctonos fueron convertidos irremediablemente en yanaconas coetáneos, sin criterio y sin discernimiento mayor, adictos al clientelaje y al pordioseo.
Fue este personaje de poco fuste, que logró la primera magistratura del país, quien hizo posible convertir al Estado peruano, luego de subastarlo, en un Estado de vocación corrupta, con una arquitectura funcional a mercado global, de una marcada orientación a servir a unos pocos, a enriquecer a los poderosos, y de estar siempre contra los sectores menos favorecidos.
El Estado corrupto de hoy en día tiene un autor: el siniestro Fujimori, y sus huestes.
Por eso, para quienes conocemos las cosas como son, y las llamamos por su nombre, nos causa una enorme estupefacción escuchar a la heredera del criminal de lesa humanidad hablar de luchar contra la corrupción.
Pero me deja privado de aire y de circunspección encontrar entre amigos y conocidos, a personas que son capaces de pensar que la señora que fuera Primera Dama de la dictadura fujimorista, tenga oportunidad para ‘decir su verdad’.
La única verdad es la de los hechos, y en esta oportunidad como en muchas otras los hechos no admiten duda: Este Estado corrupto de hoy en día tiene un apellido, y es Fujimori. Más claro no podemos decirlo, y la historia señores, no tiene tiempo para cortinas de humo, ni para sesgos mediáticos.
Pero no todo son malas noticias, creo que en este período, corren tiempos excepcionales, de cambio, de transformación, y tal vez podamos lograr que se condenen a los inimputables, y se sojuzguen a los verdaderos culpables. Todo depende de nuestra organización política, económica, y sobre todo cultural.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.