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Nicaragua

Recordando a Tomás Borge

Fuentes: Rebelión

En Nicaragua, una vez más la muerte ha golpeado a las puertas del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Esta vez en busca de Tomás Borge, Comandante de la Revolución, fundador del FSLN. Fallecido en el hospital militar de Managua, no dudo que Tomás hubiera preferido una muerte combatiente, de ser posible con olor a pólvora, […]

En Nicaragua, una vez más la muerte ha golpeado a las puertas del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Esta vez en busca de Tomás Borge, Comandante de la Revolución, fundador del FSLN.

Fallecido en el hospital militar de Managua, no dudo que Tomás hubiera preferido una muerte combatiente, de ser posible con olor a pólvora, más ajustada a su personalidad, a su azarosa vida y a su desbordante imaginación, que lo hacía pensar en sí mismo enfrentando enemigos y obteniendo contundentes victorias.

El héroe de referencia de Tomás era un personaje de novela, Winnetou el apache, que salido de la pluma del escritor Karl May pobló la imaginación del joven matagalpino, y que tres o cuatro décadas después seguía afirmando que los principios de la lealtad, la rectitud y la defensa de los humildes las había aprendido del indígena de sus lecturas adolescentes.

El referente ético de Tomás era sin lugar a dudas Carlos Fonseca. La muerte de Carlos nunca dejó de dolerle, lo torturaba, y transformó más de un insomnio en remembranzas de su compañero de ideales Recordando pasajes de sus vidas a Tomás se le llenaban los ojos de lágrimas. También lo hacía llorar el recuerdo de su hija Bolivia, que se suicidó mientras el dirigente sandinista estaba en la cárcel, decisión de la cual Tomás se sentía culpable.

Desde luego, Tomás admiraba a Fidel Castro y le hubiera gustado parecerse más a él. En realidad el parecido comenzaba porque ambos nacieron en la misma fecha, un 13 de agosto, pasaba por su pasión por los discursos épicos ante plazas llenas y terminaba en una obstinada testarudez a la hora de defender sus verdades. Es más, sospecho incluso que Tomás admiraba en secreto al Che, pero le tenía celos por la enorme cercanía e identificación que el guerrillero tuvo con Fidel.

La mayor realización de Tomás era hacer discursos apasionados, preñados de poesía, audaces parábolas y reflexiones políticas simples, que le permitían entrar en sintonía con las multitudes y, como director de una enorme sinfónica, dirigir, acordar y exaltar los sentimientos de todo un pueblo. Sus dotes de orador, tan superiores a las de sus compañeros, terminaron por ser fuente de discrepancias y en más de una ocasión debió ceder a regañadientes los micrófonos a alguno de sus pares de la Dirección Nacional.

El Comandante Borge fue encargado de las labores de Ministro del Interior. En la decisión se sumaron su propia terquedad, una división de tareas en que la Dirección Nacional operó con una errada visión de la unidad del Frente basada en las matemáticas simples y una fina línea maquiavélica de sus compañeros de armas, que no pusieron mucha resistencia ante su demanda y prefirieron batallar con la reforma agraria o las finanzas, antes que con lo múltiples enemigos que una revolución genera.

Tomás fue leal a los nicaragüenses, cumplió a cabalidad con la encomienda, guiado por la máxima de Implacables en el combate y generosos en la victoria, el MINT, centinela de la alegría del pueblo, como le gustaba decir, debió enfrentar más enemigos de los que nunca se imaginó y defender los primeros pasos de una proceso de cambio social inédito recurriendo a todas las formas de lucha y a la inteligencia de sus miembros. Sin duda se cometieron equivocaciones, pero nunca se cometió el error de traicionar la sobrevida de la Revolución.

La noche del 25 de febrero de 1990 en que el candidato a presidente por el FSLN, Daniel Ortega, fue derrotado por Violeta viuda de Chamorro, Tomás durmió sólo, acuartelado en su oficina del Ministerio del Interior. Lloró, lloró mucho, «como perro apaleado» según su posterior confesión. Cuáles fueron sus sentimientos son parte de los infinitos secretos que Tomás se lleva a la tumba y sería indigno intentar interpretaciones.

Es de honor recordar que Tomás hizo algunas reflexiones autocríticas sobre las causas de la derrota. Reconoció, por ejemplo que la arrogancia los había hecho perder contacto con la realidad. «Nos sentíamos dioses» dijo el Comandante y lo peor es que ahí le atinó medio a medio. Pero le faltaron fuerzas, o aliados, para llevar hasta el final esas autocríticas y las diluyó en medio de lugares comunes. Preparados sólo para la victoria, los miembros de la Dirección Nacional no tenían un plan, un proyecto, para la derrota y se desdibujaron e improvisaron una serie de errores antes de decidir una nueva estrategia.

A fin de cuentas, su rol opaco después de la derrota electoral es uno más de los innumerables fantasmas que cruzaban por su pensamiento y que hacían de él un personaje complejo. El Comandante Borge pasaba de la ternura a las explosiones de ira con facilidad. La frontera entre su corazón sensible, de poeta, y su carácter férreo y a veces duro era muy fina y transitaba de uno al otro por impulsos que sólo él era capaz de explicar y raramente lo hacía. Tomás era bueno para el perdón y extremadamente parco para las explicaciones.

Creo que los dolores vividos en su extensa vida guerrillera, la muerte de su esposa, hijas, amigos entrañables, combatientes del MINT que cayeron en cumplimiento de sus órdenes, terminaron por ocupar demasiado espacio en su corazón. Algunas operaciones especiales, que en defensa de la Revolución tuvo que decidir en su cargo de Ministro del Interior, también venían a sumarse a la carga emotiva de sus contradicciones.

Es indudable que la partida de Tomás cierra un ciclo histórico de las luchas populares de Nicaragua. Ojalá que su muerte sirva para recordar los valores morales del sandinismo, que han sido poco a poco relegados por sus dirigentes, arrastrando en esa deriva a una generación de sandinistas de base que no merecían vivirlo así y que los necesitarán si desean reconstruir los cimientos averiados de la Revolución de 1979.

El llamado «juicio de la Historia» lo hacen otros hombres, torturados por otros fantasmas y otras ambiciones, de manera que es prudente desconfiar de ellos. Por esa razón, termino señalando que es justo reconocer que con la Revolución Popular Sandinista Tomás obtuvo grandes victorias y derrotó muchos enemigos. Tal vez -por desgracia- nunca logró derrotar totalmente al adversario que llevaba en su interior.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.