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Es el “Ministerio de Colonias” el que no está preparado (no lo merece) para recibir a Cuba en su seno

Veleidades de una tesis esencialmente errónea (II y final)

Fuentes: Rebelión

A ninguna persona con conocimiento de causa le es ajena la arremetida contra Guatemala en 1954, por tropas mercenarias organizadas por la CIA, que derrocaron al gobierno de Jacobo Árbenz. Como apunta Oscar Sánchez Serra, en Granma, «la OEA se había prestado antes para aprobar una resolución que introducía la variante de intervención colectiva regional, […]

A ninguna persona con conocimiento de causa le es ajena la arremetida contra Guatemala en 1954, por tropas mercenarias organizadas por la CIA, que derrocaron al gobierno de Jacobo Árbenz. Como apunta Oscar Sánchez Serra, en Granma, «la OEA se había prestado antes para aprobar una resolución que introducía la variante de intervención colectiva regional, en expresa violación de su propia Carta y la de la ONU. Ante el hecho consumado, se limitó a dejar ‘hacer’ a EE.UU. y dilató el examen de la situación, ignorando los intereses del país agredido».

Pero quizás con quien más se ha lucido el «Ministerio de Colonias» -calificativo reiteradamente ratificado por Fidel y Raúl- ha sido con Cuba. El apoyo a la invasión de Playa Girón, en 1961; las acciones desplegadas para aislarnos, que concluyeron con la expulsión de la Isla, en enero de 1962, y la ruptura diplomática de los países de la región, representaron un nivel de ensañamiento tal, que colocó más en entredicho a ese organismo.

Por si no bastara, cuando en abril de 1965 desembarcaron los marines en Santo Domingo para impedir la inminente victoria del movimiento popular sobre las fuerzas de la reacción militarista, la OEA envió a aquella capital a su secretario general -uruguayo como Almagro-, José A. Mora, «con el aparente propósito de obtener una tregua entre los beligerantes», mientras se dilataba una decisión para facilitar que los yanquis tomaran el control.

Luego de múltiples gestiones, Washington logró por el estrecho margen de un voto aprobar una resolución que creaba una Fuerza Interamericana de Paz, con la que se perpetró por primera vez bajo la marca de la OEA una intervención colectiva en un país del área. Así las cosas, esa organización, entre cuyos postulados básicos incluía el principio de no intervención en los asuntos internos de otros Estados, continuaba en crisis de credibilidad.

Tiempo después, marzo de 1982 trajo la intervención británica con que comenzó la Guerra de las Malvinas, primera agresión de una potencia extracontinental a un país del Sistema Interamericano, lo que, según el TIAR, debía convocar la solidaridad continental con el agredido. Ante el asombro colectivo el Tío Sam dio un espaldarazo político y militar a Gran Bretaña e impuso sanciones económicas a Argentina. «¿Y la OEA qué?» -se pregunta Granma. Olímpicamente demoró su reacción, «adoptó una tibia resolución llamando al cese del conflicto y solo un mes más tarde condenó el ataque armado e instó a EE.UU. a que levantara de inmediato las medidas aplicadas a Argentina».

Y algo más: en octubre de 1983 fue derrocado el primer ministro de Granada, Maurice Bishop, asesinado a manos de los militares golpistas. Allí también USA envió una fuerza invasora, de 1 900 infantes de marina, que tomaron el control de la Isla. «El principio de no intervención volvía a carecer de validez. En la OEA, la mayoría aprobó esa acción como ‘medida preventiva'», en tanto otros la rechazaron. «Finalmente se condenó la invasión por catalogarla como violatoria de la Carta de Bogotá». Prueba de que no siempre el ente ha llegado a consenso absoluto.

Siguiendo la lógica del periodista Sánchez Serra, reparemos en que el fin de la llamada Guerra Fría y la desintegración de la URSS trastrocaron la geopolítica mundial, y que la OEA, llamada a capítulo por los Estados Unidos, intentó reacomodarse con el fin «supremo» de serle más fiel a las oligarquías, «por lo que comienza en 1991 a promover los preceptos de la democracia representativa burguesa y del neoliberalismo. Bajo esas banderas nacen las Cumbres de las Américas, a iniciativa de EE.UU., las que otorgaron renovados mandatos a la organización».

Es entonces, en 1992, cuando sobresale la creación de la Carta Democrática Interamericana, la cual llevó a nivel de tratado la imposición del unipolarismo a la región, «es decir la OEA no cambió su cara, tanto que frente al golpe militar en Haití, que depuso al presidente Jean Bertrand Aristide, exhibió el mismo grado de incapacidad y putrefacción. Delegó el tema en el Consejo de Seguridad de la ONU, que aprobó una fuerza militar multinacional ¿liderada por quién? Por EE.UU.».

Ensañadamente contra Cuba

Comulguemos igualmente con el aserto de que la OEA ha supuesto complicidad y «legitimación interamericana» de las agresiones de EE.UU. contra nuestro pueblo. El 18 de marzo de 1959, a dos meses y medio de la victoria de enero, el nuevo embajador de Cuba ante esa entidad, Raúl Roa García, proclamaba la posición que definiría la relación entre la Revolución y el organismo: «[…] En largos años no se había erguido y escuchado la voz genuina de Cuba en el Consejo de la OEA. […] No resulta ocioso recordarlo […] obvio estímulo a los pueblos todavía oprimidos. El derrocamiento de una tiranía mediante la acción armada no es un suceso insólito en nuestra América; sí lo es, en cambio, la que derribó la de Fulgencio Batista en Cuba».

No en balde el Canciller de la Dignidad aseveraba: «Me voy con mi pueblo, y con mi pueblo se van también de aquí los pueblos de Nuestra América». […] «Hasta ese momento, ningún mecanismo multilateral o regional había infringido o tratado de infringir más daño a un país que el de la OEA a Cuba. La denominada ‘cuestión cubana’ ocupó un lugar prioritario en la agenda de la OEA y, de conformidad con los intereses de Estados Unidos, comenzó a sentar las bases para el aislamiento político-diplomático de Cuba y […] ‘legitimar’ una agresión militar directa».

En este paneo no podía faltar que en agosto de 1959 los gobiernos de Brasil, Chile, los Estados Unidos y Perú solicitaron la convocatoria de un encuentro de cancilleres. Lógico: «la Revolución había promulgado la Primera Ley de Reforma Agraria, eliminando los grandes latifundios, entre ellos los de la United Fruit, en la que tenían intereses económicos los hermanos Allan Dulles, secretario de Estado, y Foster Dulles, jefe de la CIA».

Si bien esa V Reunión de Consulta, en Santiago de Chile, no adoptó ningún documento condenando a nuestro país, creó el «marco conceptual» que valdría para los propósitos de la política yanqui al efecto; estableció la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y la Comisión Interamericana de Paz recibió nuevas facultades, «lo cual formaba parte de la estrategia de creación o perfeccionamiento de herramientas que serían claves en la aplicación de directrices yanquis contra Cuba en el seno de la OEA».

Ante una avalancha de reuniones, Roa, prevenido de los objetivos, declaraba, primero en Washington: «El Gobierno de Cuba está convencido que todas esas acusaciones lo que pretenden es crearle a Cuba un ambiente internacional hostil, y organizar en Cuba una conjura internacional de tipo intervencionista, a los efectos de interferir, obstaculizar o malograr el desarrollo de la Revolución cubana». Y profería luego, en San José, una acusación reveladora: «Si de hacer justicia se trata, debería sancionarse, conjuntamente, a Trujillo y al gobierno de Estados Unidos».

La confabulación de San José

De acuerdo con nuestra fuente, del 22 al 29 de agosto de 1960 se efectuó, en la capital de Costa Rica, la VII Reunión de Consulta. Entre los puntos de su agenda constaba la vigorización de la solidaridad continental y del sistema interamericano, especialmente ante las amenazas de intervención extracontinental, y la consideración de las tensiones internacionales existentes en la región del Caribe, «para asegurar la armonía, la unidad y la paz de América».

El convite adoptó un documento final en cuyos párrafos 4 y 5 señalaba que el Sistema Interamericano es incompatible con toda forma de totalitarismo, y la democracia solo arribará a la plenitud de sus objetivos en el continente cuando todas las repúblicas americanas ajusten su conducta a los principios de la Declaración de Santiago de Chile y todos los miembros de la Organización están obligados a someterse a la disciplina del sistema interamericano, voluntaria y libremente convenida y que la más firme garantía de su independencia política proviene de la obediencia a las disposiciones de la Carta de la OEA.

Y esto, señores míos, se traduce en que en San José quedaron establecidas las condiciones, conforme a los términos yanquis, para imponer la exclusión del gobierno cubano. Por lo cual, en protesta, Roa anunció la decisión de retirarse de aquel vergonzoso conciliábulo. La frase de entonces funge de fundamento para la repetida negación a integrar el ministerio metropolitano, y cuyo sentido ha sido tomado como bandera, derrotero vital, por Fidel, Raúl y todo un pueblo: NO, ni falsos amigos ni enemigos jurados nos harán hacer las paces, desde dentro, con esa a quien los hijos de esta tierra, provistos de un gracejo que no cesa ni en las más peliagudas circunstancias existenciales -ni la Crisis de Octubre, ni el Período Especial- se acostumbraron, nos acostumbramos, a relacionar con la letra del cantor Carlos Puebla: Cómo no me voy a reír de la OEA, si es una cosa tan fea; tan fea que causa risa…

Mas apartándonos de lo lúdico, digamos con toda seriedad que, en respuesta a los resultados de la Reunión de San José, más de un millón congregado en la Plaza de la Revolución en histórica Asamblea General del Pueblo de Cuba, adoptó en representación de todos los compatriotas conscientes, los más, la I Declaración de La Habana, «mediante la cual se rechazaron las pretensiones hegemónicas de Estados Unidos contra Cuba, su política de aislamiento y el servilismo de la OEA ante esas patrañas».

En pretendida contestación, en diciembre de 1961 el Consejo Permanente de la OEA decide, a solicitud de Colombia, convocar la VIII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores para enero de 1962 (del 22 al 31), en Punta del Este, donde se tomaron nueve resoluciones, cuatro de ellas contra la Isla, «pero la IV era la ‘joya’ de la OEA: Exclusión del actual Gobierno de Cuba de su participación en el Sistema Interamericano, máxima aspiración yanqui para deslegitimar en lo político y diplomático a nuestra Revolución. La resolución fue aprobada con 14 votos afirmativos (Estados Unidos tuvo que comprar el voto de Haití para obtener la mayoría mínima), uno en contra -Cuba- y seis abstenciones: Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador y México. Las dos últimas naciones expresaron que la expulsión de un estado miembro no procedía, pues no existía una reforma previa de la Carta de la organización´».

Tocó el turno al presidente Osvaldo Dorticós, para hacer flamear la enseña que había alzado antes, en aquel mismo escenario, el Canciller de la Dignidad, Raúl Roa: «[…] Si lo que se pretende es que Cuba se someta a las determinaciones de un país poderoso, si lo que se busca es que Cuba capitule, renuncie a las aspiraciones de bienestar, progreso y paz que animan su revolución socialista y entregue su soberanía, si lo que se intenta es que Cuba vuelva la espalda a países que le han demostrado una amistad sincera y un respeto cabal; si, en una palabra, se intenta esclavizar a un país que ha conquistado su libertad total después de siglo y medio de sacrificios, sépase de una vez: Cuba no capitulará. […]. Vinimos para pasar de acusado a acusador, para acusar al culpable aquí, que no es otro que el gobierno imperialista de Estados Unidos. […] la OEA se hace incompatible con la liquidación del latifundio, con la nacionalización de los monopolios imperialistas, con la igualdad social, con el derecho a la educación, con la liquidación del analfabetismo […] y en ese caso Cuba no debe estar en la OEA. […] Podremos no estar en la OEA, pero Cuba Socialista estará en América; podremos no estar en la OEA, pero el gobierno imperialista de los Estados Unidos seguirá contando a 90 millas de sus costas con una Cuba revolucionaria y socialista».

Continúa la nota evocando que, «derrotado en Girón, en 1961; fracasados los planes de la Operación Mangosta, que condujeron a la Crisis de Octubre, de 1962, con el bloqueo económico, comercial y financiero ya proclamado y con bandas terroristas combatiendo en las montañas del Escambray, a Estados Unidos le quedaba solo internacionalizar su abyecta política, para lo cual se vale de la IX Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, en Washington en julio de 1964». Allí, mediante una resolución inspirada en el TIAR, dispone que los gobiernos de los Estados Americanos rompan sus relaciones diplomáticas o consulares con el Gobierno de Cuba. «Solo México mantuvo una posición digna y no se plegó a los designios del imperio».

La quiebra de una política

El 11 de septiembre del 2001, cuando el derribo de las torres gemelas en Nueva York, se promulgó la Carta Democrática Interamericana, la más solapada maniobra yanqui contra Cuba en la OEA, la cual estableció las reglas que estaban obligados a seguir los países para ser miembros del bloque hemisférico. «Antes no se podía ser marxista-leninista; ahora había que adoptar como requisito la democracia representativa burguesa y el ‘Dios Mercado’. En el fondo, se promovía, de forma similar, la exclusión de nuestro país. Pero la Revolución ingresó al siglo XXI vencedora del más largo y cruento asedio que pueblo alguno ha conocido en la historia de la humanidad». La nobleza y voluntad de la Isla es aplaudida. La OEA fracasó estrepitosamente.

A pesar del asedio, Cuba sostiene relaciones diplomáticas con todas las naciones del hemisferio y «fue aclamada en el Grupo de Río, porque ningún pueblo del continente nos excluyó jamás. Nuestro país no se asustó, no claudicó, no cambió un ápice su decisión soberana, no negoció su libertad, su independencia y su libre determinación. No es una posición de ultranza, es un principio, y fue fijado por Raúl Roa en agosto de 1959: «La Revolución Cubana no está a la derecha ni a la izquierda de nadie: está al frente de todos, con posición propia e inconfundible. No es tercera, ni cuarta, ni quinta posición. Es nuestra propia posición».

Y, entre otros factores, no se amilanó este pueblo por el ejemplo de sus líderes. El 2 de septiembre de 1960, tras la conjura de San José, en una multitudinaria congregación en la Plaza de la Revolución, Fidel dio lectura a la Primera Declaración de La Habana, donde propina un golpe demoledor a la trapisonda de San José:

«[…] La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba reafirma su fe en que la América Latina marchará pronto, unida y vencedora, libre de las ataduras que convierten sus economías en riqueza enajenada al imperialismo norteamericano y que le impiden hacer oír su verdadera voz en las reuniones donde cancilleres domesticados, hacen de coro infamante al amo despótico […]. En la lucha por esa América Latina liberada, frente a las voces obedientes de quienes usurpan su representación oficial, surge ahora, con potencia invencible, la voz genuina de los pueblos, voz que se abre paso desde las entrañas de sus minas de carbón y de estaño, desde sus fábricas y centrales azucareros, desde sus tierras enfeudadas, donde rotos, cholos, gauchos, jíbaros, herederos de Zapata y de Sandino, empuñan las armas de su libertad, voz que resuena en sus poetas y en sus novelistas, en sus estudiantes, en sus mujeres y en sus niños, en sus ancianos desvelados. A esa voz hermana, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba le responde: ¡Presente! Cuba no fallará. Aquí está hoy Cuba para ratificar, ante América Latina y ante el mundo, como un compromiso histórico, su dilema irrenunciable: Patria o Muerte»

Aquí, la apoteosis. Entre los aplausos y la aprobación de más de un millón de brazos, Fidel expresó: «[…] Ahora falta algo. Y con la Declaración de San José, ¿qué hacemos? El pueblo coreó: ¡La rompemos!, ¡La rompemos!» Y como anota el colega Oscar Sánchez, el líder tomó en sus manos el bochornoso texto y lo rompió ante la multitud. «Quedaban claras las cosas entre Cuba y la OEA. Las palabras finales de la Declaración de la Habana eran la premonición de lo que iba a ocurrir casi medio siglo después, al asistir la Revolución a los estertores de la organización».

El declive

Desacreditada, en pleno ocaso del Imperio más poderoso de la historia, el bloque encontró un «aire» en una iniciativa del presidente Clinton, quien en 1994 propuso las reuniones cumbres con todos los jefes de Estado y Gobierno del hemisferio, cuya organización, conducción y seguimiento confió a la OEA, con el fin de rescatarla de la inopia en que se encontraba.

«Tras la IV Cumbre de las Américas (Mar del Plata-2004), donde quedó enterrada el Área de Libre Comercio para las Américas, la OEA recibía otra bofetada que iría a engrosar su nefasto legado. Luego, su silencio frente a la incursión colombiana en Ecuador del 1ro. de marzo del 2008, también la sacudió y como otras tantas veces, el gobierno yanqui amparó el hecho, mientras el Grupo de Río respondió por la depauperada y vieja dama, dejándola para siempre sin voz. Durante la V Cumbre, en Puerto España, Trinidad y Tobago […] la OEA tampoco supo estar a la altura de las circunstancias en los hechos que condujeron a la masacre de campesinos en Pando, Bolivia, en septiembre del 2008». Fue la joven Unasur la nueva voz, bronca, fortalecida, que vindicó los derechos de los ignorados de ayer, de hoy, de siempre.

«Ante una realidad que ya le es ajena, la OEA se vio de frente a la sólida posición de los países de la región por la injusta exclusión de Cuba de la cita trinitaria. Ni ella ni su secretario general, el chileno José Miguel Insulza, pudieron evitar que el cuestionamiento a la política norteamericana hacia la isla fuera el gran protagonista. Insulza, había alertado Fidel, no tenía conciencia de que ‘ […] el tren ha pasado hace rato, y él no se ha enterado todavía'».

Como reflexiona el colega, «lo ocurrido allí demostró a los […] estadounidenses (acostumbrados a no aprender de los fracasos) que América Latina y el Caribe viven una realidad bien distinta a la de 1960 y 1962, en la que la región fungía como dócil escenario. La OEA y su portavoz, Insulza, no lo comprendieron, y repitieron la vieja práctica de hablar en nombre del amo: ‘EE.UU. tiene la voluntad de hablar con ellos (Venezuela y Bolivia). Pero debe ser un diálogo sin condiciones’. Así volvía sus pasos sobre lo que ha sido el corazón de la conflictiva relación entre Estados Unidos y la región, Cuba incluida: un diálogo con condiciones impuestas desde Washington. La OEA impuso la doble moral, la corrupción política y administrativa, hizo ingobernables las democracias, las convirtió en dictaduras y cuando no les sirvieron más, las reconvirtió en democracias más menguadas y lacayunas aún».

Anegada en sangre

Insistamos. «La organización que había favorecido el golpe de Estado de 1952 en Cuba; la que fue tan vaga frente a la acción militar contra el gobierno constitucional de Árbenz, en Guatemala; la que respaldó al sátrapa Anastasio Somoza y en 1961 no condenó la invasión mercenaria a Cuba, mientras eludía toda crítica al golpe de Estado contra el presidente electo de Ecuador, Velazco Ibarra, seguía siendo exactamente la misma que auspiciaba con su indulgencia la invasión militar a República Dominicana en 1965 y el envío de boinas verdes y armas a Guatemala en 1966, y a Bolivia en 1967, en tanto aplaudía las graduaciones de cientos de torturadores y represores en la Escuela de las Américas del Canal de Panamá. Contempló los golpes de Estado patrocinados por el gobierno de Estados Unidos en Uruguay, Argentina y Chile. Calló ante la muerte de Salvador Allende, ante el asesinato y desaparición forzosa de decenas de miles de sudamericanos durante la tenebrosa Operación Cóndor. No promovió la paz en Centroamérica durante los años ochenta, en un conflicto que cobró cerca de cien mil vidas humanas. No respaldó las investigaciones para esclarecer la sospechosa muerte del general Torrijos en Panamá, ni sus embajadores dejaron de tomar café cuando las ingloriosas invasiones a Granada, en 1983, y a la propia Panamá, en 1989».

Por si fuera poco, «brindó respaldo a Pedro ‘El Breve’, durante las difíciles jornadas que vivió Venezuela en abril del 2002, tras la intentona golpista, vencida por la ejemplar respuesta del pueblo que rescató a su Presidente. Esa actitud evidenció hasta dónde era capaz de llegar su hipocresía y alineación con el poder imperial, al no aceptar el carácter genuino del proceso bolivariano venezolano, que le había dado una lección justo allí donde más le dolía, sometiéndose como ningún otro gobierno al escrutinio de sus electores y salir victorioso».

Los Estados Unidos pusieron aún más al desnudo la inmoralidad de la famosa Carta Democrática, al sumar a su currículo, como apunta Sánchez, el caso de Bolivia, donde se buscó sacar del camino a Evo Morales, el primer presidente indígena de América. «A la OEA y al señor Insulza les sobró ¿pudor? para evitar llamar las cosas por su nombre (golpe de Estado, por ejemplo) y prefirieron indicar con lenguaje arlequinesco que […] se ha llegado a un punto en que o se acuerda un inmediato cese de las hostilidades y se pasa a la negociación, o la situación se pondrá muy difícil […]». En su complicidad, la OEA ignoró las evidencias de que la DEA y la CIA estaban detrás de planes de magnicidio.

La «historia clínica» de la organización es tal, que no alcanzaría el espacio para mostrarla en todo su alcance. En el sitio digital del Minrex consta una prolija exhibición de desaguisados, amenazas y embestidas. Intentos y hechos que, unidos a otros dirigidos contra el subcontinente, indican a muchos la necesidad ineludible -el presidente de Ecuador, Rafael Correa ha sido claro al respecto- de desmantelar el tinglado impuesto.

Sí, hay demasiado comprometimiento con la muerte, el genocidio y la mentira para que la OEA sobreviva a estos tiempos. Es más: ya es un cadáver. Sin embargo, algunos tratan de «enmendarla» haciendo de perdonavidas con Cuba. La realidad es que sin la entidad, los Estados Unidos perderían uno de sus principales instrumentos político-jurídicos de control hegemónico sobre el hemisferio occidental. Entonces, ¿cómo habrá de convencernos su señoría -mero fantoche-, el cariacontecido Luis Almagro, de que Cuba no está lista para sumarse a tan desvencijado carro? Es precisamente el «Ministerio de Colonias», dicho por Roa y confirmado por nuestros máximos líderes, el que no está apto para recibir a la Isla. En fin, como expresara Raúl, asido de Martí: Antes de ingresar en la OEA, primero se unirá el Mar del Norte con el Mar del Sur y nacerá una serpiente de un huevo de águila. Imposible, ¿no?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.