Cinco años pasan volando. Para un recién nacido, sin embargo, es la única ventana de oportunidad para alcanzar un desarrollo pleno del cerebro y una buena base de crecimiento para su cuerpo. Si durante ese período fundamental no recibe los nutrientes y los estímulos cerebral y psicomotriz necesarios, la ventana se cierra y nada puede […]
Cinco años pasan volando. Para un recién nacido, sin embargo, es la única ventana de oportunidad para alcanzar un desarrollo pleno del cerebro y una buena base de crecimiento para su cuerpo. Si durante ese período fundamental no recibe los nutrientes y los estímulos cerebral y psicomotriz necesarios, la ventana se cierra y nada puede revertir el daño ocasionado por esas carencias.
Aun cuando esto parece pertenecer al ámbito familiar, en realidad es el germen de una sociedad más saludable, productiva y emprendedora. Es el pequeño centro de un potencial universo de logros académicos y mentes creativas, capaces de cambiar la etiología de uno de los problemas más acuciantes de esta sociedad, que es la miseria llevada al extremo de genocidio.
Uso a propósito el polémico término genocidio, consciente de las reacciones que puede provocar. Sin embargo me atengo a la definición del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, el cual literalmente acota que genocidio es el «Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial». De acuerdo con esta definición, las decisiones «intencionales» que conduzcan a la privación de alimento y otras condiciones mínimas de bienestar para la población de entre 0 y 5 años de edad, por razones político administrativas, serían imputables. Ahí entran todos los actos de corrupción, las transferencias de fondos de programas de alimentos a otros de índole electoral y una larga serie de manipulaciones presupuestarias cometidas por todos los gobiernos de turno.
Existen innumerables propuestas desde los Estados, así como de organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales en el sentido de dar prioridad a la niñez y entrarle de lleno al combate a la desnutrición crónica. Pero de la propuesta a la realidad concreta y palpable, hay una enorme distancia y estas instancias han de estar conscientes de los alcances políticos de sus intenciones.
Atacar de lleno las causas de la desnutrición debe empezar por cambiar las prioridades de la mayor parte de los programas de gobierno de nuestro continente -así como de otros países con altos indicadores de pobreza extrema- con el propósito de paliar los efectos de una política económica centralista y orientada a beneficiar a una clase llena de privilegios. Para revertir esa situación no solo hay que luchar contra la Hidra de mil cabezas bien afincada en las asociaciones gremiales del sector privado, sino también enfrentar el descontento de grandes grupos de la sociedad que se verán afectados por un incremento en impuestos y una serie de consecuencias derivadas de los ajustes en el precio de la canasta básica alimentaria.
La lucha no es fácil, pero el objetivo es vital para el desarrollo y el progreso social y educativo de nuestros países en los próximos años para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible propuestos y anunciados por la ONU el viernes pasado. No es políticamente responsable perder a otra generación en el analfabetismo, la desnutrición y el ambiente degradante en el cual viven actualmente millones de niñas, niños y adolescentes. Por ello, invertir en la niñez y la adolescencia sería una de las mejores inversiones a futuro, pero sobre todo la decisión más correcta.
Fuente: El Quinto Patio