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Perú

El partido de Mariátegui

Fuentes: Rebelión

El 7 de octubre de 1928, en un modesto domicilio obrero de Barranco, José Carlos Mariátegui fundó el Partido de los Comunistas Peruanos, al que, en su momento, denominó Partido Socialista del Perú. Hoy, 87 años después diversos colectivos y conglomerados políticos se reclaman herederos del pensamiento del Amauta. Incluso, hay quienes celebran la fecha […]

El 7 de octubre de 1928, en un modesto domicilio obrero de Barranco, José Carlos Mariátegui fundó el Partido de los Comunistas Peruanos, al que, en su momento, denominó Partido Socialista del Perú.

Hoy, 87 años después diversos colectivos y conglomerados políticos se reclaman herederos del pensamiento del Amauta. Incluso, hay quienes celebran la fecha como si la organización en la que hoy militan fuera, en efecto, fundada por José Carlos en aquel tiempo.

No es necesario entrar en el debate de ese tema. Lo que importa es evocar la importancia que tuvo, en su momento, la decisión de crear un Partido del Proletariado que proclamara su adhesión a la III Internacional -la Internacional Comunista-, se adhiriera a los principios del Marxismo-Leninismo y expresara su voluntad de desplegar la batalla por la Revolución Socialista en el Perú.

Subrayar eso, es hoy más trascendente que debatir cuál fue el Partido que creó el autor de los «7 Ensayos…»; y cuáles, de los conglomerados existentes, tiene derecho -y ejecutoria suficiente- para proclamarse heredero de esa gloria.

Recordemos que en 1918, antes de viajar a Europa, Mariátegui fue tentado a integrar un núcleo partidista que se llamó precisamente Partido Socialista. No aceptó la invitación, no obstante que procedía de personas a las que estimaba amablemente. Pensaba, quizá que él mismo, no estaba aún preparado para encarar ese reto; o que el país no había madurado lo suficiente como para que naciera de su seno un Partido de esa proyección. En todo caso, juzgó que quienes encarnaban ese propósito, no eran verdad socialistas, o no lo eran a la manera que él concebía ese compromiso.

Fue necesario que viajara al viejo continente y permaneciera en él entre 1919 y 1923, para que tuviera conciencia clara de la necesidad de forjar un instrumento de clase, de definido carácter revolucionario.

En Italia, pero también en Francia, Alemania y otros países, Mariátegui hizo su verdadero aprendizaje. Examinó y estudió tres procesos que marcharon en paralelo: la crisis de post guerra, el ascenso del fascismo como herramienta del Gran Capital, y el surgimiento del proletariado como fuerza combativa de los pueblos. En ese esquema, puso particular interés en dos fenómenos de inmenso valor en el siglo XX: La Revolución Rusa, liderada por Lenin en el viejo Imperio de los Zares; y el proceso de formación de los Partidos Comunistas y Obreros en Europa Central y Occidental, que afirmaran los sueños -y las enseñanzas- de Carlos Marx y Federico Engels.

Mirando el escenario de conjunto, el Amauta asimiló dos conceptos cardinales: el ideal socialista, y el carácter internacionalista de la lucha planteada.

La primera Gran Guerra, concluida en 1918, había devastado Europa, pero no resuelto la crisis del sistema de dominación capitalista. Al contrario, había agravado las tensiones internacionales y abierto nuevas rivalidades entre potencias empeñadas en un «mejor reparto» del mercado mundial. Las mas «castigadas» en el periodo -en particular Italia y Alemania, y en menor medida Bulgaria y Hungría- asomaban enarbolando demandas de tipo nacional. Ellas asumían la forma de conflictos territoriales e incompatibilidades raciales. En sus conchos, fermentaba el fascismo.

Desde el primer momento el fascismo asomó como la dictadura terrorista del Gran Capital, y ganó para su causa a una burguesía asustada, deprimida, y pauperizada, además de empeñada en captar al lumpen del proletariado usándolo como fuerza de choque contra los trabajadores. Así, desde su origen, estuvo directamente vinculado a la ofensiva contra el proletariado. Los monopolios, no se resignaban a compartir beneficios, ni a perder privilegios. Pero temían, sobre todo, a la Revolución Social.

En 1917, con los disparos del Crucero Aurora, los obreros rusos habían tomado el Poder bajo la dirección del Partido Bolchevique. A partir del Palacio de Invierno correría, como una gigantesca hoguera, la ola revolucionaria de los años 20. Fenómenos como la Revolución de Finlandia, liderada por Otto Koussinen, la República Húngara de los Consejos del Conde Karoldy y Bela Kun; la Insurrección Eslovaca o la Revolución Alemana de 1919, no fueron sino algunos hitos de la historia vivida en ese entonces, que asustaron a los explotadores. Aterrados, sustentaron al fascismo.

Por eso se dijo que el fascismo surgió para evitar -mediante la violencia más desenfrenada- el ascenso del proletariado y la victoria de la Revolución Social en Europa. Y por eso también el proletariado, llamado a enfrentar la salvaje ofensiva del capital, acuñó la idea de formar los Partidos Comunistas a fin de combatir mejor por sus propios intereses y los de sus patrias.

Aunque la IC, surgida en Moscú en esos años, dispuso que todos los partidos que se adhirieran a ella, se denominaran Partidos Comunistas, la realidad dijo otra cosa en ese momento, y después. Hasta luego de su victoria, los comunistas rusos se denominaron «Social Demócratas»; y lo mismo ocurrió con los comunistas búlgaros de Dimiter Blagoev y Jorge Dimitrov. Años más tarde, en la Europa Central, los Comunistas actuarían bajo el rubro de «Partido Obrero», sin que eso menoscabara su identidad, ni su vínculo con la IC.

En América latina, en Chile, Luis Emilio Recabarren creó su Partido con el nombre de Partido Obrero Social Demócrata en 1912. Y en Argentina los comunistas se hicieron, en un inicio, integrantes del Partido Socialista Internacionalista. Y en Cuba, después del Partido de Carlos Baliño en 1925, los comunistas se agruparon en el Partido Socialista Popular que, con denominaciones parecidas existió también en Cosa Rica, República Dominicana, y aún Panamá.

No debiera sorprender por eso, que Mariátegui optara por una denominación partidista distinta a la requerida formalmente por la Internacional Comunista. No tendría por qué llamar la atención, dado que se trataba de una denominación, de una forma y no de una esencia. La esencia es decir, su contenido-, estaba dada por el carácter del Partido, su ideología y su vínculo con el espacio revolucionario mundial. Y en torno a eso, el Amauta no dejó ninguna duda.

Consideró su Partido, como la herramienta política de la clase obrera, reivindicó el Marxismo-Leninismo como su referente ideológico, proclamó su identificación sin límites con la Revolución Rusa, y sumó sus filas al ejército emancipador del proletariado, la IC. Y, claro, reconoció Lenin como el abanderado de las mejores causas.

Por eso, más allá de desavenencias puntuales, debiera reconocerse, sin mezquindad, la opción política de José Carlos; y el hecho que el Partido que fundó, fue realmente, el Partido de los Comunistas Peruanos.

Mariátegui fue, en efecto, un revolucionario ejemplar y un comunista a carta cabal. Tuvo la formación y los conocimientos que captó en su época. Y se proyectó al porvenir con osadía, pero sin los elementos que hoy existen. No fue un terrorista, un social demócrata, ni un bolchevique arrepentido. Tampoco un reformista. Creyó en la Revolución Social, como único medio de cambiar de raíz la maligna sociedad capitalista.

Fue un combatiente con ideas claras y propósitos definidos. Nunca se hizo ilusiones electorales, ni buscó pactos, o compromisos de esa índole, que pudieran mellar su filo de clase. Infatigable constructor de un movimiento independiente fundó, con ideas propias, las bases de lo que habrá de ser, sin duda alguna, el Socialismo en el Perú. ¡Honor a su vida y a su lucha!

Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.