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Perú

A propósito del nacionalismo

Fuentes: Rebelión

Siempre es bueno recordar que en su polémica con Luís Alberto Sánchez, José Carlos Mariátegui sostuvo que, a diferencia de las naciones europeas, el nacionalismo en los pueblos coloniales -así llamó en su momento a países como el nuestro- «es revolucionario y, por ende, concluye con el socialismo». Dos formulaciones del Amauta que merecen ser […]

Siempre es bueno recordar que en su polémica con Luís Alberto Sánchez, José Carlos Mariátegui sostuvo que, a diferencia de las naciones europeas, el nacionalismo en los pueblos coloniales -así llamó en su momento a países como el nuestro- «es revolucionario y, por ende, concluye con el socialismo».

Dos formulaciones del Amauta que merecen ser rescatadas para el debate de nuestro tiempo. La primera, se refiere al carácter revolucionario del nacionalismo. Y la segunda, a su proyección natural: el socialismo. Que Mariátegui tuvo sustento para sus afirmaciones, lo confirmó la experiencia militar peruana de 1968.

El mensaje de Velasco Alvarado -en las condiciones concretas del Perú de ese entonces- tuvo en efecto, un claro contenido revolucionario porque partió de una base antiimperialista en una circunstancia en la que la contradicción entre el dominio imperial y los intereses del país constituían el eslabón esencial del periodo y asomaban como la lucha por la defensa de la soberanía nacional y la recuperación del petróleo en manos de la International Petróleum Cómpany.

Por eso, desde sus documentos iniciales, el proceso de entonces se definió como un movimiento antiimperialista. Y pudo, admitir luego ser parte de un legado humanista de origen socialista, libertario y cristiano.

Velasco no tuvo la misma concepción del socialismo que tenían los revolucionarios peruanos en ese entonces, pero sí una noción en torno a la necesidad de construir un modelo social independiente y soberano en el que desapareciera la explotación humana y el trabajo fuera la fuente natural de la riqueza.

A esa sociedad la caracterizó recogiendo el legado de Mariátegui y el pensamiento del anarquismo histórico de principios del siglo XX, enriquecido sin duda por la experiencia continental de entonces.

Ese ideal, por lo demás, buscó no contraponerse al escenario mundial. Por eso el grupo militar del 68 buscó lazos estables de solidaria colaboración con la Unión Soviética, los regímenes socialistas de Europa del este y Cuba, emblemático paradigma de la revolución continental.

Y por cierto, aunque señaló un camino propio, no denostó nunca del proceso revolucionario de otros pueblos, ni contrapuso su experiencia a la que otros países.

Tuvo, entonces, el acierto de considerar la revolución peruana – al más puro estilo mariateguista- como parte de la revolución mundial. Y es claro que no se equivocó al juzgarla de ese modo.

Pero un fenómeno así, no ocurrió siempre. Ni en el Perú, ni en otros países. En nuestra experiencia, el «nacionalismo» de Sánchez Cerro, por ejemplo, fue un antecedente del fascismo. Su mensaje de corte «patriótico» hizo crisis en la guerra con Colombia, pero no condujo a las masas sino a la confusión, la arbitrariedad y el caos.

Y el nacionalismo aprista sirvió en su momento para aludir a un «socialismo peruano», a un «marxismo nacional», distinto y distante del socialismo de Mariategui, a quien juzgó «europeizante» y «exótico».

Incluso el «nacionalismo militar» de Morales Bermúdez ayudó a sustentar la reinserción del Perú en el sistema financiero internacional, bajo la égida del Fondo Monetario y el Banco Mundial.

Todavía en nuestro tiempo hay quienes añoran formulaciones de este corte y reivindican como «revolucionario» y «autónomo» el mensaje de Haya de la Torre, adjudicándole un sentido patriótico que nunca tuvo y un contenido transformador que estuvo muy lejos de su verdadera intención política; en tanto que otros sostienen que el país se «libró» de de la experiencia «socializante» del 68 y consideran eso, una suerte de mérito patriótico de Morales Bermúdez y quienes lo secundaron en Tacna en agosto del 75.

En otros países, el nacionalismo ha tenido experiencia del mismo tipo. Juan Domingo Perón, en la Argentina de los años treinta hablaba de un ideal programático que algunos podrían suscribir con entusiasmo en nuestro tiempo: «soberanía política, independencia económica y justicia social. Que a los ricos y pobres, nada les falta. Que para todos haya igualdad de oportunidades».

Bien podrían haberse denominado estos los «objetivos estratégicos» del caudillo militar, que consideraba a los políticos tradicionales «una especie moribunda» y aseguraba: «Ya estábamos cansados de palabras. Eran tiempos de violentos cambios, Nadie ofrecía un proyecto nuevo al país, aparte de nosotros».

Expresiones y palabras que venimos oyendo hoy a partir de un mensaje nacionalista que busca afirmarse como «modelo propio» y que en otros países de la región fueran sustentadas de manera efímera por otros caudillos, desde el brasileño Getulio Vargas, hasta el ecuatoriano Lucio Gutiérrez.

El común denominador fue un proyecto «autónomo», no vinculado a ninguna experiencia actualmente existente y diferente de la izquierda, y el ideal socialista.

El «nacionalismo», no obstante servir de base a un proyecto posterior más avanzado. Pero podría también derivar en una experiencia frustrada, y frustrante, que aseste un rudo golpe al avance social de nuestro pueblo.

¿De qué dependerá el que ocurra una, u otra cosa? ¿De la voluntad personal de un caudillo nacionalista?, de sus intenciones, malas o buenas? Ciertamente, que no. El papel de la personalidad en la historia, es significativo, pero por sí solo, no reemplaza a la acción de las masas. Todo dependerá del proceso social que se desarrolle desde un inicio pero, sobre todo, de la fuerza, la organización y la madurez del pueblo, que podrá ser actor de esta lucha y protagonista de su historia, o simple convidado de piedra en las definiciones esenciales.

Por eso, la clave para la Izquierda Peruana -la que dice enarbolar la bandera socialista de Mariátegui- no es formar parte de la comisión de aplausos de un proyecto nacionalista, sino construir desde la base misma de la sociedad, la fuerza capaz de imponer, a partir de su propia experiencia de lucha, los cambios que el país reclama.

Ellos no dependerán de la voluntad personal de nadie. Ni se producirán como consecuencia de consignas políticas o plegarias religiosas. Serán el producto de la acción concreta de un pueblo golpeado, pero que tiene fuerza para recuperarse, e intacta su moral de combate.

Para enfrentar la tarea no basta que le prediquen verdades formales ni compromisos episódicos. La lucha contra la corrupción es muy importante, por cierto, y podrían enarbolarla Humala o Toledo, pero no constituye un programa por si misma.

La batalla principal es contra el modelo neo liberal impuesto al país a espaldas y contra los intereses nacionales por una burguesía envilecida y en derrota y por el accionar depredador del capital financiero. En el caso concreto, se expresa en el Tratado de Libre Comercio hoy vigente al margen de la voluntad de los peruanos, en los contratos leoninos suscritos con consorcios extranjeros para la explotación de nuestros recursos, y en la defensa de nuestras riquezas naturales tras los que asoman las orejas del lobo imperial.

Es ahí -contra ese modelo- que hay que librar la lucha económica, política y social más importante, en el combate por la transformación democrática de la sociedad peruana. Si el nacionalismo es capaz de percibir ese fenómeno y actuar ante él de manera consecuente y clara, abrirá una perspectiva de cambio. De lo contrario, marcará una nueva quiebra de expectativas y esperanzas.

Por eso, definir por quien se ha de votar el 10 de abril, es importante. Pero mucho más importante es saber por qué se debe optar por esa vía. Y para qué se debe actuar de ese modo.

Gustavo Espinoza M. Del colectivo de dirección de Nuestra Bandera 

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.