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América Latina, la otra percepción

Fuentes: AIN

La reciente conferencia de ministros de defensa de las naciones integrantes de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), realizada en Perú, ha puesto nuevamente sobre el tapete el importante tema de la paz en nuestra región como condición indispensable para el desarrollo de los pueblos del área. Regocija que en esta zona geográfica donde intereses […]

La reciente conferencia de ministros de defensa de las naciones integrantes de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), realizada en Perú, ha puesto nuevamente sobre el tapete el importante tema de la paz en nuestra región como condición indispensable para el desarrollo de los pueblos del área.

Regocija que en esta zona geográfica donde intereses imperiales extranjeros provocaron sangrientos conflictos para imponer sus intereses petroleros, salitreros, comerciales o injerencistas a lo largo de buen número de siglos, hoy se hable de colaboración entre las fuerzas armadas, de programas conjuntos, y de defensa unida del área en cuestión.

Es que la historia recoge episodios como la guerra del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia casi a finales de siglo XIX, que incluso marcó desde entonces la pérdida de la salida al mar para este último país, todo a cuenta del apetito del imperio británico por los grandes yacimientos de nitrato, entonces bajo control mayoritario del gobierno de La Paz.

O el conflicto del Chaco, entre Bolivia y Paraguay, desde 1928 y hasta 1938, en que dos pueblos se desangraron para dirimir las contradicciones anglo-norteamericanas por la posesión de las reservas petroleras de esa zona geográfica.

Ello sin contar los mecanismos de control militar establecidos pocos años después por Washington sobre las fuerzas armadas latinoamericanas a partir de acuerdos como el titulado Tratado Interamericano de Defensa, destinado ante todo a combatir a los sectores populares de nuestro hemisferio y consolidar la hegemonía gringa en esos predios.

Acuerdos y programas bajo los cuales se formaron dictadores y torturadores, y se urdieron planes de agresión contra procesos de cambio como el de la Cuba revolucionaria, expulsada del seno de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la década de 1960, y estigmatizada como «enemiga» a cercar, asfixiar y batir a cuenta de constituirse, según la propaganda enemiga, como punta de lanza del «comunismo internacional» en pleno traspatio de la Casa Blanca.

Escuchar que las actuales fuerzas armadas suramericanas, aún cuando algunas de ellas no escapan todavía de sus fuertes lazos con el Pentágono y sus estrategias, hablan de políticas concertadas, necesidad de confianza mutua y promoción de la defensa regional conjunta contra amenazas externas, resulta la confirmación de que algo va cambiando con fuerza en nuestro Continente, y para bien.

Lo decía el presidente venezolano Hugo Chávez al valorar los acuerdos de la cita militar con sede en Perú. Se va creando un universo diferente, donde el papel de los cuerpos armados ya no es servir de comodines a los planes de dominación foráneos, sino el establecer la más estrecha coordinación a escala regional para que nuestros hombres, mujeres y niños, no sean nunca víctimas de agresiones genocidas extranjeras, ni nuestras respectivas patrias devengan escenarios sangrientos de criminales operaciones intervencionistas.