En América Latina dos grandes modelos de nacionalismo han cruzado la historia desde la «Independencia». Uno ha sido el modelo que denominaría como nacionalismo oligárquico, que ha establecido las pautas de una hegemonía construida desde arriba. El otro, es el modelo ha que pugnado por construir una contrahegemonía desde abajo, que denominaría como nacionalismo popular. […]
En América Latina dos grandes modelos de nacionalismo han cruzado la historia desde la «Independencia». Uno ha sido el modelo que denominaría como nacionalismo oligárquico, que ha establecido las pautas de una hegemonía construida desde arriba. El otro, es el modelo ha que pugnado por construir una contrahegemonía desde abajo, que denominaría como nacionalismo popular. Ambos modelos han venido disputando el significado de la nación, adquiriendo esta disputa particularidades según los países, con traslapes de contenidos y, en algunas coyunturas, con exitosas redefiniciones de los proyectos nacionales impulsados desde abajo.
El nacionalismo oligárquico
Se impulsó partiendo de los intereses, valores y la cosmovisión de las oligarquías criollas de origen colonial. En su esencia, se ha reproducido históricamente gracias a la constante actitud de remozamiento oligárquico asumida por sus herederas históricas, las burguesías o protoburguesías subordinadas al capital extranjero. Este modelo de nacionalismo ha adoptado históricamente los rasgos siguientes.
1) Ha estado sellado por esa dualidad genética de las oligarquías criollas, que señalara la agudeza observadora de Alexander Humboldt, y que para el caso centroamericano analizara brillantemente Severo Martínez Peláez. Por una parte, la necesidad que tenían las élites criollas de establecer diferencias frente a los españoles y portugueses peninsulares para darle legitimidad a las luchas por la independencia. De donde se crean mitos como: la visión heroica de la conquista, el mito de la riqueza americana, la visión paradisíaca (la arcadia americana). Por otra parte y en contraste con la anterior, la necesidad de afirmarse un origen racial y cultural europeo, como valor de superioridad heredado de la colonia, frente a las clases sociales dominadas con orígenes indígenas, africanos y mestizos. De esta última necesidad en los proyectos nacionales oligárquicos surge: *) La promoción de valores de copia mimética de lo europeo y usamericano, y de afirmación de las identidades nacionales como identidades exóticas («suizos centroamericanos», «ingleses de América», «prusianos de América», «Atenas americana», el «destino universal de los nicas», copia de Pablo Antonio Cuadra de un atributo del nacionalismo español sustentado por el ideólogo fascista español Ramiro de Maeztu, etc.). *) El racismo y desprecio por los aportes culturales indígenas y africanos, presentes en mayor o menor medida en todos los países (casos extremos: el genocidio de indios y gauchos por Sarmiento en Argentina; los racismos guatemalteco, boliviano (antes de Evo), peruano o el cubano antes de la revolución.). *) La creación de un imaginario de «blancura» (caso de Costa Rica: cuarterones claros en la meseta central, cuarterones oscuros en Guanacaste, negros e indios en el atlántico y el sur, convertidos en pueblo «blanco» racialmente homogéneo). O de mestizaje hispano – indígena que discrimina el aporte africano (en Nicaragua, caso de la tesis de Pablo Antonio Cuadra que elimina en su visión del nicaragüense el aporte racial y cultural africano, no sólo en el pacífico sino también en el caribe). *) La intolerancia frente a la supervivencia de identidades de origen indígena y africano presentadas como sinónimo de barbarie y atraso. En Nicaragua, vale la pena recordar la tesis elaborada por Carlos Cuadra Pasos para lograr una plena incorporación de la población de la región atlántica al proyecto nacional nicaragüense. Cuadra Pasos sostenía que era necesario desplegar desde el pacífico hacia el atlántico, una cruzada de «colonialismo espiritual».
2) El rastrero proimperialismo que primero fue proinglés y profrancés, después se consolidó como esencialmente proestadounidense, y hoy abarca a todos los centros imperialistas del Norte, fundamentalmente USA y la Unión Europea. De aquí los varios intentos de crear protectorados, sea como entidades jurídicas reconocidas por el derecho internacional, sea como entidades fácticas camufladas bajo el ropaje de Estados independientes; o la complicidad con las reiteradas ocupaciones usamericanas y las experiencias de imperios de opereta como en los casos de México y Brasil. En congruencia con este rasgo encontramos la ausencia de un interés por desarrollar un mercado interior y una ciudadanía social al interior de las sociedades.
3) En general, la defensa de un patriotismo de aldea, aislacionista frente a la propuesta de Bolívar y de una larga lista de actores y movimientos sociales de impulsar la solidaridad y crear una unidad integradora entre los Estados latinoamericanos (incluyendo aquí a los Estados caribeños), como recurso insoslayable para enfrentar la dominación imperialista y construirle viabilidad a los proyectos nacionales. Un patriotismo que ha sido panamericanista y antilatinoamericanista, que ha promovido la subestima de los vecinos y la admiración ciega hacia todo lo que proviene de Estados Unidos y Europa. Cuando las oligarquías han hablado y hablan de integración lo hacen concibiendo ésta como una plataforma para profundizar el anclaje de los intereses imperialistas de Estados Unidos y del Norte en general.
El nacionalismo popular
En oposición al significado de nación que han promovido las oligarquías, el nacionalismo popular ha interpretado la nación a partir de ideas – valores muy diferentes como son las siguientes:
1) La construcción de un perfil propio de identidad que no sea mimético con respecto a Europa y Estados Unidos. 2) La afirmación antimperialista y antioligárquica; ambas afirmaciones concebidas como las dos caras de una idea-valor inseparable. En América Latina no se puede ser antimperialista sin ser antiolgárquico y no se puede ser antioligárquico sin ser antimperialista. La afirmación antimperialista ha apuntado históricamente en lo esencial, contra la dominación estadounidense, pero también en el siglo XIX se orientó significativamente contra la dominación inglesa y francesa; y hoy se orienta contra la dominación de todos los centros del Norte imperialista. 3) La promoción de la solidaridad y unión entre los Estados latinoamericanos (caribe incluido) con base en su mestizaje cultural compartido, como medio insoslayable para hacerle frente a la dominación imperialista y abrirle viabilidad a los proyectos nacionales. Se recoge aquí el concepto de «Nuestra América», rigurosamente desarrollado por José Martí. Después de la segunda guerra mundial, sobre todo a partir de la entrada del Che Guevara al panteón de los mitos de nuestra identidad popular, la visión de solidaridad y unidad latinoamericana se complementa con la conciencia de un sentido de pertenencia con el Sur frente a la contradicción Sur-Norte de la civilización capitalista, y del requerimiento a la solidaridad y cooperación con el Sur. 4) Además de los aportes de la matriz europea, especialmente en su vertiente ibero-judeo-árabe, reivindica la esencialidad de los aportes de las culturas indígenas, africanas y el mestizaje como factores de identidad. 5) Junto con las tradiciones identitarias de la cultura mestiza, integra al imaginario de nación las supervivencias de identidades de origen indígena y africano; de ahí que la nación se concibe como un proyecto de convivencia, respeto y enriquecimiento interétnico e intercultural. 6) La defensa de valores de equidad, justicia y ciudadanía social, en un marco de autonomía en la orientación del desarrollo que apunte a la consolidación de los mercados internos en cada uno de los Estados, con una lógica de complementariedad entre el conjunto de Estados solidarios. La conciencia de que el modo de producción capitalista y el capitalismo como civilización, no ofrecen ninguna alternativa para la solución de los problemas de nuestras sociedades; y en el presente amenazan con la destrucción de la especie y el planeta.
Estas ideas-valores del nacionalismo popular latinoamericano han venido siendo sistematizadas y promovidas históricamente como disputa contrahegemónica del significado oligárquico de la nación por:
*) Los grandes líderes antimperialistas y antioligárquicos latinoamericanos, todos a la vez que actores políticos hombres de pensamiento, como Bolívar, Martí, Hostos, Sandino, el Che Guevara, Fidel Castro, Hugo Chávez.
*) La intelectualidad antimperialista y antioligárquica que incluye: nuestros más grandes pensadores, a veces también hombres de acción, como Simón Rodríguez, Eugenio María Hostos, Francisco Bilbao, José Martí, José Carlos Mariátegui, Vicente Sáenz, Enrique Dussel, entre otros.
*) Las creaciones de lo más excelso de nuestros creadores artísticos. Poetas como Rubén Darío, José Martí, Gabriela Mistral, César Vallejo, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Octavio Paz, Juan Gelman, Ernesto Cardenal, entre otros. Pintores como los muralistas mexicanos, Rufino Tamayo, Cándido Portinari, Wilfredo Lam, Osvaldo Guayasamín, Fernando Botero, Armando Morales, Alejando Aróstegui, entre otros. Escultores como Francisco Zúñiga, entre otros. Arquitectos como Oscar Niemeyer, entre otros. Las creaciones de la música y danza popular y culta latinoamericana. Los narradores ubicados en las corrientes de realismo social y realismo mágico. Los creadores del nuevo cine latinoamericano.
*) El pensamiento económico y social de los 60 y de los 70 (pensamiento cepalino, la teoría de la dependencia). Y también la teología de la liberación, que integra pensamiento teológico con ciencia social.
*) Las ideas-valores del nacionalismo popular convergieron a lo largo del siglo XX, en todos los movimientos sociales desde abajo como en las experiencias de cambio social desde el poder. Estuvieron presentes en el primer zapatismo y la revolución mexicana como en los movimientos de Augusto Sandino y Farabundo Martí. En todos los proyectos desarrollistas-populistas tanto civiles como militares (en los años 60 – 70, populismo era una categoría de las ciencias sociales latinoamericanas, y no tenía la connotación peyorativa que hoy le han dado la derecha y la ignorancia periodística): la revolución boliviana de 1952, el peronismo argentino, el varguismo brasileño, la revolución guatemalteca (Arévalo y Arbenz), las experiencias de Velasco y Torres en Perú y Bolivia. Y desde luego también estuvieron presentes en las grandes revoluciones latinoamericanas del siglo XX: la revolución cubana, el gobierno chileno de la Unidad Popular, y la revolución sandinista.
*) En el siglo XXI, las ideas-valores del nacionalismo popular se invocan en todos los regímenes progresistas que se inician en 1999 con la llegada de Chávez al gobierno en Venezuela, y todos los movimientos populares que les dieron sustento. Este bloque de gobiernos y movimientos enfrenta hoy una embestida brutal del pacto estructural imperialismo-oligarquías. No obstante su reflujo, ha abierto espacios irreversibles en la construcción de una contrahegemonía que fortalece los avances de un significado popular de nación, y ha provocado una profunda crisis en el imaginario de nación promovido por las oligarquías.
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