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Argentina en el horizonte del progresismo latinoamericano

Fuentes: Rebelión

El contundente triunfo del peronista Frente de Todos en las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASÓ) con el 47% de los votos que enarboló la candidatura a la presidencia de la República de Alberto Fernández, acompañado de la ex-presidenta Cristina Fernández de Kirchner como candidata a la vicepresidencia, por más de 15 puntos sobre […]

El contundente triunfo del peronista Frente de Todos en las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASÓ) con el 47% de los votos que enarboló la candidatura a la presidencia de la República de Alberto Fernández, acompañado de la ex-presidenta Cristina Fernández de Kirchner como candidata a la vicepresidencia, por más de 15 puntos sobre su más cercano contrincante, el empresario neoliberal pro-norteamericano, Mauricio Macri, que obtuvo 32% de los votos, revela fehacientemente que no hay «ciclos progresistas», o no, infalibles; sino que, más bien, estos corresponden y están determinados por las luchas de clases y las contradicciones globales del capitalismo mundial y dependiente.

Este triunfo asegura, en una amplia probabilidad, que en las próximas elecciones generales que se llevarán a cabo, en la segunda etapa, el próximo 27 de octubre de 2019, dicho Frente obtendrá una contundente victoria -que sólo podría evitarse con la implementación de alguna modalidad de «golpe blando» perpetrado por Estados Unidos- que, de resultar así, implicaría revertir el auge efímero del «ciclo» derechista oligárquico terrateniente para reiniciar un nuevo proceso histórico junto con los triunfos de las coaliciones políticas en las elecciones presidenciales de Bolivia (20 de octubre de 2019) y de Uruguay (27 de octubre de 2019). Ecuador queda pendiente hasta 2021 cuando deberán celebrarse elecciones presidenciales mientras que se mantendrá el actual gobierno pro-imperialista, neoliberal y traidor de Lenín Moreno.

Podemos considerar que la llegada al poder de Hugo Chávez Frías en las elecciones presidenciales de Venezuela, en diciembre de 1998, inauguró lo que denominamos un proceso rupturista post-neoliberal -que en realidad debería ser la primera era progresista en América Latina después de la imposición del neoliberalismo ortodoxo y salvaje a partir de la década de los ochenta del siglo pasado- y que continuó con el gobierno de Néstor Kirchner (25 de mayo de 2003-10 de diciembre de 2007) y de Cristina Fernández de Kirchner (10 de diciembre de 2007-9 de diciembre de 2015) ; del PT Brasileño (1 de enero de 2003-31 de agosto de 2016); de Tabaré Vázquez (1 de marzo de 2005 y el 1 de marzo de 2010; y a partir del 1 de marzo de 2015), y José Mujica (1 de marzo de 2010 – 1 de marzo de 2015) en Uruguay; de Evo Morales y el MAS en Bolivia (a partir del 22 de enero de 2006…); de Manuel Zelaya (27 de enero de 2006 – 28 de junio de 2009 ); de Rafael Correa (15 de enero de 2007 – 24 de mayo de 2017) en Ecuador y de posteriores experiencias como la de El Salvador bajo el gobierno de Mauricio Funes (1 de junio de 2009 – 1 de junio de 2014) y de Salvador Sánchez Cerén (1 de junio de 2014 – 1 de junio de 2019) , ambos del FMLN, entre otros.

A raíz del avance parlamentario y, en algunos casos judiciario, de las derechas en algunos países que lograron deponer a algunos presidentes considerados progresistas y, en otros casos, hacerse, incluso, del gobierno, surgió una intensa y acalorada discusión centrada en las causas del comienzo de una serie de derrotas y fracasos de los denominados gobiernos y fuerzas populares y progresistas y que comenzó, efectivamente, con la destitución del presidente Hondureño, Manuel Zelaya, en 2009 y del presidente paraguayo Fernando Lugo tres años después. La asonada continuó el 6 de diciembre de 2015 cuando la ultraderecha venezolana ganó la Asamblea Nacional donde se atrincheró para intentar, hasta la fecha infructuosamente y bajo la conducción del gobierno norteamericano, derrocar al gobierno constitucional y legítimo de Nicolás Maduro. Luego siguió el triunfo electoral, en la segunda vuelta y por un estrecho margen de no más de 3 puntos, de Mauricio Macri (el 22 de noviembre de 2015), hasta la destitución de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, mediante impeachment o impedimento, el 31 de agosto de 2016, el arribo del presidente de facto, Michel Temer, y el posterior triunfo electoral, en segunda vuelta, de Jair Bolsonaro, el 28 de octubre de 2018.

El último «golpe blando» ocurrió en Honduras donde, mediante fraude electoral y a sangre y fuego perpetrado por los militares, se impuso la reelección del actual presidente Juan Orlando Hernández -acusado por la Fiscalía de New York de usar dinero proveniente del narcotráfico- en las elecciones celebradas el 26 de noviembre de 2017 con el beneplácito de la OEA y de Estados Unidos.

Con la llegada de Macri y de Bolsonaro al poder parecía consolidarse, en el Cono Sur, pero también en América Latina y el Caribe, un proceso contra-progresista fuertemente dirigido y apoyado por Estados Unidos y que, a la par, marcaba un supuesto «agotamiento» del ciclo progresista que, bajo el asedio sistemático contra Venezuela por parte de Estados Unidos y del gobierno colombiano, terminaría por agotarlo. Por lo menos esta era la postura de ciertos intelectuales de «izquierda» y por no pocos de la derecha que aseguraban, sin cortapisas, el contundente «fracaso» de los llamados gobiernos progresistas prácticamente tumbados en la lona.

En el plano externo de la geopolítica imperialista y de los gobiernos de derecha a ella subordinados, destacadamente el régimen colombiano de Iván Duque, surgió el llamado Grupo de Lima (8 de agosto de 2017) cuya misión fundamental consiste, hasta ahora, en contribuir, bajo el mando de los halcones del Pentágono, al derrocamiento del presidente constitucional de Venezuela y de la Revolución Bolivariana, para continuar sus acciones y ataques contra Cuba, Bolivia y Nicaragua para imponer, de esta manera, el cerco de la dominación imperialista en la región.

Parecía de este modo cerrarse el proceso progresista y consolidarse el pro-imperialista de la derecha ultraneoliberal, mediante la liquidación de la Revolución Bolivariana con el boicot, las guarimbas, los variados y fracasados intentos de golpe de Estado, el magnicidio en grado de frustración y, finalmente, con las «sanciones» y el «bloqueo total» del país anunciado por Trump el 5 de agosto de 2019 en el marco de agresiones sistemáticas perpetradas por Estados Unidos contra ese país.

De consolidar el triunfo del Frente en las próximas elecciones presidenciales se estaría revirtiendo el «ciclo» derechista oligárquico-imperialista para iniciar un nuevo proceso histórico con una mejor correlación política de fuerzas tanto para los gobiernos progresistas como para los movimientos populares y de los trabajadores de la región.

Tan intenso resultó este revés para el régimen macrista que el presidente, yendo en contra de su ultraneoliberalismo engarzado en la economía de empresa y en las sacrosantas fuerzas del mercado -después del berrinche que hizo el día de la elección y de haber mandado a sus «seguidores» a dormir»- anunció una serie de medidas temporales que, por otro lado, no hacen otra cosa más que postergar la crisis estructural y política del capitalismo argentino (véase al respecto Nora Veiras y Fernando Cibeira, Entrevista a Alberto Fernández, «Dujovne dejó al país envuelto en una grave crisis», Página12, 18 de agosto de 2019, en: https://www.pagina12.com.ar/212972-entrevista-a-alberto-fernandez-dujovne-dejo-el-pais-envuelto). Entre otras figuran «mejoras» para los trabajadores como la eliminación del IVA -que es del 21% durante dos meses para productos básicos y cuyo costo generará un «agujero fiscal» de al menos, se calcula, 50 mil millones de pesos (unos 850 millones de dólares adicionales), lo que llevó a la calificadora de deuda Fitch a reducir la nota de la deuda argentina por probabilidad futura de insolvencia de pagos y proyectó un déficit del PIB de -2,5% en 2019-; aumento del salario mínimo y congelamiento del precio de los combustibles, encaminadas a recuperar, para el siguiente turno, el voto adverso que afianzó su derrota, particularmente de algunos sectores populares y segmentos de las clases medias empobrecidas.

En medio de la crisis inflacionaria que proyecta una tasa anualizada de por lo menos 55% en 2019; de la incontenible devaluación de la moneda que en un solo día perdió 38% y de las turbulencias financieras, el sábado 17 de agosto de 2019 dimitió de su cargo el ministro argentino de Hacienda, Nicolás Dujovne, marcando las fisuras y la crisis política que se comienzan a abrir en el seno del oficialismo y del gabinete macrista íntimamente amalgamado con los intereses del FMI. Al respecto, el INDEC señala que al primer trimestre de 2019 la provincia de Buenos Aires acusaba una tasa de desocupación abierta de 11.1% y que al término de 2018 la pobreza extrema alcanzaba en esa región 58.5%. Este es uno de los múltiples problemas críticos que el nuevo encargado de la cartera tendrá que enfrentar, pero evidentemente sin visos de solución en la medida en que continúen las políticas neoliberales, incluso en el contexto de que se apliquen las de contingencia anunciadas por Macri después de su derrota…

Reflejando el estado de ánimo de la derecha latinoamericana y de los halcones norteamericanos, Bolsonaro comenzó la arremetida contra el «retorno» del kirchnerismo al poder porque «provocaría una oleada de argentinos huyendo» a Brasil, y advirtió: «No queremos eso» y amenazó con abandonar el Mercosur «si gana» Alberto Fernández. Este, por su parte, respondió con dureza y acusó a Bolsonaro de ser «un racista, un misógino, y un violento» (Clarín, 13 de agosto de 2019).

Este tono subido de ambos personajes proyecta el estado actual de la pugna de dos ideologías que, si bien coinciden en que no pretenden superar el capitalismo en tanto modo de producción y formación social, sin embargo, se diferencian en los proyectos de crecimiento y desarrollo que impulsan, particularmente el que enfatiza las políticas públicas y de cierto bienestar social. Tal vez en este sendero se encuentre el caso mexicano bajo el gobierno del presidente López Obrador que, respetando en lo esencial los contratos neoliberales y de privatización energética heredados de su antecesor, ha puesto énfasis en el impulso de un cierto nacionalismo con desarrollo social para los sectores más empobrecidos y marginados de la población.

Una de las graves consecuencias del arribo al poder de las derechas fue fracturar la integración latinoamericana lograda en el periodo anterior. De este modo el 22 de marzo de 2019 se retiraron por ejemplo de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) Argentina, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú. En su lugar los presidentes neoliberales de Chile, Colombia, Argentina, Brasil, Ecuador (este país además se retiró del ALBA), Paraguay y Perú – todos con graves problemas de legitimidad, gobernabilidad y de violación de los derechos humanos – constituyeron el llamado «Prosur», inspirado en el pro-yanqui ALCA y en el contorno de los intereses geoestratégicos de Washington, tendiente a contrarrestar la integración desarrollada por los gobiernos progresistas empezando por el de Hugo Chávez en Venezuela.

Desde esta perspectiva la recuperación del poder por las fuerzas del Frente de Todos en las próximas elecciones presidenciales a la par que cuestionaría el Prosur de corte monroísta y panamericanista posibilitaría recuperar y relanzar en alguna medida una integración más desde abajo e inserta en los intereses de las mayorías de los pueblos latinoamericanos tan necesitados de dicha integración en el contexto de la crisis capitalista mundial, cuya característica esencial consiste en haber entrado en una fase secular de obsolescencia y de decadencia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.