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En mi opinión sería deseable confiar en las instituciones como forma democrática de solucionar los problemas del pueblo. Pero, en general y por desgracia, la realidad no suele ser así. Lo que llamamos democracia casi siempre es el resultado de la opinión mediática, no de una deseable opinión pública. Y el resultado es la prevalencia de unas instituciones diseñadas a medida de los grandes meganegocios, codiciados por la megaenfermedad mental de la obsesión de la acumulación.
No se suele plantear con suficiente claridad el dilema entre democracia y dictadura. Ambos conceptos, sobre todo en el de democracia, cada vez aparece con más adictos partidarios, pese a que cada vez el concepto resulte más confuso y oscurecido.

Indudablemente, si se confirma, el caso de la matanza de Bucha[1], es un horror inamisible y rechazable.
Creo que para abordar el tema de las guerras del siglo XXI de Ucrania y Rusia es
bastante necesario recordar un poco la ya demasiado olvidada Revuelta del Maidán y
Guerra de Ucrania del 2014, que fue originada fundamentalmente, entre otras cosas,
por las ansias de expolio del neoliberalismo occidental, la alucinación consumista de
buena parte de los ucranianos, introducida por el invencible marketing.

Vivimos en una vida real regida por una economía y un cortoplacismo irreal.