Sesenta años después de la Conferencia Tricontinental, su espíritu sigue invitándonos a radicalizar y democratizar nuestras luchas por la dignidad humana y la emancipación colectiva.
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Evidentemente, Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, tiene extraordinarias actitudes como showman, tiranuelo a la carta y pirata caribeño, aunque sin duda, como gestor de paz, es un fracaso.
Uno está tentado de decir que el opio desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad ha sido el gran protagonista en muchas guerras y en otras actor secundario.
Estados Unidos, el mayor consumidor de energía fósil del mundo, ha agredido o apoyado la agresión contra los siete países de la célebre lista revelada en 2003 por el general Wesley Clark: Irak, Siria, Líbano, Libia, Irán, Somalia y Sudán, todos con petróleo o estratégicamente cercanos a yacimientos petrolíferos. Esta es la verdadera razón por la cual una gigantesca flota estadounidense bloquea las costas de Venezuela y asesina a tripulantes de lanchas de pesca.
Mientras Trump no sabe qué inventar para exterminar la presencia de migrantes y refugiados de los Estados Unidos, sus funcionarios, los ejecutivos de sus multinacionales, los burócratas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y los comandantes de sus fuerzas armadas, no hacen otra cosa que crear las condiciones propicias en los países condenados a tolerar sus injerencias económicas, políticas y militares, para que cada día miles de esos desangelados intenten escapar de la miseria o la guerra rumbo a los horizontes dorados que todo el tiempo muestra la maquinaria publicitaria de los propios Estados Unidos.
En la ofensiva que están desarrollando la Administración del convicto presidente de Estados Unidos, Donald Trump y su secretario de Estado, Marco Rubio contra los gobiernos progresistas de América Latina, han puesto sus miradas ahora contra México y su presidenta Claudia Sheinbaum.