El 10 de diciembre de cada año provoca una obligatoria reflexión sobre cómo se han (in) aplicado los derechos humanos. El balance del 2022 ha estado marcado por asesinatos, feminicidios, inseguridad, crisis carcelaria y mucha violencia.
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Al comienzo del torneo de fútbol hubo muchas críticas al anfitrión, Qatar, por las condiciones laborales en la época de preparación del Mundial y por los derechos LGBTI. Los ciudadanos del Sur consideran que estas críticas son hipócritas y unilaterales. La indignación por este hecho ha alimentado un sentimiento de unidad regional y solidaridad entre muchos hinchas que acuden al campeonato.
Lo peor es que Dina Boluarte no ha entendido que las calles exigen adelanto de elecciones, referéndum y Asamblea constituyente.
La noticia merecía las portadas del Cuarto Poder, pero no ha ocurrido, a pesar de que se trataba de un general del Ejército provocando descaradamente al Gobierno para debilitarlo con tensiones internas y así animar a una oposición donde manda la ultraderecha.
Es responsabilidad social y profesional decirle al mundo que, en la madrugada del 14 de diciembre del año 2022, seis personas fueron muertas en un barrio de Santo Domingo por agentes de la Policía Nacional.
Algún dios terrible, la naturaleza o muy posiblemente el diablo, han sido extremadamente pródigos con esa geografía que hoy se conoce cómo República Democrática del Congo (RDC), a quien a cambio de sus infinitas riquezas, cobre, cobalto, coltán, oro, diamantes y un largo y extenuante etcétera, también le han otorgado de manera ubérrima devastación y muerte.
La clase política peruana ha sido desde siempre poseedora de una intrínseca doblez que la caracteriza y la modela. La traición están en sus genes desde tiempos inmemoriales.