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Guatemala

Cuando lo viejo no termina de morir, y lo nuevo no termina de nacer

Fuentes: Rebelión

En las sociedades colonizadas, el colonizador no hace prácticamente nada para mantener el «orden» colonial de la realidad. Son las y los colonizados, los agentes más eficientes para perpetuar/recrear el «orden del desorden colonial». Al grado que ontológicamente el o la colonizada para existir como persona necesita inevitablemente de la presencia omnímoda del colonizador. Se […]

En las sociedades colonizadas, el colonizador no hace prácticamente nada para mantener el «orden» colonial de la realidad. Son las y los colonizados, los agentes más eficientes para perpetuar/recrear el «orden del desorden colonial».

Al grado que ontológicamente el o la colonizada para existir como persona necesita inevitablemente de la presencia omnímoda del colonizador. Se esfuerza, no sólo por ser permitido por el sistema, sino que idealiza, defiende y reproduce los vicios y mentiras más deleznables del colonizador como virtudes y verdades más sublimes.

En Guatemala, la cartografía social de la condición de colonialidad trasluce con exuberante realismo mágico en la emotiva coyuntura actual del «despertar» de la ciudadanía contra el sistema corrupto/corruptor.

Las plazas se inundan de centenares de indignad@s contra el sistema corrupto. Pero, estos emotivos manifestantes enarbolan la bandera del criollo corrupto/corruptor como si fuese su propia bandera. Entonan con lágrimas en los ojos un himno nacional que materializa la vacía filosofía y aspiraciones racista del colonizador criollo, como si llevase sus improntas.

Las consignas son: no tenemos Presidente, que renuncien los 158 diputados corruptos, queremos cambio de sistema, etc., pero al Presidente que no gobierna lo siguen llamando Presidente. A los que llaman «ladrones/corruptos», los siguen llamando diputados (y muchos de ellos deseando ser los nuevos diputados). Y, las leyes escritas o manoseadas por «los corruptos» las siguen asumiendo como «leyes obligatorias», y esforzándose por no salirse del «orden constitucional e institucional».

En esta confusa molestia citadina, ningún diputado quiere morir políticamente. Mucho menos renunciar (sin importar si son de izquierda o de derecha). Los diputados organizan desde almuerzos, foros, congresos, escriben artículos de opinión sobre cambios estructurales, buscando reconciliarse y «relegitimarse» con sus electores. Y, lo más triste, sí que tienen aceptación, incluso por los indignados de las plazas.

De este modo, el vapuleado sistema político corruptor criollo se oxigena gracias a la eficiente labor de sus caporales políticos y académicos, evitando que lo viejo termine de morir, y lo nuevo termine de nacer. Haciendo el parto sociopolítico esperado más doloroso y aletargado en Guatemala.

En los hechos, hasta ahora, la bulla de las plazas emotivas únicamente a servido para «reestabilizar» el saqueo violento que realizan los agentes del sistema neoliberal en los territorios.

La corrupción continúan peor que hace dos años atrás. Los remanentes de los servicios básicos los están colapsando intencionalmente para endeudar al Estado aparente, e inmediatamente entregárselo a las empresas neoliberales. Y, esto, no está en debate, ni en los foros públicos, ni en las plazas. Las vuvuzelas, y las banderas criollas en plazas guardan silencio al respecto.

El último «paro nacional» del 20 de Septiembre fue esclarecedor: Mientras miles de indígenas y campesinos movilizados, sin banderas, ni himno nacional, proponían cambios estructurales para el país, con un sistema de sonido hechizo, en el Parque Central, centenares de vuvuzelas y banderas criollas las apabullaron en el lugar. Y, entonces, el «paro nacional» no pasó de ser una socio terapia colectiva de bullaranga.

Hace falta transitar de la bullaranga a las ideas, a las propuestas. Consensuar las propuestas. Y, aquí, hasta ahora, los únicos que tienen propuestas trabajadas de cambios estructurales con visión de país, son movimientos indígenas y campesinos como CODECA. Y, esto, la ciudad debe reconocerlo, aunque sus dispositivos culturales instalados tiendan a negarlos.

Está claro que para cambiar el sistema no son suficiente las reformas legales. No es suficiente atiborrar plazas pintadas con colores del criollo corruptor. Hace falta ideas de cambio. Ideas que provengan del más allá de la teoría crítica. Ideas con aroma a tierra y con semblante de las y los empobrecidos y despojados.

Hace falta emprender el camino hacia adentro (auto liberación). Luchar y matar al colonizador que nos habita e impide mirar y valorar lo que somos y tenemos. Hace falta renunciar a los cálculos políticos, apostar lo cierto por lo incierto.

Hace falta, de una vez por todas, creer que nosotr@s sí podemos, sí queremos y sí sabemos. No sólo el qué, sino también el cómo. Por eso, los compas del campo, curtidos en las luchas de resistencia, dicen: «sabemos el mal del país, pero también tenemos la medicina» (refiriéndose al proceso constituyente plurinacional que impulsan).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.