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Cumbre de las Américas, cita con la historia

Fuentes: Rebelión

El 1 de junio de 1826, en carta a su amigo José Rafael Revenga, Simón Bolívar decía: «Deseo que el Congreso del Istmo, sea perpetuo, y que se conserve aunque sea un simulacro».  La frase tiene importancia porque alude a la cita continental que pasó a la historia como el Congreso Anfictiónico de Panamá, que […]

El 1 de junio de 1826, en carta a su amigo José Rafael Revenga, Simón Bolívar decía: «Deseo que el Congreso del Istmo, sea perpetuo, y que se conserve aunque sea un simulacro». 

La frase tiene importancia porque alude a la cita continental que pasó a la historia como el Congreso Anfictiónico de Panamá, que se celebró ese año por iniciativa del Libertador.

Dice la historia que el evento tuvo el propósito de buscar la unión de los Estados liberados del yugo colonial, en una idea originalmente prevista por Francisco de Miranda. La cita se celebró en el antiguo convento de San Francisco -hoy Palacio Bolívar- de la ciudad de Panamá.

Colombia, México, Perú y las entonces llamadas «grades provincias unidas de Centro América», jugaron un papel protagónico para la realización de la Cumbre de entonces. Algunas delegaciones, como Bolivia y Estados Unidos, arribaron a ella con retraso; y otras, como Argentina y Chile, no mostraron interés. Hoy, 200 años más tarde, el escenario, es completamente distinto.

No en vano ha transcurrido el tiempo, se han afianzado las naciones, ha evolucionado a conciencia de los hombres y se han despejado espacios e ideas. En el 2015, la gigantesca figura de Hugo Chávez irradia luz, y está presente alumbrando el camino de los pueblos.

La Cumbre de las Américas asoma entonces convertida en el principal foro continental, y reunirá virtualmente a todos.

Los grandes temas del debate y los adelantos vinculados a la tecnología, la ciencia y la comunicación, harán posible cumplir los objetivos de la cita en medio de una expectativa mundial, alentada por millones, que seguirán el hilo de los temas en cada continente.

Barack Obama tendrá el privilegio de asistir a esta Cumbre en representación del Gobierno de los Estados Unidos. No llegará con retraso, ni deberá esperar. Tendrá, sí, que encarar los resultados de la política del Imperio en una circunstancia en la que ella pierde credibilidad y apoyo.

Hace apenas medio siglo que Washington regía la política en esta parte del mundo. Su voluntad era ley, incluso cuando en el planeta dividía influencias con un Estado de Nuevo Tipo, la Unión Soviética, que hoy ya no existe.

Ahora, cuando brilla en el firmamento como el país más poderoso del globo, no podrá hacer marchar a todos al ritmo de su tambor.

Por un lado, la descomposición del sistema mundial de dominación capitalista, y por otro, el ascenso de las fuerzas progresistas en distintas regiones han colocado al Imperio en una situación desventajosa.

Sólo en lo que va del nuevo siglo, la Casa Blanca ha enviado soldados al Golfo Pérsico, a Afganistán, Irak y Libia. Y ha buscado intervenir militarmente también en el Medio Oriente, Irán, Siria y en el Yemen. Su agresividad no ha tenido límite, pero sí ha conocido severos fracasos.

Hoy ha perdido su dominio no sólo en los órganos institucionales de gestión que antes comandaba, como la Organización de Naciones Unidas, o la OEA; sino sobre todo ha perdido imagen internacional. Se ha desprestigiado ante los pueblos y por eso su accionar ha marchado de fracaso en fracaso; de derrota, en derrota.

No se resigna, sin embargo, ante la realidad así vigente. Se siente con derecho a decidir el rumbo de pueblos y naciones, como si fuera dueño de destinos.

Su política, contrasta con la realidad y choca con el desarrollo de los acontecimientos. La llamada «Doctrina Monroe» -«América para los americanos»- se desdibujó cuando los pueblos se dieron cuenta que se hablaba de los derechos de los americanos del norte. El sur corría otra suerte.

Derrotado el colonialismo español en las tierras de América, nuestros países pasaron fácilmente a una nueva relación de dependencia. Quedaron sometidos al dominio yanqui por acción de las viejas castas hispanistas secularmente ligadas a la Corona, que se dieron maña para liderar las Repúblicas surgidas a inicios del siglo XIX.

Han tenido que pasar 200 años para que Washington perciba un cambio real en el hemisferio. Hoy los países de la región marchan a su propio ritmo y en función de su historia por un nuevo derrotero en el que el «amo del norte» asoma vencido.

Durante un tiempo largo, Estados Unidos no quiso promover, ni alentar, Cumbre alguna. Se vio forzado a hacerla a fines del siglo pasado, y en 1994 convocó a la primera, de las 7 que van, en La Florida.

Empeñado en asegurar su dominio pretendió que ese evento pusiera en el centro de sus preocupaciones el llamado «desarrollo económico»; y buscó para ese efecto diseñar un nuevo esquema que denominó «Acuerdo de Libre Comercio».

El ALCA, concebido y orientado a regular las economías de América bajo la égida del Banco Mundial y el Fondo Monetario y aplicar las recetas Neo Liberales, fracasó al año siguiente y fue virtualmente dejado de lado hasta hoy.

En el nuevo siglo, a nadie se la ha ocurrido la peregrina idea de resucitar ese proyecto obsoleto. El ALCA ha desaparecido por el rechazo de los pueblos, pero también por la inacción de los Estados Unidos, que no sabe dialogar, ni discutir. Solo imponer.

En contrapartida al fenecido ALCA han surgido en el continente diversos mecanismos de integración. Los más significativos, por cierto, han sido la Unión de Naciones Sudamericanas -UNASUR- y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños -la CELAC-.

Ambos instrumentos de unidad continental han rebasado completamente, y descolocado, a la Organización de Estados Americanos -la OEA- que no tiene contenido, ni esencia por lo que hoy afronta un acelerado proceso de extinción.

El Imperio, sin embargo, parece no haber aprendido la lección. Lo que hizo antes contra Cuba, pretende reeditarlo contra la Venezuela Bolivariana ante el estupor de millones.

Contra Cuba, en efecto, alentó a los grupos contrarrevolucionarios. Los apoyó, financió, dio armas e Inteligencia. Impulsó con ellos acciones conspirativas y actos terroristas. Eso mismo está haciendo ahora contra la administración de Caracas.

Contra Cuba buscó aplicar sanciones, recurriendo a procedimientos seudo legales y a disposiciones punitivas. Eso también lo está haciendo hoy contra la Patria de Bolívar.

Contra Cuba buscó recurrir a las armas, urdiendo la intervención militar de Girón primero y el bloqueo en octubre de 1962, cuando la crisis de los Misiles. Hoy opera con la misma intención contra la Patria de Francisco de Miranda.

Contra Cuba usó la política del «robo de cerebros» alentando la fuga de profesionales a los que ofreció el oro y el moro para que huyan de su país y vivan engolosinados con el «sueño americano». Hoy hace lo mismo para debilitar la gestión del Presidente Nicolás Maduro.

Contra Cuba hizo una campaña de demolición intensa a través de los medios de comunicación a su servicio. La Sociedad Interamericana de Prensa fue su instrumento preferido. Ahora, la SIP funciona en la misma dirección y aborda la misma tarea contra la patria del Mariscal Antonio José de Sucre.

Han pasado cincuenta años para que el gobierno de los Estados Unidos concluya admitiendo que esa fue una política errónea y que estuvo, desde un inicio, destinada al fracaso. Ahora no será necesario esperar tanto tiempo. En la Cumbre de Panamá se evidenciará de manera nítida y clara la derrota de toda esa concepción genocida que hoy busca concretar el Imperio. 

 

Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. http://nuestrabandera.lamula.pe

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.