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Guatemala

Democracia de los pueblos frente al gobierno sin derechos

Fuentes: Rebelión

Si a la democracia le recortan derechos, acuerdos y la expresión de la voluntad de las mayorías, queda esto: la arbitrariedad como norma, la violencia como conducta, la exclusión como proyecto. Queda el actual gobierno/esquema de poder en Guatemala, caracterizado por el debilitamiento del Estado (vacío de recursos, autoridad y legitimidad); la supeditación de instituciones […]


Si a la democracia le recortan derechos, acuerdos y la expresión de la voluntad de las mayorías, queda esto: la arbitrariedad como norma, la violencia como conducta, la exclusión como proyecto.

Queda el actual gobierno/esquema de poder en Guatemala, caracterizado por el debilitamiento del Estado (vacío de recursos, autoridad y legitimidad); la supeditación de instituciones y leyes al dictado de las empresas (gobernabilidad empresarial); la estigmatización de la demanda y defensa de derechos; la persecución final (o ustedes o nosotros) de la organización social. La política se vuelve puramente discrecional: incumplimiento de leyes, carencia de procedimientos, vulneración de autonomía de instituciones, supeditación a la arbitrariedad del Presidente y cualquier grupo económico.

La democracia formal es sustituida por un acentuado autoritarismo político. La Constitución de 1985, y el marco legal e institucional de ella derivada, no son hoy totalmente funcionales a las necesidades de acumulación: cada vez más actores coquetean con proyectos políticos formal y marcadamente autoritarios, sin concesiones a la democracia representativa. Se promueven, así, reformas o rupturas constitucionales para la constitucionalización de la soberanía de las minorías (Álvaro Velásquez), con líneas de identidad claras:

reducción de derechos colectivos (subordinación de los Convenios Internacionales, entre otros el Convenio 169, a la legislación nacional);

reducción del papel del Estado a la salvaguarda de la certeza jurídica de las inversiones (para impulsar un modelo determinado de desarrollo);

consideración de todos los bienes naturales como susceptibles de mercantilización:

privatización ilimitada: del subsuelo, propuesta entre otros por el CIEN; del mar, propuesta por la Universidad Marroquín;

ampliación del periodo del actual ejecutivo, para fortalecer el proyecto oligárquico-militar;

control institucional.

Las leyes económicas, aprobadas por el Congreso o en discusión, avanzan en el mismo sentido: amplían exenciones fiscales e impunidad para empresas (propuesta de Ley de inversiones y empleo); subordinan (en su dinámica de aprobación) a las instituciones; tipifican la protesta social como delito (Ley Tigo, propuesta de Ley de servidumbres de transmisión eléctrica). Las leyes construyen por sí mismas un nuevo pacto político y económico, que garantiza el actual modelo de acumulación a costa de la pulverización de derechos, de forma contundente y a veces inadvertida. Por ello las diferentes propuestas de reforma constitucional, incluido el intento de ampliación de periodo presidencial, son estratégicas: van más allá de tácticas de ensayo y error, o distractores.

El nuevo marco constitucional, en construcción, implica acuerdos entre actores: economía criminal, transnacionales, economía emergente, ejército, oligarquía, gobierno (los acuerdos no excluyen disputas por el control de negocios y el poder político). Es a la vez continuidad y adecuación del pacto histórico Oligarquía-Ejército, en momentos en que éste tiene poder económico autónomo y por tanto exige mayores cuotas de decisión. La presencia protagónica del Ejército confiere a este momento una inequívoca identidad autoritaria.

Democracia de los pueblos

Lo que en teoría tenemos: posibilidad de elegir a través de partidos, división de poderes, vigencia formal de derechos. Lo que vivimos: dictadura cívico militar, proyecto neoliberal militarista, gobierno de las corporaciones… Se juega a la decisión electoral mientras se apuesta por la ruptura autoritaria.

La política se empequeñece y nos empequeñece: un Presidente de muy limitados recursos opina de todo y contra todo; los partidos políticos acentúan su identidad de empresas y sus intereses de corto plazo; las instituciones autónomas son el trampolín para el enriquecimiento. La falta de cuidado de la vida (asesinato común de Patricia Samayoa como consecuencia de la crisis política estructural), la homogeneización y simplificación del pensamiento (el Mundial de fútbol como catalizador), la pérdida de valores (multiplicación de la corrupción institucionalizada), la extrema individualización (abandono de proyectos y derechos colectivos), los ataques a mensajeros que portan otros mensajes (expulsión de dos voluntarios de Brigadas de Paz, juicio contra Daniel Pascual) fortalecen este poder autoritario, en medio de la pasividad y la atonía.

El reto, para todxs, es mantener la convicción democrática en esta acelerada descomposición autoritaria y pro militar: la utopía de la construcción y ampliación de una democracia concebida desde los derechos y no desde los negocios; la legitimación de la organización y la participación en vez de la represión; el gobierno de los pueblos y no de los caprichos. La apuesta inequívoca por la transformación pacífica frente a la legitimación de la violencia (por tanto, de la imposición y la exclusión).

El reto es, además, articular de forma plural los espacios de protesta y propuesta (recreados desde pueblos indígenas, movimiento de mujeres y feminista, movimiento de jóvenes, luchas sociales y otros), a partir de miradas integrales, para un nuevo ejercicio del poder.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.