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Perú

El dilema del indulto

Fuentes: Revista Caretas

No he querido escribir hasta ahora sobre el dilema del indulto a Fujimori porque resulta penoso hacerlo. Enfrentar al fujimorato cuando tenía el poder fue una cosa; opinar sobre el castigo a su líder, derrotado, juzgado, sentenciado y preso, es otra. Sin embargo, dado que el presidente Humala tiene por delante la poco envidiable decisión […]

No he querido escribir hasta ahora sobre el dilema del indulto a Fujimori porque resulta penoso hacerlo. Enfrentar al fujimorato cuando tenía el poder fue una cosa; opinar sobre el castigo a su líder, derrotado, juzgado, sentenciado y preso, es otra. Sin embargo, dado que el presidente Humala tiene por delante la poco envidiable decisión de si indultar o no, expreso mi punto de vista.

Antes, debo mencionar que hace pocos días, en su sección ‘Matices’ del semanario que dirige, César Hildebrandt se pronunció sobre el dilema. Les recomiendo leer ese artículo si no lo han hecho ya. En este caso, las razones se entretejen con la trayectoria y la de Hildebrandt fue ejemplar en su enfrentamiento con el fujimorato durante aquellos años aciagos. A sus comentarios yo añado los míos, con mucho de coincidencia y algunos, digamos, matices.

Primero, es necesario identificar lo central del problema. El presidente Humala debe tomar una importante decisión de Estado en ejercicio del poder que solo él tiene en tanto presidente de la República.

El poder apareja responsabilidad. ¿Y cuál es la principal responsabilidad del presidente? Defender nuestra República y el sistema de gobierno con el que, desde el día de su fundación, comprometió su destino: la democracia, la libertad.

El Presidente y un gran número de peruanos sabemos cuán terriblemente duro ha sido cumplir ese destino y las desgracias que los enemigos de la democracia han infligido a nuestro país a lo largo de su Historia.

Es cierto que ha habido gobiernos desastrosos que empezaron y terminaron democráticos -como el que arrancó en 1985 y acabó en 1990 dejando el presente griego de Fujimori-, pero no solo debe tenerse en cuenta la excepcionalidad de esos tiempos para entenderlo, sino que bien se puede decir que quizá lo único rescatable de esos años terribles fue, precisamente, lo que hubo de Democracia.

 

Luego, Montesinos y Fujimori asesinaron la democracia peruana e hicieron lo posible por infamarla y desacreditarla como parte central de su estrategia para mantenerse indefinidamente en el poder. La describieron con el rostro de Alan García, sus hechos y las fechorías que le atribuyeron como explicación del desastre que ellos proclamaron iban a arreglar y para lo cual habían perpetrado un golpe de Estado.

No hay exageración alguna en definir su gobierno como el del crimen organizado en el poder. Eso fue. Pueden pasar los años, pero la lista de robos, latrocinios, atropellos y asesinatos está clara, organizada, muy bien documentada.

Pero, como se sabe, el crimen organizado sabe muchas veces cómo ganar una base social distribuyendo cantidades pequeñas de lo que roba y estableciendo un cierto orden. En Medellín, mucha gente humilde extraña hasta hoy a Pablo Escobar. En varias ciudades gringas, la mafia ítalo-americana mantuvo orden en sus barrios. Aquí, Montesinos asesoró bien a Fujimori en el uso eficaz de las acciones psicosociales; sin contar el hecho que no esperaban y que fue decisivo para su permanencia: la captura de Abimael Guzmán.

Fue muy difícil, como sabe el presidente Humala, terminar con el fujimorato y tratar de construir después una democracia que no muriera en la infancia, como ha sido el caso recurrente y perverso a lo largo de nuestra Historia.

Y estos años del siglo XXI han sido de una constante vida peligrosa para esta democracia. Muy pocos, y virtualmente nadie entre los plutócratas, le adjudicó el éxito económico del país y nos tocó vivir con una economía crecientemente sólida y próspera al lado de instituciones precarias y con una gobernabilidad democrática que no se nutrió ni de ese crecimiento ni de esa solidez.

En esas condiciones, el fujimorismo no es una memoria sino una presencia. O, para decirlo en términos adaptados al problema, no es un mal recuerdo sino una amenaza.

Estuvo cerca de llegar al poder el 2011 y está decidido a conseguirlo el 2016. Aliados no le faltan. Entre ellos: Cipriani, un político ultraderechista con sotana; Hernando de Soto, quien después de asesorar a Kadafi encontrará de fácil explicación sus reincidencias fujimoristas; y, todavía de perfil, Alan García, aunque en su caso el perfil sea un pobre camuflaje.

Que el fujimorismo pueda estar en el poder cuando se cumplan doscientos años del momento en el que el gran general San Martín fundó, inseparables, patria y libertad, no solo sería cruel y amargo. Significaría que sus ciudadanos, incluyendo a su Presidente, no hicimos lo necesario para defender la democracia.

Fujimori en libertad sería, casi con total seguridad, Fujimori en campaña. Resultaría totalmente inmaterial quién de los Fujimori se presenta como candidato. La familia tiene un jefe, que es su razón de ser como movimiento y la fuente de su poder.

Al presionar al presidente Humala a otorgar el indulto, Keiko Fujimori ha subrayado que no se trata de indultar a cualquiera sino a un ex presidente.

Pero es que precisamente por lo que hizo como presidente y dictador que está Alberto Fujimori sentenciado, después de un largo, prolijo y público juicio, que notables expertos internacionales calificaron como ejemplar.

Entonces, desprovisto de la palabrería farisea que rodea la campaña pro indulto, el objetivo de este es reforzar y asegurar la campaña del fujimorismo para ganar el poder en 2016.

Un indulto sin condiciones coadyuva precisamente a eso. No lo predestina, porque es probable que el peligro galvanice la defensa de la democracia, pero lo hace mucho más probable.

Inicialmente se presionó el indulto indicando la presunta enfermedad terminal de Fujimori. Ahora ya se sabe que eso no es cierto y por tanto, hay sustracción de materia de ese argumento.

Creo que, ordenado y expresado el problema, el presidente Humala tendrá claros los elementos de su decisión.

¿Resta algo por añadir? Creo que sí.

Como escribe Hildebrandt, Fujimori tiene 74 años, en los que «la rabia que lo amarga se ha convertido en depresión».

La depresión no es fácil de calibrar, como ilustran los dictámenes discrepantes de los psiquiatras que lo vieron. Es, además, casi siempre tratable.

En esas condiciones, ¿puede considerarse un indulto? Me parece que por ahora no. Sobre todo teniendo en cuenta la arrogante campaña de presión para lograrlo.

Sin embargo, y ahí coincido en buena parte con Hildebrandt, si Fujimori pidiera perdón «al pueblo peruano por los crímenes cometidos» por el régimen que Montesinos y él dirigieron, y expresara el arrepentimiento explícito por ello, con las determinaciones y decisiones que ello implica, entonces y solo entonces la gracia presidencial debería considerarse.

Entre tanto, antes por la situación de otros presos en mucho peores condiciones que las de Fujimori, me parece que debería legislarse sistemas intermedios entre la reclusión y la libertad. Acercarse del encierro a la libertad, bajo vigilancia y condicionalidad de la conducta.

Lamento, lo digo con toda sinceridad, la tristeza de los hijos de Alberto Fujimori por la prisión de su padre y entiendo que busquen su libertad al margen del cálculo político. Pero la responsabilidad de defender a la Democracia de sus enemigos es prioritaria.

Ello no anula la generosidad pero sí la condiciona a proceder con realismo. De otra manera, la única amenaza real de suicidio sería la de la propia Democracia.

Gustavo Gorriti, director de IDL-Reporteros

Fuente: http://idl-reporteros.pe/2013/04/04/columna-de-reporteros-124/