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Uruguay

«El Pepe» fue el regalo con el que la derecha nunca se había atrevido a soñar

Fuentes: Brecha

I. Entre las personas vinculadas a lo que fue el Movimiento de Liberación Nacional, «el 14 de abril» remite inmediatamente al 14 de abril de 1972. En esa memoria, esa fecha se encuentra marcada a fuego, indica el comienzo de una derrota, de una forma del zafarrancho, del descalabro. Una especie de «el 14 de […]

I. Entre las personas vinculadas a lo que fue el Movimiento de Liberación Nacional, «el 14 de abril» remite inmediatamente al 14 de abril de 1972. En esa memoria, esa fecha se encuentra marcada a fuego, indica el comienzo de una derrota, de una forma del zafarrancho, del descalabro. Una especie de «el 14 de julio» al revés. Por cierto que todo había empezado hacía mucho, venía de tiempos y de lugares lejanos: la represión, las huelgas, las reuniones, las barricadas, la propaganda armada, las manifestaciones, la crítica social, las marchas de trabajadores, el cine, la música y la literatura no domesticada, los palazos y la picana. Pero para unos cuantos militantes, el comienzo del fin empezó «el 14 de abril», día que con el correr de las semanas les fue trayendo encarcelamiento, tortura y muerte (o huidas y noches a la intemperie para los más afortunados).

Los militares y su máquina arrolladora estaban en todos lados, los militantes encalabozados o desperdigados. Así, el 14 de abril fue experimentado como una derrota, y la inminente victoria que la dialéctica histórica había asegurado se vio pospuesta. Sin embargo, en aquel entonces, nadie pudo sospechar que la verdadera derrota todavía no había sido conocida, y que llegaría bastante más tarde, luego de la dictadura y de la mano del éxito. La derrota genuina -la derrota para siempre- tuvo varias estaciones, varios momentos en que se condensó y se mostró; fundamentalmente, consistió en convencerse de que la posibilidad de ganar las elecciones justificaba -exigía- todo tipo de sacrificios, en particular el sacrificio de las razones por las que podría valer la pena ganar las elecciones. La historia es conocida: primero hubo que hacer buena letra (mostrar comprensión, hasta su incorporación, con las ideas de derecha) para ganar las elecciones, luego para gobernar, luego para volver a ganar las elecciones. Esto es sabido: se terminó celebrando al bid y al fmi (el ex y futuro presidente es su actual asesor), mandando soldados a Haití, rogándoles a los inversores extranjeros que extrajeran el agua y el hierro, que especularan con la soja (y el pan costara carísimo), con la construcción (y Punta del Este se llenara de torres y Montevideo de casas sin gente y de gentes sin casa). Se terminó promoviendo la venta de títulos universitarios privados, la política educativa de Germán Rama, el pudrimiento del conocimiento. Y el fomento del endeudamiento, vía bancarización, de los ciudadanos. Todo esto es sabido, así que puede hablarse de otra cosa.

II. La segunda estación de la derrota tuvo por protagonista a José Mujica, héroe de la más exitosa operación mediático-ética de la que haya registro en estas tierras. Desde hace dos mil quinientos años, la Retórica aristotélica sostiene que, a los efectos de la persuasión, el ethos del orador es fundamental. Por ethos puede entenderse el carácter, la seña que distingue, un estilo (la marca que deja un estilete o un punzón) de acción que impide que se confunda al Quijote con Sancho, o a Tom con Jerry, o a Astori con Mujica. En ese sentido, el ethos de José Mujica Cordano es, por obra y gracia de los medios de comunicación, altamente distintivo, reconocible en la marca «el Pepe», santo y seña que permite transitar del pasado al futuro.

En efecto, la marca «el Pepe» reúne el pasado guerrillero de Mujica Cordano (la generosidad de su entrega personal, el desinterés material de su accionar, la firmeza de sus convicciones, el altísimo precio pagado por ellas) junto con el presente de José Mujica (la continuidad del desinterés material, la reconsideración de las convicciones, la consiguiente voluntad de enmienda, el afán de advertir a quienes se sintiesen tentados de creer en lo que él dejó atrás, el deseo ardiente de ser alabado por los poderosos que antes combatió). La marca «el Pepe» reúne el alocado pasado de joven guerrillero con el sensato presente de viejo sabio.

Esa es su fuerza: su doblez. Porque de viejos sensatos de derecha, preconizadores de un sentido común que aconseja doblar el lomo y laburar, puesto que se es pobre, chiquito y feo, está lleno Uruguay. También lo está de viejos guerrilleros, generosos y desinteresados, que antaño también pagaron caras sus convicciones y que hoy siguen preconizando que doblar el lomo no es programa vital para nadie. Pero el gran hallazgo de los medios de comunicación, su enorme golpe de suerte, es haber encontrado a quien reúne ambas dimensiones, a quien puede, desde su condición de guerrillero, legitimar la obligación moral de ser ex: el Pepe. Para distinguir entre los buenos «sindicatos» y las abominables «corporaciones» ¿quién más apropiado que un presidente que luchó en las filas populares? ¿Quién más adecuado que un presidente desprendido con sus haberes, cuando se busca la aceptación de sueldos de 10 mil pesos? Para aconsejarles a los pobres que permitan a los poderosos hacer su juego y, llegado el caso, se anoten algún garbanzo ¿quién más apropiado que un presidente introducido, como de carambola, en el patio de los poderosos? ¿Qué mejor que la sabiduría de boliche para condenar a los intelectuales de café? ¿Quién mejor que un incontinente filósofo de la lleca y del rioba cuando se debe predicar la inutilidad de Aristóteles para quienes no deben salir de su lleca y de su rioba si no es para levantar paredes en calles y barrios ajenos? (Filosofó Mujica en la televisión: «Por ejemplo, cualquier muchacho que aprende hoy un oficio es macanudo, pero tiene que empezar por entender inglés para entender el manual. En lugar de explicar al tipo Aristóteles, no jodas, vamos a enseñarle al tipo inglés y lenguaje digital aunque el tipo vaya a levantar paredes» [Canal 12, 15-I-12].

¿Cabe mayor programa de educación para la sujeción a un -supuesto- destino, a un puesto de trabajo, a un lugar? ¿Cabe mejor programa de instrucción para levantar las paredes -de edificios puntaesteños o de calabozos- detrás de las cuales la existencia de muchos quedará apostada?)

El pensamiento de izquierda quedó tan desmantelado que ahora se revela, como gran novedad, que tras las denuncias que realizan los profesores de Secundaria sobre las condiciones materiales en que estudian los liceales uruguayos del sistema público existe una intencionalidad política inconfesable y por ende camuflada en protestas por temas edilicios. ¿Desde cuándo las condiciones materiales en que trabajan docentes y estudiantes no son consecuencia de convicciones y decisiones políticas? ¿Desde cuándo el pensamiento político -y sindical- debe desentenderse de la diferencia entre las condiciones materiales en que estudian los que pagan y los que acuden a la enseñanza pública? ¿Desde cuándo hay que admitir como palabra santa el punto de vista tecnocrático que atribuye a «la mala gestión» el origen de los problemas educativos? ¿Acaso «la mala gestión» no se sostiene en un cúmulo de mecanismos -con sus correspondientes criterios- políticos e ideológicos? ¿Acaso esa «mala gestión» no se materializa en formas de control y de disciplinamiento que sólo producen frustración, impotencia, desidia y sometimiento en quienes quedan atrapados en ellos?)

«El Pepe» fue el regalo con el que la derecha uruguaya nunca se había atrevido a soñar.

III. La tercera estación tiene que ver con las firmas que Pedro Bordaberry anuncia que entregará el 17 de abril, tres días después del 14. Esas firmas de ciudadanos reclaman mano dura, mayor represión hacia los menores de edad. Este reclamo supone sucesivas reducciones: los abundantes, variados y dolorosos problemas del vivir son reducidos a «la inseguridad», a su vez reducida a los «robos», a su vez reducidos a los «menores delincuentes». Esas firmas ilustran el proceso de concentración del mal en una única figura, la de «el menor». Una vez que «el menor» esté encerrado, castigado, rehabilitado, educado o reventado, la sociedad se encontraría en paz.

Ahora bien, mientras tanto, en abundantes comercios de Montevideo se sufrió un proceso exactamente opuesto: un proceso de ampliación del campo de la inseguridad. En efecto, es moneda corriente en muchos negocios de 18 de Julio la obligación de dejar bolsos o mochilas a la entrada, so pena de tenerla vedada. Por este trámite, que trata por igual -sin discriminación alguna- a todos los clientes como eventuales delincuentes siempre a punto de delinquir, se contradice la reducción que el reclamo de Bordaberry y otros firmantes realizan, ya que bajo el rótulo de «cliente» puede caer cualquier persona, tenga la edad que tenga.

¿Cualquiera?

No, por cierto. Los ladrones de alto vuelo, los especuladores de grueso calibre, los estafadores inimputables, los sobornadores y sus sobornados, los tecnócratas mercenarios, los científicos embusteros, los coimeros y sus coimeados, los que se llenan los bolsillos gracias a la televisión chatarra y la prensa amarillista, los que están lucrando con la construcción, la enseñanza y la salud (y los que permiten esto por convicción y/o conveniencia) no suelen andar con bolsos o mochilas por 18 de Julio, tengan la edad que tengan.

www.brecha.com.uy