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Mario Michelena (1958-2017). Uruguay

En vez de obedecer, compañero de la rebeldía

Fuentes: Correspondencia de Prensa

El «sentido común» nos exige estar en duelo. Tristes, abatidos. Con el alma desagarrada por la separación. Es lo que deberíamos sentir, si nos atenemos a la cultura deshumanizada de la sociedad capitalista, dónde los vivos pensamos en los muertos como los ausentes. Sin embargo, hay que trasgredir las costumbres para dibujar una semblanza de […]

El «sentido común» nos exige estar en duelo. Tristes, abatidos. Con el alma desagarrada por la separación.

Es lo que deberíamos sentir, si nos atenemos a la cultura deshumanizada de la sociedad capitalista, dónde los vivos pensamos en los muertos como los ausentes.

Sin embargo, hay que trasgredir las costumbres para dibujar una semblanza de este incomún luchador. Hasta por su manera singular de llegar a morir.

Fue el jueves 30 de marzo, por la tarde, recién asomado el otoño. Sin preaviso dramático, ni bocinas médicas. Calmo, en paz, en su espacio de cocina y mate, cigarro y lectura. Lo encontraron sus queridos vecinos. Que ya lo extrañan. Era uno de sus pares.

Sabios, los latidos de su corazón eligieron el lugar. La «finca sin cimientos» de Parque del Plata, amigable, solidaria y alegre. Levantada a partir de un contenedor en medio de unos árboles y del esfuerzo de una familia trabajadora de brazos fraternos, mentes vitales, almas felices. Ese refugio alegre que junto a Isabel, su compañera, decidieron construir con la esperanza entre los dientes.

Padre de Yael, Venancio, Carolina, Diego, Rebeca. Referencias ineludibles que trazaron las apuestas de su vida afectiva.

Su transitar fue sin griterío. Jamás se colgó pergaminos revolucionarios. Hablaba poco de su historia militante y le espantaba el discurso épico de la izquierda. Derrotado muchas veces, volvía a recomenzar…y siempre así. Lo guiaban su coherencia política y una conciencia de clase bien anclada y generosa.

Empezó desde muy joven. En el liceo Rodó se incorporó a la resistencia contra la dictadura, estuvo preso unos meses en el Departamento de Inteligencia de la Policía y perdió la calificación de estudiante.

Su primer trabajo fue en el laboratorio de Chicle Adams. Tendría entre 18 y 20 años. Lo echaron porque agarró del pescuezo a su jefe.

Deambuló luego por el mundo del «trabajo informal». Vendió libros puerta a puerta (incluso en Buenos Aires) y anduvo de bagayero por las ferias barriales. Trabajó en Motocar, un taller metalúrgico, y organizó el sindicato para enojo del patrón que se ufanaba de pertenecer al Partido Comunista. Cuando despidieron a Mario, sus compañeros ocuparon el taller.

Ya en democracia, se presentó a un concurso en el ex Iname (hoy Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay) y comenzó a trabajar como educador de «menores infractores privados de libertad» en varios centros del interior de país (Maldonado, Durazno, Paso de los Toros) fue uno de los dirigentes del sindicato. Allí empezó su desprecio por los aparatos burocráticos, el corporativismo sindical, y la tecnocracia oficialista. Renunció al Iname y en 1989 entró a trabajar en la Comag (Cooperativa Magisterial) hasta el momento de prejubilarse.

En 1993, asumió la presidencia del sindicato (Empleados de Cooperativa Magisterial-Ecma), luego que la agrupación independiente que integraba ganara las elecciones en 1993. En 2005, la misma corriente sindical ganó en la Agremiación de Funcionarios de Cooperativas de Consumo (AFCC) y Mario pasó a ser presidente de la federación de sindicatos de la rama. Puso énfasis en organizar a la militancia de base en las cooperativas y a denunciar la vinculación mafiosa entre algunas direcciones sindicales y las directivas de las cooperativas. Batalló contra la corrupción imperante en el cooperativismo de consumo y en contra de los «asesores rentados» que contrataba AFCC. En el 2008, en un amañado «congreso extraordinario» de la AFCC, el sindicalismo oficial, protegido por el PIT-CNT, impuso la remoción de la dirección clasista presidida por Mario.

En octubre de 2009, él y un núcleo de trabajadores y trabajadoras se organizaron y decidieron romper con el sindicalismo sometido al gobierno del Frente Amplio. Salieron de Ecma y constituyeron Ecos, un sindicato de clase, independiente de la estructura del PIT-CNT. Fue una experiencia inédita y fundacional en el sindicalismo de la era progresista, sin dirigentes rentados, ni viáticos diarios, ni celulares gratis. Una «opción peligrosa» para la «unidad sindical», atacada por los funcionarios del PIT-CNT, ilegalizada por el Ministerio de Trabajo del progresismo. Pero continuaron, sin doblegarse.

Su militancia se ubicó, sin vacilaciones, en el espacio de un sindicalismo antipatronal y antiburacrático. O sea, en la corriente de clase enemiga del «dialogo» con los dueños del capital y de la «negociación» como arma pasiva y desorganizadora. Se despegó de la trampa conformista y oportunista de la llamada «unidad sindical». Su actividad partía de una premisa básica: intransigente oposición al maridaje entre aparatos sindicales, gobiernos y partidos políticos institucionales.

Fue un pilar de la Tendencia Clasista y Combativa (TCC), generó acciones de solidaridad con trabajadores de empresas tercerizadas, apoyó luchas abandonadas por el PIT-CNT, acompañó el movimiento contra la impunidad del terrorismo de Estado, por Memoria y Justicia. Participando de experiencias internacionales que construyen alternativas de lucha de clases; diciendo presente en un congreso de la Conlutas en San Pablo, Brasil, una central animadora y organizadora de toda huelga y movilización obrera; reuniéndose con Christian Mahieux y Nara Cladera de paso por Uruguay, coordinadores de la Unión Solidaires de Francia, una central activa en los movimientos sociales, organizadora de las huelgas generales, impulsora, junto a la Conlutas, de la Red Sindical Internacional de Solidaridad y de Luchas.

Su historial político tampoco supo de renunciamientos en el terreno de los principios y de los valores fundamentales.. Se integró al Partido Comunista de joven y fue sabiendo de manipulaciones y traiciones. Rompió con la estafa estalinista y fue acercándose al trotskismo. Se zambulló con entusiasmo en el marxismo revolucionario. La lectura del «Hombre que amaba a los perros» del cubano Leonardo Padura, fue la confirmación de que había dado el paso justo, coherente con su conciencia. Lo identificaba la lucha sin cuartel de León Trotsky contra los aparatos totalitarios, la rabiosa e incondicional defensa de la democracia obrera, la temeraria voluntad del revolucionario bolchevique.

Sí, no caben dudas. Puede definirse a Mario como hombre íntegro, que en vez de obedecer a los de arriba -y a sus empleados y gerentes de turno-, confío en los rebeldes. Eligió estar entre ellos, con la confianza visceral de un desobediente. Hizo estandarte de su vida aquel dicho del notable John Berger: «en esta tierra no existe la felicidad sin anhelo de justicia». Por eso, abrazó todas las causas de la condición proletaria

El viernes 31 de marzo, sus familiares, compañeros y amigos lo acompañamos. La liturgia tradicional diría que fue un velorio. Donde lloramos al ausente. Claro, se percibía la pérdida, el golpe sorpresivo, artero, demoledor. Es lo normal en estos casos. Habla de pesadumbre, sentimiento de dolor compartido.

No obstante, se percibía (re)encuentro de compinches. Empatía, Respiración común. De gente que conoció su ser bueno, sencillo, franco, luchador, solidario. Entrañable. Como para seguir contándolo entre nosotros.

Montevideo, 12 de abril de 2017

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.