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Guatemala

Envidiablemente multicultural, escalofriantemente racista

Fuentes: Rebelión

Cuando el visitante ingresa a las principales ciudades de Guatemala, la diversidad de colores, idiomas y aromas irrumpen desde los mercados y plazas principales, activando en el huésped sensible su capacidad de asombro y observación. Guatemala está conformada por cuatro pueblos (maya, xinca, garífuna y mestizo). Pero, más del 60% de su población es culturalmente […]

Cuando el visitante ingresa a las principales ciudades de Guatemala, la diversidad de colores, idiomas y aromas irrumpen desde los mercados y plazas principales, activando en el huésped sensible su capacidad de asombro y observación.

Guatemala está conformada por cuatro pueblos (maya, xinca, garífuna y mestizo). Pero, más del 60% de su población es culturalmente maya, aunque genéticamente casi nadie se puede abstraer de lo maya. Y, precisamente, esta población mayoritaria maya, distribuida en 22 pueblos, con idiomas y costumbres vivas y diferenciadas, es lo que hace de Guatemala un país policromático y megadiverso como ningún otro en Abya Yala.

La extensión territorial de Guatemala es apenas un poco más de 108 mil Km2. Casi una décima parte del territorio de países andinos como Perú o Bolivia. En este territorio «diminuto», germinó y florece un envidiable vivero de identidades culturales desconocido y despreciado casi por la totalidad de sus habitantes.

En el interior del país, existen bolsones territoriales indígenas inéditos donde los mestizos se sienten verdaderos extranjeros «con categoría», no sólo por el idioma, sino también por la gastronomía, la vestimenta, las eco espiritualidades, las eco tecnologías, los conocimientos ecológicos y los diversos estilos de vida de sus anfitriones. Pero, la reacción casi «natural» del visitante mestizo ante esta riqueza biocultural es el desprecio barnizado de indiferencia.

El racismo, una enfermedad crónica de Guatemala

El desprecio y la expoliación del indígena se ha naturalizado tanto en la sociedad guatemalteca, que esta sociedad enferma del racismo, no sólo se niega a reconocer su mal crónico, sino que reproduce y defiende las causas estructurales de su atavismo patológico que lo ata en el atraso civilizatorio irracional.

Guatemala está tan enferma que no puede vivir sin este mal que configura las estructuras psicológicas individuales y colectivas de sus habitantes.

El racismo condena a las y los guatemaltecos a una esquizofrenia cultural identitario que los obliga a subsistir escupiendo a lo que son y añorando con lo que no son, ni será jamás (blancos genética y culturalmente). Sufrimiento histórico que espera redención estructural.

Abordar este mal estructurante del país, en la gran mayoría de los casos no sólo causa incomodidad, sino que hasta es ofensivo para la generalidad de guatemaltecos.

Ni indígenas, ni mestizos se asumen como racistas. Pero, las miradas, los comentarios, los maltratos, las estigmatizaciones permean las leyes, las costumbre sociales, las instituciones públicas y privadas, los ritos religiosos, hasta las relaciones intrafamiliares. Incluso, el o la indígena, en la medida que se escolariza/profesionaliza, se vuelve más racista y despectivo con su propia sangre.

El racista no nace, se hace

El racismo, como toda enfermedad social, es producto histórico y socialmente construido. Nadie nace racista. La sociedad racista es la que fecunda sujetos racistas. Esta enfermedad crónica se inyectó en el alma individual y colectiva de criollos y mestizos de Guatemala en tiempos de la invasión y saqueo colonial. Desde entonces, generación tras generación, esta tara social se institucionalizó y normalizó en las leyes, en las instituciones públicas y privadas y en las iglesias.

En Guatemala el mismo Estado está organizado para engendrar «ciudadanos» racistas. El Estado (colonial y republicano), en su origen, historia, estructura y funciones fue y es tremendamente etnofóbico y sistemáticamente etnofágico. El Estado hizo de las grandes mayorías (indígenas) un «mal» permitido e indeseado, pero necesario para su subsistencia.

¿Existen los pueblos indígenas en la Constitución Política de Guatemala? No. ¿Existen héroes o heroínas indígenas en la historia oficial de Guatemala? No. ¿Existen valores, eco tecnologías y conocimientos ancestrales indígenas en los contenidos académicos del sistema educativo estatal? No. ¿Para quienes están destinados los peores nichos laborales en el país? Para indígenas.

¿De qué color son las estatuas de santos, vírgenes y del mismo Dios en las iglesias? Blancos. ¿De qué color es el centro de la bandera de Guatemala? Blanco. ¿En qué idioma están escritas las leyes del país?

Sin embargo, las y los indígenas son casi las dos terceras partes de la población del país. Los pueblos mayas y xinca tienen historias, eco tecnologías, conocimientos milenarios y espiritualidades, ahora, rebuscados por la industria del conocimiento externo. Son indígenas quienes dinamizan y mantienen a las iglesias. El fenómeno de la economía de la agroexportación tiene aroma de sangre y sudor maya.

Con estas estructuras estructurantes es imposible no ser racista. ¡Hasta los dioses se hacen racistas en Guatemala!

Y, lo más triste es que este atavismo crónico es asumido y premiado como una estimable virtud por el sistema. Al grado que las víctimas del racismo, no sólo aceptan este vicio social como algo normal, sino que lo defiende y lo reproducen como un elixir de ascenso social y progreso.

¿Cuál es el origen del racismo en Guatemala?

El racismo, como un constructo sociocultural, tiene su origen histórico en la invasión colonial, y en la configuración psicológica del espíritu del colonizado.

Si bien los invasores, luego los criollos, pudieron legitimar su conducta de saqueo y dominación sobre los aborígenes argumentando que nuestros abuelos/as no eran seres humanos, por tanto, tampoco tenían derecho a tener derechos, ni propiedades; esta negación se convirtió simultáneamente en la frustración y fracaso de los soldados guerreros del Rey de España.

Los soldados del Rey sólo podían demostrar su hidalguía y esperar la recompensa real correspondiente si demostraban su victoria militar sobre otros pueblos, sobre otros seres humanos. Pero, como los aborígenes «vencidos» no eran seres humanos, entonces, los «vencedores» no podían autoafirmar su gallardía, mucho menos esperar la recompensa del ascenso de estatus.

De allí viene el odio y el desprecio al aborigen por parte del invasor y del criollo. Ellos odian y desprecian su fracaso (al aborigen), pero, al mismo tiempo ese fracaso era la esencia vital para su subsistencia en el nuevo mundo.

Esta contradicción existencial que habitó a los invasores fue heredado por criollos y mestizos que intentaron crear el Estado republicano. Por eso, sistemáticamente aplicaron desde el aparente Estado nación políticas de asimilación, integración y de eliminación biológica (genocidio) en contra de los pueblos indígenas (por ser, según ellos, el espejo de su fracaso). Pero, tampoco podían desaparecernos cultural y biológicamente por completo porque su Estado y ellos subsistían y subsisten gracias a nuestros bienes y fuerzas laborales. Por eso, el racismo fluctuante en Guatemala aniquila pero no mata por completo. Porque si desaparecemos, desaparecen ellos.

Esta contradicción existencial que enferma a verdugos y víctimas sólo será superada con la creación de un nuevo Estado y una nueva sociedad intercultural con la participación de todos los pueblos y sectores del país.

A esta redención histórica, en la América Latina del siglo XXI, se denomina proceso de una asamblea constituyente refundacional. Concertar y construir nuevas leyes, nuevas instituciones públicas y nuevos proyectos de vida fundados y orientados por la interculturalidad y la vocación por la vida policromática. Éste es el reto que tiene Guatemala para superar su pecado original, el racismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.