Hemos visto como en nuestro país se ha construido una sociedad diferente, y en cierto modo, opuesta a la sociedad que nosotros creíamos conocer. Pero, al mismo tiempo, ha sido construido el ser humano adecuado para vivir en esta sociedad. Sabemos que la noción ser humano es biológica y establece el punto de diferencia con […]
Hemos visto como en nuestro país se ha construido una sociedad diferente, y en cierto modo, opuesta a la sociedad que nosotros creíamos conocer. Pero, al mismo tiempo, ha sido construido el ser humano adecuado para vivir en esta sociedad.
Sabemos que la noción ser humano es biológica y establece el punto de diferencia con los otros animales. Uno de estos seres humanos se dio cuenta del mundo existente, adquirió conciencia de ello y se distanció de las cosas, diferenciándose de ellas. Este es el ser humano, en tanto que la persona es una noción política jurídica que establece la relación con un poder político. Es la persona necesaria para que asuma obligaciones, para que compre y venda y haga circular las mercancías.
En esta sociedad que hemos descrito, el ser humano se relaciona con otros a través de las cosas y no directamente; es decir, que se ha construido un reino de la cosa convertida en mercancía, que es la que establece el valor y hasta el precio de cada persona. En este mundo, las personas no se relacionan directamente con otras personas sino que se entabla ese vínculo a través de las cosas y mediante las cosas, porque son éstas las que establecen el valor de cada persona, de acuerdo a las cosas que poseen y que las poseen, al mismo tiempo.
Como podemos ver, la sociedad de mercado construye un mundo que se creía y pensaba superado, porque cuando las personas dependen en su valía de las cosas, se trata en realidad de un viaje al pasado, que se presenta, sin embargo, con trajes nuevos porque resulta ser el valor de cambio de las cosas y no su valor de uso lo que establece el criterio determinante de la relación persona-cosa. Se trata actualmente de sobreponer el valor de cambio, es decir, la cosa convertida en mercancía, sobre el valor de uso, es decir, la cosa resolviendo la necesidad de la persona. Esta verdad influye hasta en la duración y calidad de las mercancías producidas y puestas a circular. Actualmente se trata de que estas duren lo menos posible y que su utilidad, es decir, su valor de uso, se agote en el menor tiempo para que el cliente se vea empujado a adquirir otra. Y así, la actualidad resulta primitiva y esta relación cosa-persona es el punto de partida para la reflexión sobre el nuevo ser humano que ha sido creado en nuestro país.
Estamos hablando de un capitalismo transnacionalizado, controlado por empresas extranjeras en una sociedad de capitalismo atrasado, con cúpulas dominantes oligárquicas, con un pequeño sector burgués sin patria, como toda burguesía, que no invierte en el pequeño país; pero que lo controla política, ideológica y económicamente, y establece, de esa manera, los criterios y políticas que rigen la vida de las personas.
El ser humano es sometido a la acción y presión de tres fuerzas que lo superan plenamente: el mercado, el capital y la competencia. Estas tenazas lo aprisionan y moldean. No se trata de un productor porque estos productores resultan ser los empresarios, es decir, los dueños del capital y de los medios de producción. El trabajador que mueve las máquinas, el que produce, aunque no tenga el control del aparato productivo, resulta ser cualquier cosa menos productor. Puestas así las cosas, el ser humano es una simple pieza en un mercado de trabajo en donde se compra y se vende una fuerza de trabajo que clama por ser comprada y clama por venderse a cualquier precio y en cualquier condición. Este trabajador ha perdido toda posibilidad de negociar las condiciones en que vende su fuerza de trabajo y la pata maestra del contrato, del que el capitalismo se ufana, prácticamente desaparece.
La persona necesita venderse incondicionalmente para sobrevivir y, al mismo tiempo, es convertido en comprador, pero adquiriendo lo que no necesita para vivir. En tal sentido, es construido como consumidor que el mercado necesita para obtener sus ganancias a costa de los que compran lo que no necesitan pero desean. Este es el consumidor que vive y pervive a merced de las cosas, y el mercado tenaz invade todos los rincones de la subjetividad de todas las personas, aniquilando la humanidad de cada persona, haciendo desaparecer a la niña y al niño, a través de lo que se llama erotización precoz, según la cual, hace desaparecer la fantasía o imaginación exuberante de la inteligencia de niños y niñas que pasan a convertirse en esclavos de la moda, desde los primeros años de su vida. Por eso es que una niña deja de serlo y se convierte en señorita que se embellece artificialmente y se adorna con bienes del mercado sin tener necesidad real para ello. Se trata, en realidad, de uncir la lógica del mercado a los seres humanos desde sus primeros años de vida. En el caso de niños y niñas, todo el diseño es controlado y dominado por un mundo de sexualidad que prepara al ser humano para jugar el papel de objeto sexual.
En todo caso, la sociedad se organiza para producir consumidores dóciles e indefensos y no productores de bienes cuya producción requiere conocimiento, ciencia y tecnología, inexistentes en esta sociedad de mercado, por eso es que aquí nunca se ha producido ni una computadora ni un celular, aunque tengan un extendido uso en un mercado que consume las tecnologías de otros países, pero que no es capaz de producirlas por su propio talento.
La mano o las manos que mueven estos hilos son las de las grandes empresas transnacionales, las oligarquías locales, las cúpulas partidarias y la cúpula de la antigua insurgencia. Estos sectores que son beneficiarios directos de este modelo de sociedad y de economía necesitan seguridad de que nadie va a rebelarse, o protestar, o reclamar peligrosamente por la explotación de que es objeto. Para eso necesitan un aparato de Estado que les de seguridad y que quite la seguridad a las personas. Es decir, que esta pieza clave de la seguridad, entendida como un saber a qué atenerse, como una confianza en la aplicación de las normas jurídicas, está al servicio de estos sectores poderosos y beneficiarios, pero no sirve a los clientes del orden establecido, que no deben contar con ninguna seguridad, porque entonces se desordena y altera la lógica dentro de la que funciona este orden, donde el seguro debe ser el orden mismo y no las víctimas. Esta resulta ser una contradicción a la que volveremos más adelante.
Dagoberto Gutiérrez es Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña.
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