Recomiendo:
0

Julio, la patria prometida

Fuentes: Rebelión

Cuando el 14 de julio de 1789 los franceses tomaron por asalto la Bastilla, no solo afirmaron la caída de un régimen injusto y oprobioso, sino que abrieron cauce, además, para que julio se convirtiera en un mes emblemático para muchos pueblos de la tierra. Las miles de personas que invadieron la histórica fortaleza convertida […]

Cuando el 14 de julio de 1789 los franceses tomaron por asalto la Bastilla, no solo afirmaron la caída de un régimen injusto y oprobioso, sino que abrieron cauce, además, para que julio se convirtiera en un mes emblemático para muchos pueblos de la tierra. Las miles de personas que invadieron la histórica fortaleza convertida en presidio buscaban obtener armas y municiones para dotar de ellas a una milicia popular recién constituida a fin de asegurar la defensa y mantener el orden en la capital, convulsionada por diversas revueltas. Ya en ese entonces, Europa, y el mundo, comenzaban a vivir los años más duros de la confrontación social que daría el pase a cambios mayores más tarde.

Ya había nacido antes de ese acontecimiento, en 1783 y un 24 de julio, Simón Bolívar quien tomando la esencia del pensamiento revolucionario de su tiempo, dio la libertad a cinco naciones de América Latina y abrió las compuertas a la lucha por la unidad continental que ahora amaga con más fuerza. Por esa senda transita hoy la Venezuela de nuestro tiempo. Logró acabar en dura lucha con una etapa difícil de represión y de violencia, escarnio y exterminio, y comenzó de la mano del Comandante Hugo Chávez Frías, y su régimen progresista, el rumbo que transita.

Simón Bolívar -cuyo rostro verdadero acaba de darse a conocer a nuestros contemporáneos- en julio de 1822 abrazaría en Guayaquil a otra legendaria figura de la epopeya americana, don José de San Martín, en un acto que se recordó el pasado 22, como una fecha emblemática: la cita de los libertadores que se admiraban uno al otro y que sin soberbia alguna convinieron una forma práctica de acción continental para acabar con el dominio hispánico sobre el suelo americano.

José de San Martín había proclamado ya el 28 de julio de 1821 la Independencia del Perú, pero el enaltecedor gesto no había consolidado nuestra libertad. Fue necesario entonces que se sumaran Junín y Ayacucho, en 1824 para que nuestro país dejara definitivamente atrás la era colonial y asumiera su nuevo rol como una patria independiente y soberana, batalla que -no obstante- aún no ha concluido y que no culminará sin antes acabar con todo vestigio de dominación extranjera no sólo sobre nuestro territorio, sino también riquezas.

Dos acontecimientos del escenario latinoamericano, también ocurridos en el mes de julio resaltan en nuestro tempo con luz propia. Hace 59 años Fidel Castro y sus compañeros emprendieron la lucha contra la dictadura pro yanqui de Fulgencio Batista, promoviendo la Toma del Cuartel Moncada, la segunda fortaleza militar de Cuba. Aunque la acción allí ocurrida no pudo concretar una victoria inmediata, el episodio marcó un hito para los pueblos de nuestro continente. Después vendría para Cuba el desembarco del Granma, la lucha guerrillera en la Sierra Maestra, el 1 de enero de 1959 y más de medio siglo de resistencia heroica y de lucha valerosa por construir en tierra americana una sociedad de nuevo tipo, más humana y más justa, soportando -y venciendo- las más duras arremetidas del Imperio. Evocando la épica jornada de 1953. Fidel diría: «Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre…», pero nada de eso ocurrió. Recogiendo el mensaje de Martí, los cubanos de alzaron en una fecha que pronto cumplirá 60 años en la memoria de todos los pueblos y celebran esa fecha en medio de un vigoroso entusiasmo y una muy férrea voluntad solidaria.

26 años más tarde de ese acontecimiento, en 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional alcanzaría una victoria de enormes dimensiones en tierra americana. Sandino -el General de Hombres Libres- y Carlos Fonseca Amador alumbraron en su momento, un camino que mantiene vigencia y que se afirma en la lucha por dejar atrás un pasado de atraso y dependencia y andar por la ruta de un futuro enaltecedor para los pueblos. El ejemplo de Tomás Borge se mantiene enhiesto. En las sierras de Segovia, en la Nicaragua de nuestro tiempo, quedó sellado el mensaje que hoy evocan muchas otras fuerzas en nuestro continente. En los más recónditos caminos de América late la esperanza de que julio -el mes de las victorias- nos entregue nuevas más adelante para alentar el modelo social con que soñamos.

Estas experiencias históricas generan en nuestro continente renovadas expresiones. En Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina y Uruguay, soplan vientos de cambio más o menos intensos, pero tangibles y definidos. Y en otros países -como Chile- ellos anidan en el corazón de los pueblos. En ese marco ahora se inscribe nuestra historia en lo que Martí y Mariátegui coincidirían en llamar Nuestra América.

El proceso peruano es ciertamente más complejo que otros porque aquí radica la oligarquía más envilecida y rapaz del continente. No en vano fuimos nosotros el asiento más definido y perdurable del Poder Virreinal, y su capital administrativa, económica y política. Y no fue un capricho constatar que nuestra libertad solo pudo afirmarse, cuando patriotas de otras latitudes vinieron a pelear al lado de los nuestros en batallas que nos legaron una herencia mezclada con sangre y heroísmo.

Ahora, a 191 años del aniversario de nuestra Independencia, el Perú vive un tiempo distinto. Y lo vive sobre todo, y especialmente, por la voluntad activa de millones que han despertado alentando un singular empeño. Ese fue el sentido principal de la votación que el año pasado nos permitió ungir un gobierno que, con aciertos y errores, avances y retrocesos, marchas y contra marchas; perfila un escenario diferente a los transitados en décadas pasadas.

No es exagerado asegurar que la heroica lucha del pueblo de Cajamarca en defensa del agua y la bio diversidad, no habría sido posible si en lugar del gobierno actual, se hubiese parapetado en el Poder la Mafia fujimorista del pasado. Ella se habría encargado de desactivar todo tipo de resistencia a la inversión minera y hubiera garantizado a sangre y fuego que oro, plata, cobre y otros minerales, vuelen a engordar las plácidas reservas de las empresas multinacionales. La más reciente historia del Perú permite confirmarlo.

Tampoco habría sido posible que se creara en el país el ambiente que hoy se vive, en el que nuevamente se restaura en la mesa ciudadana el debate políticos de los grandes temas de nuestro tiempo. Si Conga va -o no va- forma parte de una discusión que solo resulta posible cuando los ciudadanos tienen en la cabeza no la basura clásica con la que la alimentaron los medios de comunicación en el pasado, sino los temas esenciales, que son el reto de nuestro desarrollo. Las víctimas de la contaminación minera en la provincia de Bolognesi, la írrita decisión de Villa Stein y la desafiante insolencia de los antiguos detentadores del Poder, son una alerta para todos.

El clima de movilización social, y que se expresa en constantes acciones callejeras contra mineras como Yanacocha o Antamina, la corrupción, la impunidad y el accionar de las mafias dice sin rubor que una de las virtudes del proceso peruano es precisamente la de abrir las compuertas del debate nacional más amplio. Es claro que estos no son propiamente méritos personales de quienes tienen en sus manos la conducción del Estado. Son el resultado natural y lógico de una batalla en la que se mezclaron ilusiones y sacrificios de millones, y que ahora cala en nuestros huesos.

Falta, sin embargo, entender que al diálogo social corresponde un modelo económico compatible con la dignidad del pueblo y no con la voracidad de los poderosos, y que hay que poner fin a la insolencia de los «grandes» que incluso buscan desfigurar la historia y nos dicen con soberbia que la Corona española fue benévola con Tupac Amaru porque respetaron sus títulos y lo descuartizaron, «modalidad que solo estaba reservada a los nobles que traicionaban al rey«.

Julio, el mes de la Patria -la Patria doliente del Caudillo de Pampamarca y Surimana y Tungasuca- nos encuentra entonces al pie de una esperanza, aquella a la que cantara tan bellamente Gonzalo Rose: «Hay en los arenales hombres de sed muriendo / guardando el vaso de agua para ti reservado / y hay pescadores negros en alta mar perdidos / para ellos eres, patria, la tierra prometida / y seguirán remando mientras no den contigo…»
En lucha por coronar el sueño de la gran transformación es que se empeña vigorosa la voluntad de nuestro pueblo.

Gustavo Espinoza M. el miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera: http://nuestrabandera.lamula.pe

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.