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Hombre mirando al norte

OEA: Luis Almagro en el ojo de la tormenta

Fuentes: Brecha

Aunque luego intentó aclararlas, sus palabras fueron concluyentes: «En cuanto a una intervención militar para derrocar al régimen de Nicolás Maduro, creo que no debemos descartar ninguna opción». Hacía tiempo que Luis Almagro se alineaba con la política exterior estadounidense, pero esta vez sus distanciamientos con el otro bando se multiplicaron y las críticas le […]

Aunque luego intentó aclararlas, sus palabras fueron concluyentes: «En cuanto a una intervención militar para derrocar al régimen de Nicolás Maduro, creo que no debemos descartar ninguna opción». Hacía tiempo que Luis Almagro se alineaba con la política exterior estadounidense, pero esta vez sus distanciamientos con el otro bando se multiplicaron y las críticas le llovieron de todas partes, incluso desde gobiernos de la región muy críticos con Venezuela. El golpe de gracia lo administró Tabaré Vázquez al anunciar que su gobierno no votaría su reelección como secretario general de la Oea (Organización de Estados Americanos). Mientras varios representantes del oficialismo abonan la tesis de que el «giro» político del ex canciller uruguayo es un enigma, otros ex funcionarios de la cancillería afirman que el viejo Almagro no era tan distinto al actual.
Algunos de quienes trabajaron con él en la cancillería aseguran que «la versión Oea» de Luis Almagro los dejó perplejos. «Nada hacía prever que se encaminara para ese lado», dijo por ejemplo a Brecha Belela Herrera, que fuera subsecretaria de Relaciones Exteriores en el primer gobierno del Frente Amplio, cuando la titularidad del ministerio fue ocupada por el socialista Reinaldo Gargano. «En la cancillería se lo recuerda por su muy buena gestión, alineada con la política exterior del gobierno de José Mujica, que se había distanciado fuertemente de la de los partidos tradicionales.» Herrera destaca en particular «el trabajo de Almagro» para recibir en Uruguay a los refugiados sirios y a los ex presos del campo de concentración estadounidense de Guantánamo, o incluso la aparición pública del ex canciller con una bandera palestina. «No podíamos ni avizorar que se convirtiera en lo que hoy es. Hasta su imagen cambió, de aquel bohemio medio chambón y pelilargo, al funcionario atildado de hoy», dijo otro ex funcionario a Brecha. Algo similar piensan varios de los que fueron colaboradores de Almagro en los meses que siguieron a su asunción como secretario general de la Organización de Estados Americanos (Oea), como dijo públicamente el ex subsecretario de Salud Pública Leonel Briozzo y varios referentes del Movimiento de Participación Popular, sector al que pertenecía el ex canciller. Hay un mundo entre aquel Almagro y el de ahora, y un mundo entre la política exterior que pusiera en práctica José Mujica y la que lleva a cabo Almagro desde la Oea, dicen.

Pero otros califican de ingenua esa posición y sostienen que cojea por varios flancos. Ni la política exterior del gobierno de José Mujica era tan claramente distinta de la de administraciones coloradas o blancas ni el Almagro de sus años frentistas era alguien tan distinto al actual, dicen algunos de esos críticos. Quien en mayo de 2015 se convirtiera en el hombre clave del organismo que la izquierda uruguaya viera tiempo ha como «el ministerio de las colonias de Estados Unidos» ya había dado signos de que «no era un hombre que mirara precisamente al Sur», dijo, por ejemplo, a Brecha otro ex funcionario de la cancillería.

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Kintto Lucas regresó a Ecuador, su «segunda patria», hace ya un buen tiempo. A su primera patria, Uruguay, había vuelto por un corto lapso, en 2013, cuando luego de renunciar como vicecanciller del gobierno de Rafael Correa tras la firma de un tratado de libre comercio entre Ecuador y la Unión Europea, que él rechazaba, se integró al Ejecutivo uruguayo. José Mujica lo nombró embajador itinerante ante la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), organismos que los gobiernos de la «era progresista» proyectaban como sustitutos del viejo andamiaje regional montado en torno a la desprestigiada Oea. Lucas ocupó por un par de meses un despacho en la cancillería, en teoría bajo las órdenes de Almagro, pero entre ambos la corriente nunca pasó. «Cuando en setiembre se dio el intento de golpe de Estado en Ecuador contra Correa, yo llamé directamente a Pepe (Mujica), no pasé por Almagro. Luego Almagro vino a Quito, pero no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo, preguntaba lo que había que hacer. Siempre fue un tipo muy inseguro políticamente y no mostraba ninguna firmeza sobre temas como fortalecer o no a la Unasur contra la Oea, que en aquella época eran clave. Yo en ese momento no sabía bien si era que se sentía perdido o que no apostaba a eso. Después resultó que no apostaba a eso», dijo Lucas a Brecha desde Ecuador.

Almagro tomó, siendo canciller, «una cantidad de opciones» que resultan coherentes con lo que está haciendo ahora, dice el ex embajador itinerante. Entre ellas cita su insistente oposición al ingreso de Venezuela al Mercosur y su cercanía con posturas de gobiernos de la región que estaban «claramente en contra de privilegiar estructuras como la Unasur o la Celac, como el de Colombia». Caracas pudo entrar al bloque sureño luego de que Paraguay viera suspendida su membresía tras la destitución «exprés» del presidente Fernando Lugo, en 2012. La Argentina gobernada por Cristina Kirchner y el Brasil presidido por Dilma Rousseff presionaron entonces para que la Venezuela de Hugo Chávez concretara su incorporación, que estaba en las gateras desde hacía tiempo, pero no terminaba de decidirse porque el Senado paraguayo -intentos de coima mediante- no la ratificaba. «Almagro también la resistía, y en una reunión que tuvo lugar en Argentina, Mujica debió sacarlo de la sala a pedido de Dilma para explicarle que ya era una decisión tomada. Él argumentaba que no se podía llevar a cabo sin Paraguay o sin consultar en Uruguay a los partidos tradicionales, excusas de ese tipo», cuenta Lucas. «Esa vez zafó y tuvo que aceptarlo», pero «nunca dejó de poner trabas a cualquier cosa que hiciera Venezuela o a las iniciativas para reforzar la Unasur».

Una vez que Paraguay volvió al bloque hubo un nuevo episodio: Venezuela debía asumir la presidencia pro témpore del Mercosur, sucediendo a Uruguay. «Era la regla: se seguía un orden alfabético. Cosas del protocolo, ajenas por completo a cualquier cuestión ideológica. Pero Almagro se opuso, quería que fuera Paraguay el que la asumiera. Se empecinó, y mantuvo varias reuniones con la embajadora de Venezuela en Montevideo, Isabel Delgado, para intentar convencerla de que renunciara a la presidencia. Me lo relató la propia Delgado.»

Por la misma época, «un poco antes de que se anunciara alguna iniciativa de la embajada de Venezuela en Montevideo o algo relacionado con la Unasur, aparecía Almagro dando una conferencia de prensa con la embajadora de Estados Unidos. Por cualquier cosa: que Washington nos iba a comprar naranjas, más carne, alguna cosa de ‘cooperación’, lo que fuera. Para peor, era ella la que ocupaba el centro de la mesa, violando normas del protocolo». Lucas dice que «obviamente» no puede probar que se tratara de «hechos concertados, pero eran demasiados para considerarlos apenas coincidencias».

Siendo embajador itinerante ante la Unasur y la Celac, Lucas le hizo llegar a Almagro una serie de notas sobre el relacionamiento con esos organismos. «No le interesaron. Le escribí a Pepe llamándole la atención sobre eso, y dándole mi opinión de que había que fortalecer a la Unasur y la Celac. Lamentablemente se terminó priorizando a la Oea y se le dio aire cuando estaba moribunda. Hoy es la Unasur la moribunda, y la Oea volvió por sus fueros.»

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Kintto Lucas piensa que muchos en el Frente Amplio se creyeron el cuento de que Almagro era un hombre de izquierda porque tuvo una postura favorable a la anulación de la ley de caducidad, situándose en ese plano «a la izquierda» de Mujica o de otros integrantes del gobierno, como el ex ministro de Defensa Eleuterio Fernández Huidobro. «No costaba nada ‘hacerse el loco’ en esa materia. Era previsible, viendo incluso la composición de la Corte, que el proyecto de ley interpretativa fuera declarado inconstitucional, como sucedió. Almagro se ganó en ese momento una reputación que no se condecía con nada de lo que hacía en otros planos. Si uno mira para atrás se ve un plan, un proyecto. Lo que hizo luego en la Oea ya estaba prefigurado cuando era canciller.»

Y era tan «burdo» entonces como antes. «Se le iba la moto en aquellos años, como ahora se le fue cuando llamó ‘imbécil’ a José Luis Rodríguez Zapatero», el ex presidente del gobierno español que está mediando entre la oposición y el Ejecutivo venezolanos, sólo porque le dijo que una intervención militar en Venezuela empeoraría las cosas. «Tan torpe fue en esto que hasta el Grupo de Lima, que se formó únicamente para atacar al gobierno de Nicolás Maduro, se negó a respaldarlo. Algunos de los países que integran el grupo, como Colombia, seguramente apoyan una acción militar, pero no lo dicen. Él no tiene problemas en mostrarse más papista que el papa y en repetir lo mismo que dice Donald Trump.»

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Lucas renunció a su cargo en el gobierno uruguayo tras su enésimo enfrentamiento con Almagro. «Ya había pasado por varios. Uno de los más fuertes fue cuando me reprendió públicamente porque opiné que Uruguay no debía integrarse a la Alianza del Pacífico. Mujica estaba en Europa, y Danilo Astori, que ejercía la Presidencia, se manifestó favorable a esa integración. Yo me pronuncié en contra y declaré a un medio que esa alianza era como un Alca en pequeño. Mujica en aquel momento paró lo de la alianza, pero Almagro me reprendió porque yo ‘no tenía derecho’ a hablar sin permiso de la cancillería. Me terminé hartando de las discusiones con él y me fui, por su postura sobre la integración y el relacionamiento con Estados Unidos. En aquella época se vinculaba con la embajada. Ahora lo hace directamente, pero ese vínculo siempre existió.»

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Lucas dice que Mujica le reconoció, hace año y medio, en una reunión que mantuvieron en Guayaquil, que se había equivocado al no darle su apoyo. Y que se había equivocado, en general, con su «percepción» de Almagro. «Creo que cuando lo nombró canciller Pepe se comió el cuento de que tenía que poner al frente del ministerio a alguien que viniera de la diplomacia. Si Mujica no hubiera hecho campaña por él, Almagro jamás hubiera sido secretario de la Oea. Convenció al propio Maduro de votarlo, y salió por unanimidad.»

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Un actual funcionario de la cancillería confió tiempo atrás a Brecha, refiriéndose a las orientaciones generales de política exterior de los gobiernos del Frente Amplio, que para un partido que pretende manejarse con «otra visión de las cosas» tener como criterio principal de elección del canciller que sea «de carrera» no es muy buen indicio. «Reinaldo Gargano no era diplomático, no hablaba inglés y era un poco obtuso, pero era de esos viejos socialistas que se manejaban con criterios y valores que los alejaban de cualquier actitud genuflexa ante Estados Unidos, por ejemplo». Cuando Gargano asumió el ministerio, en 2005, dijo a Brecha Belela Herrera, alguien le sugirió que incorporara a su equipo a Luis Almagro. Por instinto, por olfato, o acaso por formación política, el veterano socialista lo descartó. Tal vez con esa intuición que, vaya a saber por qué, a José Mujica le faltó.


El gobierno y el Frente Amplio frente a los posicionamientos de su ex canciller

 

¿Se hizo el oso?

 

Al introducir la posibilidad de una intervención militar en Venezuela desde su pedestal en la Oea, Luis Almagro logró algo inusual: unanimidad en el gobierno uruguayo y su partido. Aunque algunos sectores reclamen su expulsión formal, ya nadie lo considera parte del Frente Amplio, ni siquiera su mentor, José Mujica. Una hipótesis que maneja el oficialismo para explicar su viraje político es que, en realidad, ocultó sus posiciones para llegar a su puesto actual.

 

Mauricio Pérez

 

Brecha, 28-9-2018

 

Sobre el Puente Internacional Simón Bolívar, que une Colombia con Venezuela, y junto al canciller del primer país, Carlos Holmes Trujillo, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (Oea), Luis Almagro, se pronunció, otra vez, sobre la situación política en Venezuela. Pero esta vez fue un poco más lejos, al referirse a una posible intervención militar para derrocar a Maduro y reinstalar la democracia: «No hay que descartar ninguna opción». Sus declaraciones -que procuró matizar en diversas entrevistas posteriores- generaron un amplio rechazo en todo el continente; desde el Grupo de Lima, que reúne los países más críticos del gobierno del país caribeño, hasta el propio gobierno uruguayo.

El contundente pronunciamiento del presidente Tabaré Vázquez -«Discrepo totalmente, no lo apoyamos en sus dichos»- fue complementado por el canciller Rodolfo Nin Novoa: «Detestamos la palabra ‘intervención’ porque lo único que trae es sangre y muerte. Lo que ha planteado Almagro es absolutamente contrario a la vocación nacional». Con el paso de las horas, Relaciones Exteriores prefirió atenuar la polémica mediante declaraciones del subsecretario, Ariel Bergamino: «No es un tema que nos sorprenda ni que esté en el radar de nuestra atención», aseguró a Brecha.

A las críticas se sumó José Mujica. El ex mandatario, uno de los impulsores de la llegada de Almagro al organismo internacional, criticó la hipótesis de la intervención y afirmó que el diplomático no integra el partido de gobierno: «Ya quedó afuera». Recordó también la carta que en 2015 le dirigió por sus posicionamientos sobre Venezuela: «Lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible. Por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido».

Las afirmaciones de Almagro no pasaron desapercibidas en la interna del Frente Amplio (FA). El Partido Comunista reclamó la inmediata expulsión del diplomático de la coalición, propuesta que fue acompañada por otros grupos, como Banderas de Liber. En medio de la controversia, Almagro reclamó a algunos sectores del FA que dejaran de defender la represión y la tortura perpetrada por el gobierno venezolano: «No sean ridículos, no sean imbéciles» (Todo pasa, 18-IX-18). Estas palabras, lógicamente, potenciaron el rechazo de la dirigencia frenteamplista.

Frenteamplista no

«No voy a dejar de ser frenteamplista porque lo diga Mujica ni nadie. Yo soy esencialmente un defensor de principios democráticos y supongo que hay lugar para ello en el FA», dijo Almagro en una reciente entrevista en Crónicas (21-IX-18). Hijo de productores rurales y funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, la llegada de Almagro al FA estuvo estrechamente ligada a la figura de Mujica. Los discursos del dirigente tupamaro en el Parlamento llamaron su atención y sobre fines de los noventa comenzó a frecuentar las esferas del Mpp. En 2003, en plena crisis económica, tras cinco años de servicio en Alemania y un breve paso por Sudáfrica, el país de su esposa, Almagro regresó a Uruguay y se integró formalmente al sector y al Cadesyc, un centro de estudios vinculado al Mpp. A los seis meses, en plena campaña electoral, estaba recorriendo el país junto a Mujica. El primer triunfo electoral del FA lo llevó al Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, como asesor en asuntos internacionales, y en 2007 fue designado como embajador de Uruguay en China por el presidente Vázquez. En 2010 Mujica lo designó ministro de Relaciones Exteriores y durante sus cinco años al frente de la cancillería, Almagro no expresó ninguna crítica hacia el gobierno de Hugo Chávez. Por el contrario, siguió las instrucciones del Poder Ejecutivo de estrechar las buenas relaciones con Venezuela e intensificar el vínculo comercial con acuerdos en diversas áreas, algunos cuestionados por la oposición. Los aspectos operativos de la relación con Venezuela fueron liderados por el vicecanciller Roberto Conde, pero Almagro acompañó ese proceso, recordó a Brecha un integrante de ese gobierno.

Primeras diferencias

Las primeras diferencias entre Mujica y su canciller se produjeron al aprobar el ingreso de Venezuela al Mercosur, en junio de 2012. Almagro no estaba de acuerdo con votar el ingreso del país caribeño mientras Paraguay estuviera suspendido. Argumentó que la medida era ilegal, pero el ex presidente decidió acompañar la postura de Brasil y Argentina y habilitó la adhesión plena del país caribeño al bloque regional.

Por esos años, Almagro era una figura ascendente en la interna frentista, en particular por su fuerte respaldo a la política de derechos humanos y su rechazo a la ley de caducidad. Incluso llegó a criticar en diversas oportunidades a la Suprema Corte de Justicia por no aplicar la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra Uruguay por el caso Gelman y desestimar la tesis de la imprescriptibilidad de los crímenes de la dictadura.

En ese contexto, hacia el tercer gobierno frenteamplista Almagro ocupó los primeros lugares de la lista del Mpp, lo cual le permitió ser electo como senador. Pero renunció a su banca para asumir como secretario general de la Oea, cargo al que llegó promovido por Mujica, pero también con el respaldo de Estados Unidos. Dirigentes frentistas remarcan que el viraje de Almagro con relación a Venezuela se produjo tras viajar a Estados Unidos en busca de respaldo a su candidatura; en aquellos días tuvo intensas reuniones con políticos y funcionarios del Departamento de Estado. Y logró su objetivo.

Intervenciones

«Las posiciones asumidas por el ex canciller Almagro en torno a Venezuela lo han colocado por fuera del FA; solicitar una intervención militar está lejos de la política que el FA y el gobierno han tratado de defender», afirmó José Bayardi, presidente de la Comisión de Asuntos Internacionales del FA a Brecha. Las expresiones de Almagro son contrarias a las definiciones programáticas del FA, señaló, pero también a la Constitución uruguaya y a los principios de la propia Oea. Venezuela «necesita una solución política negociada entre el gobierno y los sectores opositores», todo lo contrario a una intervención de una fuerza extranjera, enfatizó. Apuntó que el planteo de Almagro evidencia que está siguiendo «una estrategia que es funcional a los intereses de Estados Unidos» en la región.

Sus actuales enfoques están en línea con los que realizó desde su llegada a la Oea, pero son distintos a los que realizó antes de asumir su cargo. Esto, según el análisis de Bayardi, puede deberse a tres hipótesis: a que, como cualquier persona, pudo cambiar su punto de vista; a que siempre pensó lo mismo y lo ocultó para alcanzar un cargo de poder; a que siempre pensó lo mismo y lo ocultó como parte de una estrategia de actores exteriores para ubicarlo en cargos de decisión claves. Bayardi prefirió no decir por cuál se inclina: «Que cada sector asuma la que le parezca».

Por su parte, el diputado Carlos Mahía (Asamblea Uruguay), en conversación con Brecha, tomó distancia de las posturas de Almagro: «No cumple un rol neutral o de generar consensos que debería tener el secretario general de la Oea, sino que trasmite una visión muy similar a la del Departamento de Estado sobre Venezuela». Su sector, aclaró, tiene «diferencias muy fuertes» con la actitud del gobierno de Maduro y lo que sucede en Venezuela, pero eso no abona la postura de la intervención. Puntualizó que el comportamiento de Almagro representa un cambio «absolutamente radical y pronto» con las actitudes asumidas como canciller uruguayo. «Una vez que alcanzó su posición en la Oea varió sus posiciones públicas sobre Venezuela, a lo mejor en privado eran otras», deslizó Mahía, aunque prefirió no valorar los motivos de ese cambio.

Sin embargo, Mahía fue enfático en que el FA debería analizar su expulsión, aunque ello está paralizado porque para eso se deberían resolver todos los informes pendientes del Tribunal de Conducta Política («no se pueden laudar unos y los otros no»), entre los cuales está la situación del ex vicepresidente Raúl Sendic. A su juicio, Almagro está por fuera del FA, pero en política «no se puede actuar sobre figuras de cargos tan relevantes por la vía de los hechos». «Debería haber un pronunciamiento oficial», sentenció Mahía.

Dentro del Mpp hay coincidencias con las expresiones de Mujica. Su dirección nacional consideró en 2015 que con sus actitudes Almagro se «autoexcluyó» del sector, por lo cual ya no formaba parte de la organización. «No se puede expulsar a alguien que ya se fue. Yo no lo considero frenteamplista», dijo el senador emepepista Charles Carrera a Brecha. «Compartir la intervención militar a un país latinoamericano es una actitud contraria a las tesis históricas de la izquierda uruguaya», resaltó.