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Paraguay

¿Para quién juega Lugo?

Fuentes: Rebelión

La pregunta no encierra dobleces sino que traduce lo que muchos paraguayos de a pie se formulan, desconcertados, después de haber escuchado y visto lo que su presidente dice y hace en estos últimos días. Voces estridentes llamando a «militarizar» la Nación para combatir la guerrilla, histéricos gestos de mandamás acorralado que levanta la apuesta […]


La pregunta no encierra dobleces sino que traduce lo que muchos paraguayos de a pie se formulan, desconcertados, después de haber escuchado y visto lo que su presidente dice y hace en estos últimos días. Voces estridentes llamando a «militarizar» la Nación para combatir la guerrilla, histéricos gestos de mandamás acorralado que levanta la apuesta de mano dura para competir con la derecha más cerril, y por último gestor indiscutible, en nombre de un gobierno que se dice progresista, de una oleada represiva (que recuerda a tantas que sufrieron en su historia los paraguayos y paraguayas) contra el movimiento campesino, al que liga (cuando no) con el terrorismo, con las FARC, y no dice «con Ben Laden», porque ya sería tremendamente patético.

Pequeña crónica de un desbarranque

Es evidente que la llegada de Fernando Lugo al gobierno, después de más de medio siglo de stronismo (dícese de la entronización de las ideas y el accionar fascista del ex presidente y dictador vitalicio, por suerte ya fallecido, Adolfo Stroessner), alegró a todo el mundo. Sobre todo, porque el ex curita de San Pedro, tan íntimamente ligado a las reivindicaciones campesinas, parecía traer notorios cambios de temperatura, en un país donde eternamente 7 u 8 familias controlan el 85 % de las tierras, y donde los índices de pobreza afectan a casi el 70 % de la población.

Sin embargo, Lugo parió un triunfo electoral excesivamente amañado. Pactos inconvenientes con sectores de derecha, que llevaron a la nefasta decisión de designar como compañero de fórmula a Federico Franco, del Partido Liberal Radical Auténtico, confeso amigo del español José María Aznar y del recién nombrado presidente chileno, Sebastián Piñera. Sólo le falta confesar la amistad con Cleto Cobos, su par argentino, campeón de las maniobras desestabilizantes en su país.

A todo esto, el Parlamento fue otro de los escenarios donde la alianza gubernamental ha tenido poco y nada para hacer, ya que la oposición colorada y derechista cuenta con los escaños suficientes para que ningún proyecto importante siga su curso.

A todo esto, el campesinado viene exigiendo reforma agraria y recorte de los poderes de los «señores de la Patria sojera» desde los primeros días de mandato del Presidente, en marzo de 2008. Cansado de tanto esperar, durante todo el año 2009 se realizaron varias protestas, sobre todo en el norte del país, y movilizaciones de aquellos hombres y mujeres que habían recibido por parte de Lugo la fiel promesa de que «ahora sí» el triste panorama en que vivían desde hace siglos, iba a cambiar radicalmente. De la misma manera, muchos de los partidos y organizaciones populares que lo acompañaron con su voto, le pasaron factura sobre la irritante lentitud de su accionar de gobierno, en medio de una constante prédica de la derecha stronista que ha intentado desestabilizarlo desde el mismo día en que asumió el cargo.

Pero Lugo se enredó en su propio discurso neo-populista, y más allá de algunos correctos primeros pasos en política exterior, en el que recibió el apoyo irrestricto de Venezuela Bolivariana, de la Bolivia de Evo Morales y el resto de los países del ALBA, su andar ha sido contagiado por un extraño travestismo ideológico. Así, no es extraño que meses antes de celebrarse la Cumbre de presidente en Bariloche, el mandatario paraguayo y su equipo de confianza viajaran a Colombia para firmar acuerdos policiales y de seguridad con quienes desde el gobierno se han consagrado campeones latinoamericanos de prácticas paramilitaristas y ligadas a la narco política. De allí, que no sorprendiera demasiado, que una vez en Bariloche, donde Hugo Chávez y Rafael Correa, llevaron adelante la batalla contra Uribe y sus bases militares yanquis, Lugo mantuviera un bajísimo perfil y en ocasiones expresara inquietantes justificaciones a la decisión del presidente de la Israel de Latinoamérica.

Y llegó la guerrilla

Con este panorama de insatisfacción (expresado por numerosas organizaciones populares en repetidas oportunidades), no es raro que la protesta interna crezca y que desde la derecha, por un lado se enfilen los cañones contra el Presidente, y por el otro se exija mano dura contra quienes ocupan tierras, luchan contra los transgénicos y piden la expulsión de las patronales sojeras, que en su afán de obtener más y más ganancias, han destruido ya gran parte de las tierras cultivadas del Paraguay.

En ese marco, hace más de dos meses, una organización insurgente que se autodenomina Ejército del Pueblo Paraguayo, secuestró al más importante ganadero del país, Fidel Zavala.

Allí, Lugo, lógicamente, puso el grito el cielo, y unió su protesta a la de todas las instituciones políticas y empresariales de la derecha. Reclamo (exigiendo la libertad del ganadero) al que se sumaron no pocas organizaciones de izquierda.

Evidentemente, no es agradable para ningún gobierno, soportar el accionar guerrillero, pero mucho menos para quienes se reivindican progresistas. Lo que ocurre, y Lugo lo sabe muy bien, es que las guerrillas (salvo excepciones) no se inventan, surgen porque hay causas notorias. Así como algunos pelean pacíficamente, siempre hubo otros que lo hicieron con las armas en la mano, y la justeza o no de esta propuesta, no la dan los manuales de la CIA, sino los pueblos cuando se suman o no a este tipo de luchas. De hecho, el grupo insugente, el EPP, no parece ser muy numeroso, pero surge en una zona donde la miseria es insoportable y el Estado brilla por su ausencia.

Apurado por sus enemigos que le pedían más y más represión, acorralado por una crisis institucional que no ha sabido manejar, y haciendo oídos sordos a las manifestaciones de sus aliados de izquierda, Lugo terminó «pisando el palito». Hace unos días, los guerrilleros del EPP liberaron por fin al tal Zavala, después de haber recibido una alta suma de dólares y de obligar a la familia del secuestrado a repartir cientos de kilos de carne entre pobladores humildes de varias zonas del país.

Ni corto ni perezoso, Lugo se puso al frente de los que se alegraron de la libertad del ganadero. Exagerando sus gestos, proclamó que «Zavala somos todos» y que «Zavala es una causa nacional». Y echó más gasolina al fuego subiendo la apuesta de los que piden medidas extremas. Prácticamente ordenó la militarización del norte del país, le ordenó a su ministro de Interior, que comprara cientos de fusiles Galil (de procedencia israelí) a Colombia (algo que se produce en el marco de los convenios firmados con Uribe), y por último ordenó a sus policías y militares a cazar a los guerrilleros estén donde estén. Resultado: decenas de allanamientos, numerosas detenciones de campesinos, entre ellos notorios dirigentes de la Organización Campesina del Norte, malos tratos, golpes, traslados a Asunción poniendo en práctica el viejo estilo stronista que tantos muertos causó al Paraguay de otras épocas.

La mayoría de los detenidos alegan inocencia, ya que todos ellos son luchadores de superficie, gente sencilla y humilde que pide por sus tierras, y desde el poder nadie les cumple. Ayer, hoy y casi siempre.

Y para mayor vergüenza latinoamericana, Lugo recibe el pláceme (por su actuación) del embajador colombiano en Asunción (ya no sólo opina el diplomático gringo, sino que ahora tiene un compadre uribista que le hace coro), y el propio Alvaro Uribe ratifica, desde Bogotá, que el éxito de todas estas operaciones se logra por «la eficaz asistencia de las fuerzas policiales y militares de Colombia». Más claro, agua.

Entonces, la pregunta se repite. ¿Para quién juega o cree jugar Lugo? Acaso piensa que así se va a proteger del golpe de derecha que le amenaza, ¿Maltratando y deteniendo a los condenados de la tierra, que él bien conoce porque hizo sus primeras armas de Monseñor precisamente en esas tierras?.

No es apelando a discursos guerreristas y llenando de soldados y policías un país que ha estado más de medio siglo militarizado, como se aplacan los ánimos de los que se rebelan. Es cumpliendo con las promesas electorales hechas, y si no se puede, porque los enemigos amenazan con desestabilizar, hay que tener la valentía de convocar a la movilización popular para avanzar revolucionariamente sobre quienes han convertido al Paraguay en un país de extrema pobreza.

Y por último, otra pregunta: ¿alguien en su sano juicio puede creer que aliarse con Uribe en estas u otras circunstancias tiene que ver con un comportamiento coherente de un mandatario que se reclama progresista.? Evidentemente, Lugo se ha perdido en su propio laberinto, precisamente en un momento donde la derecha latinoamericana apoyada por Obama y sus boys ponen el pie en el acelerador y tratan de embestir a los que, dignamente, llevan adelante verdaderos procesos revolucionarios

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.