Ya es tiempo de ir sacando algunas enseñanzas sobre la experiencia vivida en las dos últimas décadas de gobiernos progresistas y revolucionarios en América Latina y el Caribe. Con avances y retrocesos, triunfos y derrotas, la ofensiva unionista e independentista -por lo tanto antineoliberal y antiimperialista- que comenzó apenas entrado el Siglo XXI no se […]
Ya es tiempo de ir sacando algunas enseñanzas sobre la experiencia vivida en las dos últimas décadas de gobiernos progresistas y revolucionarios en América Latina y el Caribe. Con avances y retrocesos, triunfos y derrotas, la ofensiva unionista e independentista -por lo tanto antineoliberal y antiimperialista- que comenzó apenas entrado el Siglo XXI no se ha agotado. Tal vez podemos afirmar que hubo en estos años una contraofensiva de las fuerzas imperialistas y oligárquicas, pero éstas no aparecen consolidadas ni mucho menos; por el contrario, respuestas populares de distinta magnitud se manifiestan en casi todos los países contra los gobiernos reaccionarios.
¿Qué caracteriza a los gobiernos revolucionarios que han resistido y resisten la embestida imperialista? ¿Cuáles son los elementos fundamentales que han permitido a esos gobiernos mantenerse en el poder y seguir avanzando en la senda de la justicia social y la plena soberanía? ¿Podemos encontrar puntos comunes a la hora de constatar los fundamentos del éxito de esa resistencia?
Dos elementos se vislumbran como comunes y esenciales cuando analizamos los gobiernos de Venezuela (20 años), Cuba (60 años) y Nicaragua (13 años), los tres gobiernos revolucionarios que han resistido estoicamente los feroces embates imperialistas: 1) la existencia de Fuerzas Armadas comprometidas profundamente con los procesos transformadores, y 2) la existencia de poderosos partidos revolucionarios con extraordinario poder de movilización, Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), Partido Comunista de Cuba (PCC) y Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
En los tres casos se han conformado FFAA cuyos hombres y mujeres proceden del seno del pueblo, imbuidas de doctrina patriótica antiimperialista (bolivariana en Venezuela, martiana en Cuba y sandinista en Nicaragua) y comprometidas con los procesos de transformación revolucionaria. Asimismo, cada uno de estos gobiernos ha contado con poderosos partidos revolucionarios cohesionados, fruto de la confluencia de fuerzas, de cuadros y masas, experimentados en la lucha y resistencia, con victoria concretas para vanagloriarse, con notoria disciplina organizativa e inmenso poder de movilización.
Estos dos elementos, sin duda alguna -y seguramente otros-, han pesado categóricamente en el blindaje a la soberanía de cada uno de estos países y han impedido el retorno al coloniaje.
Si repasamos los procesos de gobiernos progresistas de los últimos años en nuestra América, y cómo muchos de ellos fueron derrotados por las fuerzas reaccionarias -más allá de otras razones que sin duda hay que incluir en el análisis de cada caso en particular-, observamos que en todos faltó una política acertada con respecto a las FFAA, y también, un déficit llamativo en la presencia y acción de la organización revolucionaria que los sostenía.
No cabe duda que Manuel Zelaya no tuvo ni apoyo de los militares ni pudo, en ese momento, contar con un partido revolucionario que lo respaldara. Lo mismo ocurrió con Fernando Lugo en Paraguay.
En Brasil, tanto Lula como Dilma no presentaron una política efectiva para que las FFAA se involucren en el proyecto de liberación nacional, desaprovechando así trabajar con ciertas tendencias nacionalistas que históricamente existieron en su seno. Y el Partido de los Trabajadores (PT), la principal fuerza política del gobierno, de ser una organización nacida del núcleo duro del movimiento obrero, se institucionalizó de tal forma que fue perdiendo impulso revolucionario, poder de movilización y contacto directo con las bases (una autocrítica que el propio PT hizo luego del Golpe a Dilma).
En el caso de Argentina, tanto Néstor como Cristina, no intentaron sumar a los militares a su política de soberanía nacional y desarrollo económico, olvidando que el fundador del movimiento que representan, el peronismo, fue un hombre proveniente de las FFAA, el General Juan Domingo Perón. Asimismo, los Kirchner subestimaron la conformación de una fuerza política sólida que los respaldara, se desgastaron con el Partido Justicialista, armaron frentes electorales y también alguna organización más afín a sus directivas, pero en general no pudieron constituir un espacio organizativo de militancia que enfrentara con éxito los tremendos ataques de la reacción. La unidad alcanzada por el peronismo y sus aliados en las elecciones del año pasado fue la clave para el triunfo de la fórmula Alberto Fernández y Cristina Fernández, pero la asignatura con respecto a FFAA y organización partidaria sigue pendiente.
El Ecuador de Rafael Correa tampoco tuvo una correcta política con sus FFAA. Tal vez el trauma de la traición de Lucio Gutiérrez no dejó ver con claridad que esos militares habían jugado un rol importante cuando acompañaron al movimiento indígena en las movilizaciones que habían derrocado a gobiernos neoliberales. Igualmente, el Movimiento País nunca se conformó como un sólido partido cohesionado y revolucionario, más bien fue un espacio meramente electoralista, disperso y con bases doctrinarias muy endebles. De allí que la traición de Lenin Moreno no fuera novedad para muchos.
Más reciente es el caso de Bolivia y el golpe de Estado contra Evo Morales y la Revolución Democrática y Cultural. En este país, si bien se había avanzado más que en otros de los ejemplos mencionados con respecto a las FFAA, se evidenció que la política implementada no fue suficiente y menos aún eficaz. La Escuela Antiimperialista de las FFAA «JJ Torres» evidentemente no funcionó o funcionó mal, no hubo seguimiento y menos aún un involucramiento de los militares al proceso de industrialización llevado a cabo por el gobierno. En síntesis: se verificó falta de política revolucionaria hacia los militares y fuerzas de seguridad. También, hay que señalar, la supeditación del partido, Movimiento al Socialismo (MAS), a los movimientos sociales, sin considerar que éstos, por su naturaleza, no alcanzan a tener una visión integral del proyecto nacional independentista y transformador y muchas veces su visión queda reducida a demandas meramente sectoriales. Esto minimizó la función estratégica del partido revolucionario y lo fue empujando, poco a poco, a convertirse en un mero apéndice del gobierno, o a lo sumo, en un poderoso pero vulnerable aparato electoral. El análisis de lo sucedido en Bolivia es complejo y aún no está cerrado, pero no cabe dudas que ha presentado déficit significativo en las dos áreas que estamos considerando.
En El Salvador se perdió de la peor manera. Si bien se contaba con un partido revolucionario experimentado, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), la división imperó de forma categórica, sumando a esto una nula política hacia los militares. En Uruguay el Frente Amplio se debilitó como fuerza política unitaria en la base, lo que no se pudo revertir al final de la campaña. También demostró una política poco efectiva con respecto a sus FFAA.
En estos dos últimos casos la socialdemocracia enquistada dentro de las fuerzas de izquierda se impuso contra la toma de políticas revolucionarias.
Guste o no guste quien detenta el poder de las armas sigue siendo un factor estratégico a considerar, y fundamentalmente en los momentos críticos, ya sea por acción u omisión. Sin una política correcta hacia las FFAA la composición del bloque revolucionario presenta debilidades de orden mayor, sin la existencia de un núcleo duro partidista, de un partido u organización templada en la militancia en el seno del pueblo la unidad popular se debilita y aparece el estigma de la división.
La revolución latinoamericana caribeña debe extraer enseñanzas de estos últimos 20 años. Es necesario revisarnos, discutir, criticarnos y autocriticarnos, entender que las FFAA deben ser parte sustancial del bloque histórico de fuerzas revolucionarias, que es necesario fortalecer los partidos y organizaciones políticas dispuestas a conducir la nueva gesta independentista, con programas, tácticas y estrategias de cara al pueblo, sin artilugios.
Con más luces que sombras, los procesos revolucionarios de Venezuela, Cuba y Nicaragua son ejemplos que debemos observar detenidamente. Sin FFAA y partido u organización política revolucionaria, la nueva ofensiva unionista e independentista nuestramericana iniciada a principios del presente siglo, puede resquebrajarse; con militares patriotas y militantes nucleados en torno a la organización revolucionaria las posibilidades de alcanzar la liberación nacional y la justicia social serán siempre mayores.
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