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Honduras

¿Son posibles las alianzas políticas?

Fuentes: Rebelión

Entender el funcionamiento de los partidos tradicionales es sumamente importante para visualizar cuales son las opciones de acción que tienen los mismos. Hablar de alianzas es un asunto de carácter estratégico que debe ser parte de una visión partidaria, pero no el fin en si. Por esta razón, una ojeada a la historia del deterioro […]

Entender el funcionamiento de los partidos tradicionales es sumamente importante para visualizar cuales son las opciones de acción que tienen los mismos. Hablar de alianzas es un asunto de carácter estratégico que debe ser parte de una visión partidaria, pero no el fin en si. Por esta razón, una ojeada a la historia del deterioro de las instituciones políticas a lo largo del periodo neoliberal en Honduras es vital para comprender hasta donde es posible prescindir de las cúpulas para alcanzar acuerdos frente a la desastrosa administración.

Una de las características más relevantes es que el Partido Político como tal es nada más un maquinaria electoral, en la que el fin supremos es ganar elecciones. No es necesaria la formación politica ni la organización de las bases, las que se da por descontado están, por la historia de los partidos. Una vez terminado el proceso electoral, la dirección del partido como tal pasa a segundo o tercer y cobran vigencia aquellas autoridades electas. En el caso de la oposición, los partidos tradicionales trasladan y reducen su vida orgánica al Congreso Nacional, fundamentalmente, y en segundo lugar, cuando es necesario acuden a las alcaldías.

En todo caso, los partidos tradicionales, en esencia, no existen, pues su objetivo no es la construccion de fuertes estructuras y movimientos; esto explica al menos dos fenómenos clásicos; su distanciamiento de los movimientos sociales organizados, y su dependencia suprema de la famosa «alternabilidad en el poder», trágica para nuestros pueblos pero muy conveniente para la careta democrática impuesta, irónicamente, por las fuerzas dominantes transnacionales y oligárquicas, enemigas por naturaleza de la democracia.

Un buen ejemplo de esto se aprecia en la composición actual del Partido Liberal de Honduras, en el que la cúpula dirigente (que no tiene nada que ver con su dirección nacional) maneja a placer y sin restricciones la bancada de diputados al Congreso Nacional. Mientras tanto, la dirección del partido, encabezada por su ex candidato presidencial, no tiene ascendencia sobre este grupo parlamentario, y apenas conserva alguna autoridad en la esfera de las autoridades municipales, que no participan de la toma de decisiones en el país.

Es lógico suponer que la falta de control sobre la bancada de diputados, hace improbable que una alianza con la dirección del partido sea relevante o efectiva. Los partidos tradicionales están hechos para funcionar con acuerdos entre sus cúpulas, aquellas que pueden tener alguna ascendencia sobre los órganos del Estado (porque la institucionalidad en Honduras básicamente no existe). En contraste, vemos como el Partido Nacional en el gobierno, cargado de ilegitimidad, y minoritario a pesar de su condición fraudulenta, si alcanza control sobre la bancada liberal: hay acuerdos entre las cúpulas y, además, el consentimiento pleno del gobierno (o desgobierno) real en el país, compuesto por las transnacionales, representadas en la embajada de Estados Unidos y la sumisa clase dominante del país.

Es obvio que existe fuerza en el sentido de pertenencia de las bases, sostenido por décadas en base a una estructura clientelar que dirige millonarios recursos del gobierno a pagar militantes. En este esquema, no hace falta ni la consciencia, ni el trabajo, ni la organización ni la movilización. Todo esto opera únicamente para fines electorales. Llegamos aquí a una conclusión básica: las bases solo importan en tiempos electorales, el resto del tiempo la politica se convierte en un ir y venir de acuerdos y consensos en el que normalmente el opositor se doblega, no por debilidad sino por conformidad con su rol, sabiendo que, eventualmente, le llegará su turno para saquear el país.

Muchas veces las autoridades partidarias, carentes de poder alguno, presentan poses desafiantes ante las cúpulas, pero, lo que la historia nos ha enseñado, es que finalmente terminan negociando con sus cúpulas. Y esto tiene un sentido de supervivencia; en un organismo que no existe, las cúpulas pueden destruir cada vez que se les ocurre la estructura partidaria, para construir una nueva, más conveniente a determinadas coyunturas. En esto no existe el compañerismo militante en absoluto. Recordemos que en el entorno político de estos partidos no existen relaciones de solidaridad y lucha colectiva sino, más bien, conspiraciones, desconfianza y deslealtad.

Ahora bien, las alianzas son parte fundamental de la práctica politica. Pero se producen invariablemente entre organismos, instituciones partidarias muy fuertes, capaces de dictar líneas a sus representantes y que cuentan con la disciplina partidaria de estas, que normalmente han asumido un proyecto de carácter histórico que es el objetivo principal de su existencia.

Indudablemente, Honduras necesita que la oposición, mayoritaria en el voto popular, sea coherente y asuma un papel más activo contra el descalabro de un gobierno que está literalmente destruyendo el país, y que apunta a sentar todas las bases para desmembrar el Estado Nación. Lo que pasa en Honduras políticamente es muy parecido a los que sufre Palestina hoy día, el propósito es destruir todo rastro de su existencia, pero eso no es tema de este escrito.

Si los partidos involucrados en la construccion de una alianza patriótica contra la destrucción del país tuvieran sólidas estructuras partidarias, reconocidas y aceptadas, y una militancia activa, escuchada y con capacidad de decisión, entonces pensaríamos que la alianza presentaría una esperanza real para la sociedad hondureña. Cualquier otra cosa, podrá incluso preñarse de muy buenas intenciones, pero terminará rindiéndose ante el avasallador mecanismo que preserva y reproduce la hegemonía dominante.

Por esa razón, es tan claro que para romper con el dominio de una clase hay que apuntar a destruirlo, no a convivir en él; para ello es necesario tener partidos políticos de verdad, no ficciones como el bipartidismo nuestro. Veamos y seamos optimistas, pero la realidad, concepto manoseado todos los días para manipular, nos indica un camino muy difícil, aun si se alcanzan acuerdos no cupulares.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.