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Teodoro Roosevelt, Wall Street y la «independencia» de Panamá

Fuentes: Rebelión

El 3 de noviembre de 1903 Colombia perdió al Departamento de Panamá y los Estados Unidos se apropiaron de la zona del canal. Esos sucesos deben ser estudiados en el contexto general de la expansión de los Estados Unidos en América Latina y no pueden ser considerados como resultado de una disputa doméstica entre panameños […]

El 3 de noviembre de 1903 Colombia perdió al Departamento de Panamá y los Estados Unidos se apropiaron de la zona del canal. Esos sucesos deben ser estudiados en el contexto general de la expansión de los Estados Unidos en América Latina y no pueden ser considerados como resultado de una disputa doméstica entre panameños y colombianos.

Medio siglo de agresiones contra territorio panameño

En noviembre de 1903 se cerró un ciclo de agresiones de los Estados Unidos contra el Panamá colombiano, que ya había sido ocupado en 14 oportunidades durante el siglo XIX. En 1856, fue invadida Panamá por primera vez, a raíz del llamado incidente de la sandía -una riña provocada por un aventurero del norte que se negó a pagar un pedazo de fruta a un negro panameño, lo que dejo un saldo de 15 muertos entre los estadounidenses.

Los Estados Unidos intervenían en Panamá por los más diversos pretextos: asegurar la neutralidad y funcionamiento del Ferrocarril de la Panama Railroad; proteger sus propiedades y súbditos; responder a los llamados de los funcionarios liberales o conservadores que los solicitaban para enfrentar a sus adversarios durante una guerra civil; obligar al gobierno colombiano a abrir el puerto de Colón durante una epidemia de cólera, como sucedió en 1895. En fin, cualquier disculpa era buena para ocupar militarmente a Panamá, lo cual se facilitaba jurídicamente, puesto que en 1846 el gobierno colombiano había firmado con los Estados Unidos el tratado Mallarino-Bidlak, aceptando que éstos últimos mantuvieran el libre tránsito y la neutralidad del Istmo.

La presencia de los Estados Unidos en Panamá era también económica y cultural, puesto que individuos de ese país controlaban importantes actividades relacionadas con la banca, el comercio y la navegación, tanto en los puertos de Panamá y Colón, como en zonas agrarias dominadas por la United Fruit Company. Así mismo, se publicaban periódicos en inglés, dirigidos y financiados por ciudadanos de los Estados Unidos, a través de los cuales se fomentaba el racismo y se generaba un sentimiento separatista entre algunos sectores de las elites locales, directamente vinculados con el ferrocarril.

Por todo lo anterior, no sorprende que los Estados Unidos hayan fraguado la separación de Panamá en 1903, donde ya habían abonado el terreno con mucha anterioridad.

Estados Unidos salta a la palestra mundial

La creación de Panamá se inscribe en el marco de las transformaciones del capitalismo en los Estados Unidos que, tras la guerra de secesión, logró la unificación completa de su territorio y experimentó un impresionante crecimiento económico. Estas transformaciones internas posibilitaron que la Unión Americana compitiera con sus rivales europeos y consolidara su patio trasero en el Caribe a fines del siglo XIX, apoderándose de las Islas Hawai en 1895, de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, tras derrotar a España en una breve guerra, en 1898, y de Panamá en 1903.

En la estrategia imperialista de los Estados Unidos, Panamá era un territorio codiciado, como ya lo había advertido en 1890 Alfred Mahan, el ideólogo del poder naval: su control era crucial para dominar el caribe, facilitar el acceso rápido al Pacífico, integrar sus dos costas, expandir el comercio hasta el extremo oriente para favorecer económicamente a la marina mercante y desplegar su fuerza militar por los cuatro puntos cardinales del orbe.

Sin embargo, Estados Unidos había cometido un error de cálculo al permitir que el gobierno colombiano acordara que Francia iniciara la construcción del Canal de Panamá en 1878, mediante la firma del Convenio Salgar-Wyse. Fernando Lesseps, el ingeniero que había dirigido la construcción del Canal del Suez, inició las obras de excavación en el Istmo en 1880. Pero múltiples errores de ingeniería, corrupción, escándalos y enfermedades tropicales, dieron al traste con los proyectos de Lesseps. En 1888 cesaron los trabajos de la compañía francesa y aunque se constituyó una nueva compañía que logró otra prorroga con el gobierno colombiano, era evidente que los franceses no podrían terminar el canal de Panamá.

La «Independencia» de Panamá se prepara en Wall Street

Tras el fracaso francés, los Estados Unidos planearon la construcción de su propio canal en algún lugar de América Central. Nicaragua aparecía como la principal opción, hasta el punto que la Comisión Walker del Congreso se inclinó favorablemente por esta vía y el 18 de noviembre de 1901 se firmó un tratado con ese país para construir el canal. Pero cuando nadie en los Estados Unidos apostaba un dólar por revivir la ruta de Panamá, esta recobró alientos. ¿Qué produjo este súbito cambio?

Para explicarlo es necesario recordar a los personajes centrales del drama que terminó con la separación de Panamá: el imperialismo estadounidense que necesitaba un canal, y Teodoro Roosevelt, un expansionista de pura cepa acostumbrado a resolver los problemas mediante la fuerza, no se iba a detener ante nada para llevar a caso sus proyectos; la quebrada compañía del Canal de Panamá, que se negaba a perder sus inversiones, era representada por el ingeniero Philippe Bunau-Varilla; los especuladores financieros de los Estados Unidos, encabezados por el abogado neoyorquino William Nelson Cromwel, que a su vez era el representante legal de las Compañías del Canal y del Ferrocarril; sectores minoritarios de las elites panameñas, empleados de la compañía del ferrocarril, tales como Manuel Amador Guerrero y José Agustín Arango; el gobierno colombiano, encabezado por José Manuel Marroquín, que sólo estaba interesado en conseguir recursos económicos para mantener la guerra civil y derrotar a sus rivales del partido liberal, antes que en defender la soberanía nacional.

Para convencer al gobierno de los Estados Unidos en la construcción del canal por la vía de Panamá se constituyó un poderoso grupo de presión, formado por capitalistas de Wall Street, con el objetivo de apoderarse de los 40 millones de dólares de la compañía francesa. Estos especuladores procedieron a comprar las devaluadas acciones de esa compañía para luego revenderlas al gobierno de los Estados Unidos, un negocio fabuloso, ya que invirtieron tres y medio millones de dólares y recibieron a cambio cuarenta millones. Finalmente, Bunau-Varilla y Cromwell, recurriendo al cabildeo, lograron convencer al Senado de los Estados Unidos, el cual aprobó en 1902 la llamada Ley Spooner que autorizaba al gobierno de Roosevelt a construir el canal por Panamá.

Los especuladores tenían la vía libre en los Estados Unidos para cumplir sus propósitos, pero debían convencer al gobierno colombiano para llegar a un acuerdo con los Estados Unidos. Mediante presiones sobre los diversos representantes de Colombia en Washington, en enero de 1903 se firma el tratado Herrán-Hay en el que se concedían muchas prebendas a los Estados Unidos -una franja de 5 kilómetros a cada lado de la vía; islas, ríos, lagos y puertos, jurisdicción especial- a cambio de la irrisoria suma de 250.000 dólares, similar a la que el gobierno colombiano ya recibía por el ferrocarril.

Cuando el texto del tratado fue conocido en Panamá y Bogotá suscitó una ola de indignación perfectamente justificada porque atentaba contra la soberanía colombiana. A pesar de las presiones y chantajes a que fue sometido, en agosto de 1903 el Senado colombiano rechazó en pleno el tratado.

Cuando la noticia se conoció en los Estados Unidos, desde allí se puso en marcha el Plan B, que consistía en organizar una conspiración para «independizar» al Departamento de Panamá y convertirlo en un protectorado dependiente de Washington. En esa conspiración intervinieron Roosevelt y Hay como conductores políticos y militares, Bunau Varilla y Cromwell, como organizadores, y los «próceres» panameños, Amador Guerrero, Arango y otros como las fichas locales de la separación. En Estados Unidos se planearon todos los detalles. Se escogió el procedimiento a seguir, consistente en declarar la independencia en Panamá y Colón para luego solicitar el reconocimiento de los Estados Unidos. Se fijo la fecha de la «revolución» para el 3 de noviembre, para que coincidiera con un día de elecciones en los Estados Unidos. Se asignaron las claves con las que se debían comunicar los conspiradores -Amador Guerrero era «Smith» y «Jones» era Bunau-Varilla-. Incluso, se redactaron los telegramas que luego del 3 de noviembre se le enviaron al aventurero francés designándolo Representante Plenipotenciario de Panamá ante el gobierno de los Estados Unidos. El plan se cumplió a la perfección, de acuerdo a lo previsto, sin demoras ni dilaciones.

Para efectuar la «revolución de Panamá» se repartieron dólares a granel. Se sobornó a Lorenzo Marroquín, hijo del primer mandatario, para designar a José de Obaldía como Gobernador de Panamá, lo que equivalió a «darle las llaves al ladrón» ya que este senador nunca había ocultado sus intenciones separatistas e incluso afirmaba que «no me importa ser súbdito de Colombia, de los Estados Unidos, de China, con tal de que mis novillos se vendan bien». Se concedió una pequeña fortuna al general Esteban Huertas para que, junto con el Batallón Colombia, se pasara a las filas de los conspiradores y apresara a los generales colombianos que habían llegado al Istmo el día 3 de noviembre. Se compró al coronel Torres en Colón por ocho mil dólares para que abandonara sus intenciones de defender la soberanía colombiana y regresara a Cartagena.

Junto con el dinero procedente de los Estados Unidos, el gobierno de esa potencia utilizó la fuerza para impedir que las tropas colombianas recuperaran el territorio de Panamá, mediante el emplazamiento estratégico de sus barcos de guerra. Desde ese momento se inició la ocupación militar estadounidense de la zona del canal que se prolongaría hasta el 31 de diciembre de 1999. Así mismo, el gobierno de los Estados Unidos violó el derecho internacional en otros terrenos, al ordenar la intervención abierta de los funcionarios de la compañía del ferrocarril y de sus diplomáticos en la organización del complot, prohibiendo el uso del ferrocarril a las tropas colombianas e interrumpiendo las comunicaciones con Bogotá, al cortar el cable submarino de Buenaventura.

Mientras el complot se desarrollaba sin contratiempos en suelo istmeño, el gobierno de Marroquín ni siquiera se daba por aludido sobre lo que estaba aconteciendo, y cuando finalmente, vía Quito, supo la noticia, ¡solicitó a los Estados Unidos que intervinieran en Panamá para salvaguardar la soberanía nacional! Mientras Marroquín hacia versos endecasílabos y saboreaba el chocolate santafereño, la porción más importante del territorio colombiano era robada por los Estados Unidos. Cuando finalmente Marroquín comprendió la magnitud del acontecimiento, simplemente atinó a decir que no había porque lamentarse sí, al fin y al cabo, había contribuido al «engrandecimiento de la patria» ya que al comienzo de su mandato había recibido un país y en 1903 entregaba dos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.