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Tomás Borge, 83 años de victorias

Fuentes: Rebelión

Palabras del Presidente de la Asociación Amigos de Mariátegui en el Congreso de la República. Auditorio José Faustino Sánchez Carrión. Velada en homenaje a Tomás Borge. Martes 13 de agosto del 2013. Evento convocado por la embajada de Nicaragua en el Perú


El 13 de agosto de 1930, en Matagalpa, una de las más verdes ciudades de Nicaragua, nació Tomás Borge Martínez, en cuya memoria y recuerdo celebramos este homenaje. Quién podría decir que este hombre, poco antes de concluir su vida, estuviera en capacidad de decirle al mundo: «Voy a morir / con la columna vertebral / intacta / Con los nudillos / maltratados / y sin huellas / en las rodillas» Y redondeando su idea, con toda la razón del mundo, aseguraría: «Voy a morir, para seguir viviendo».

Tomás Borge, en efecto, murió enhiesto, sin inclinarse jamás ante ningún poderoso, no dejó tampoco de tocar las puertas -las puertas de todos- para marchar adelante en las tareas de su vida. Y no se arrodilló ante nadie. Y sigue viviendo, no sólo entre nosotros, sino también en el corazón y en la conciencia de todos aquellos que luchan por un mundo más justo y más humano.

Hablar de Tomás Borge es abrir un inmenso espacio para la reflexión. Intelectual notable, poeta exquisito, guerrillero valeroso, político honrado y hombre comprometido con la suerte y el destino de su pueblo. En otras palabras, una especie casi en extinción en el escenario de una sociedad que se derrumba; y un modelo del nuevo hombre -del que nos habla la invicta Cuba- que se fragua en las canteras ardientes de la Revolución cada mañana con el ejemplo de figuras de otra dimensión, como Ernesto «Che» Guevara.

En la misma fecha, y pocos años antes, había nacido en nuestro continente otro gigante de nuestro tiempo. Fidel Castro Ruz, Probablemente considerando la habilidad de personajes como estos, alguna vez se diría que los hombres de este signo -los Leo- no caminan; desfilan; es decir, se desplazan victoriosos y altivos por la vida, seguros de encarnar un destino y diseñar un perfil para sus pueblos. Los dos lo fueron. Y por eso, a ambos debiéramos rendirles esta noche el más sincero de los reconocimientos.

De Tomás Borge podría decirse mucho, pero la naturaleza del evento que nos convoca nos obliga a resumir en pocas palabras las ideas esenciales de su pensamiento, y evocarlas en su memoria.

Me complace hacerlo recordando que tuve la ocasión de estar cerca de él en diversas circunstancias y en distintas etapas de la vida. En los primeros años de la década de los 70, cuando estuvo temporalmente en el Perú durante los años de Velasco Alvarado; a fines de los 80, cuando llegó aquí como Ministro del Interior del gobierno Sandinista; y en el más extenso periodo, cuando desempeñó sus funciones como embajador de Nicaragua en el Perú. En esa etapa tuve la grata suerte de acompañarlo en la visita que hiciera en Quito a la Casa del pintor Oswaldo Guayasamín, esa esplendorosa figura del arte latinoamericano.

Tuve la honra de compartir con él tribuna en diversos actos, entrevistarlo para las modestas páginas de «Nuestra Bandera» y el prestigiado portal de «Rebelión», intercambiar opiniones sobre muchos aspectos referidos a la política de nuestro tiempo, y admirar su inquebrantable tenacidad, su vigorosa voluntad de hacer, su integridad a toda prueba y su ironía, que supo administrar sabiamente para enseñanza y deleite de todos. Y es que este Tomás, como el apóstol bíblico, no se conformó con mirar la superficie, y siempre quiso tocar fondo y palpar con sus manos la realidad que lo rodeaba.

Su vida fue una impronta de combate. Tal vez si por su origen humilde, o quizá por el ejemplo de su padre, amigo y compañero de Sandino, tuvo desde la infancia ideas y propósitos de lucha. A los 13 años despertó en él la conciencia que lo rodeaba: su dio cuenta que vivía en un país pobre, sometido y doblegado no sólo por la miseria, sino también por la opresión. Sobre el suelo de Nicaragua había caído, en efecto, como una verdadera maldición, lo que la historia bautizaría como «la estirpe sangrienta»: los Somoza, que se adueñaron del Poder desde 1934 -cuando Tomás tenía apenas 4 años- hasta 1979, dejando una estela terrible de destrucción, miseria y muerte.

A los 16 años, premonitoriamente Tomás Borge publicaría un periódico estudiantil, que llamaría «Espartaco», para hacerlo digno de la épica jornada que emprendería después. En 1954 estaba ya estudiando Derecho en la Universidad de León y desde el año siguiente vincularía su historia con la de otro valeroso revolucionario: Carlos Fonseca Amador.

Un hecho excepcional precipitó las cosas en el escenario político nicaragûense: el 21 de septiembre de 1956, Rigoberto López Pérez, un poeta, en la ciudad de León, acribilló a balazos a Anastacio Somoza García -el dictador- y acabó con su vida. La represión no se hizo esperar, dictada y ejecutada por sus hijos y herederos. Y Tomás fue muy pronto encarcelado, desde 1956 hasta 1959. También lo sería Carlos.

A partir de esa experiencia, Borge se dedicó por completo a las tareas de lucha contra a dictadura. En la escuela, la universidad, el barrio, el partido, todos sus esfuerzos se sumaron a una sola y obsesiva tarea: construir la alternativa que fuera capaz de derribar a los Somoza y construir una alternativa liberadora para el pueblo de Nicaragua. Y en todos estos años, Tomás y Carlos, sumaron voluntades. Ambos, en efecto, militaron en un inicio, en las filas del llamado Partido Socialista de Nicaragua, que era el membrete que encubría al Partido Comunista de su país.

Ese Partido, liderado por un viejo obrero de la Construcción: Domingo Sánchez, quien vivió una buena parte de su vida en las prisiones de Somoza; no fue capaz, sin embargo de elevarse a la altura de las responsabilidad que le deparara la historia. Por eso, un núcleo de revolucionarios -como Carlos y Tomás- optó por forjar -dentro y fuera de él- un movimiento propio, que se denominaría el Frente Sandinista de Liberación Nacional.

Con él, en 1961, iniciaron la lucha armada, que concluiría 18 años más tarde, con la victoria del pueblo y la instauración del primer gobierno del Frente Sandinista., en julio de 1979. Los fundadores, fueron 10 y, en un inicio, 60 hombres perdidos en la selva, luego serían miles y después millones construyendo la nueva sociedad nicaragüense.

Estos fueron los más ásperos años de la lucha y de la guerra. Y conocieron los más diversos contrastes. Incluso allí perdieron la vida altas figuras revolucionaria, como el propio Carlos Fonseca Amador, caído en combate el 7 de noviembre de 1976. Encarcelado y sometido a un severo aislamiento, Tomás Borge alcanzó a escribir un sentido poema en su homenaje:

Poseídas por el Dios de la furia / y el demonio de la ternura. / Salen de la cárcel mis palabras / hacia la lluvia. / Y sediento de luz te nombro hermano / en mis horas de aislamiento, / vienes derribando los muros de la noche / nítido, inmenso / Comandante Carlos, Carlos Fonseca / tayacán vencedor de la muerte / novio de la patria rojinegra / Nicaragua entera te grita / ¡Presente!

 Con la fuerza de ese mismo espíritu, Tomás respondió al jefe militar que le trajo entusiasmado la noticia de la muerte de Fonseca, el coronel Nicolás Valle Salinas: «Se equivoca usted, coronel, Carlos Fonseca, es de los muertos que nunca mueren».

La historia se ha encargado de recoger las pruebas documentales y gráficas del horror que se viviera en aquellos en la patria de Rubén Darío. Anastacio Somoza Debayle -el hijo del ajusticiado Somoza García- tenía encarcelados en celdas habilitadas y construidas en el terreno de su residencia a sus opositores políticos a quienes obligaba a convivir con leones, tigres y otras fieras, y los torturaba con métodos bestiales.

Tomás estuvo encarcelado en varias ocasiones, pero entre 1976 y 1978 fue sometido a los más brutales vejámenes que se pueden consumar contra preso alguno. Aludiendo a el salvajismo imperante en la época. El mismo lo recuerda: «La represión fue implacable. Asesinaron -después de horribles torturas- a decenas de campesinos. Uno de ellos, Oscar Armando Flores, fue despellejado vivo. Sus gritos desgarradores aún vibran en los oídos de algunos de sus familiares».

Ricardo Morales, otro hombre como él, aludiendo al drama de la prisión en las condiciones en la que ella existía, alcanzó a decir a modo de profunda reflexión:

«La cárcel / -tal vez sea bueno decirlo- / no es cárcel para mis huesos. / Es locura / Encerrar los sueños es locura / -rabia, impotencia, bilis de clase ya muerta / En la cárcel yo estoy fuera / los carceleros dentro…».

Tomás, que había permanecido cinco mil horas torturado y encapuchado, soportó estoicamente todo. Llevado ante un tribunal militar para ser condenado, admitió sus responsabilidades revolucionarias y sustentó su defensa asegurando ante sus verdugos: «Hoy, el amanecer es aún una tentación. Mañana, algún día, brillará un nuevo sol que habrá de iluminar toda la tierra que nos legaron los mártires y héroes con caudalosos ríos de leche y miel». Esta frase, luego sería incorporada al Himno del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

En agosto de 1978, recuperó su libertad cuando sus compañeros tomaron por asalto la sede del Poder Legislativo e impusieron como condición para abandonarlo, el que fueran excarcelados él y sus compañeros, demanda finalmente admitida. En el camino había quedado la vida de su esposa de entonces, abatida por la crueldad homicida de los opresores.

Cuando arribó el día de la victoria Sandinista, el 19 de julio de 1979, Tomás estaba con vida. Y pudo volver a Managua e integrarse a funciones de gobierno en el régimen que se iniciara con augurios y esperanzas.

Durante diez años, entre 1980 y 1990, los sandinistas libraron una dura lucha por forjar una sociedad de nuevo tipo. Acosados por el Poder Imperial, afectados por la caída de la URSS y los regímenes socialistas de Europa del este, pero también víctimas de errores propios; se vieron forzados a entregar el Poder cuando fueron derrotados en disputados comicios en 1990. No obstante, en el 2007, retomaron la gestión del Estado, y conducen hoy los destinos de la Nicaragua Sandinista en nuevas condiciones.

De su gestión como Ministro del Interior en los años 80 se puede decir muchas cosas. Quizá una de las más importantes fue poner en vigencia -contra los adversarios del Sandinismo- un régimen excepcional: Centros penales sin custodia y sin rejas, donde los condenados podían cumplir en entera libertad sus penas. Para Nicaragua, en aquellos años, el Ministerio de Borge era simplemente «centinela de la alegría del pueblo».

De esa época se registra la histórica venganza de Tomás Borge, que Marcela Pérez Silva nos cantara con su maravillosa voz y singular maestría : Mi venganza personal será mostrarte / la bondad que hay en los ojos de mi pueblo / implacable en el combate siempre ha sido / y el mas firme y generoso en la victoria / Mi venganza personal será decirte: / buenos días, sin mendigos en las calles / cuando en vez de encarcelarte te proponga / te sacudas la tristeza de los ojos.

Fue esa, en efecto, la venganza de Tomás frente a los mismos torturadores somocistas que lo atormentaron hasta la aberración mientras lo tuvieron en sus manos. Esa política se sintetizó en una frase que haría historia «Somos implacables en el combate y generosos en la victoria». Y así fue.

A la derrota del sandinismo, en 1990, llovieron diversas acusaciones contra varios dirigentes del gobierno y del Frente. Ninguna de ellas pudo tocar a Tomás, que quedó limpio de cualquier culpa porque supo acreditar con su elevado comportamiento y el testimonio de muchos, su acrisolada conducta. Eso lo convirtió en un símbolo vivo de la causa de Sandino en Nicaragua, pero también en una emblemática figura de la Revolución Latinoamericana.

En el nuevo siglo, Tomás se convirtió casi en leyenda. Su proximidad con Fidel lo llevó a hacerle una entrevista histórica, recogida en un libro de excepcional valor: «Un grano de maíz», a publicar diversos libros de poesía de relatos, y a escribir sus recuerdos en un texto memorable: «La paciente impaciencia».

Viajó mucho estuvo en varios países, radicó en el Perú de modo permanente cumpliendo con valor funciones diplomáticas, y estuvo presente en numerosos actos del movimiento popular, orientando y aconsejando con lealtad y vigor, la necesidad imperiosa de impulsar la unidad de nuestro pueblo, la organización de las masas, la educación política de la población y el aliento a las acciones de lucha que fluyeron en nuestra patria al calor del desarrollo del vigoroso proceso social que aún subsiste.

Tomás nos habló muchas veces de Fidel, Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa; nos explicó el proceso liberador de América Latina, alentó nuestro amor por Cuba, y nos ayudó a comprender y a sentir como nuestro el escenario social del continente. Por eso en todas partes fue siempre bien recibido, aplaudido con afecto solidario, admitido con amor y con ternura, y acompañado con la misma voluntad de lucha que mostró él, en cada recodo del camino.

Quienes lo conocimos de cerca podremos dar fe en sus palabras, aquellas que constituyeron casi como una despedida para todos: «Me siento orgulloso de seguir siendo sandinista, de seguir siendo fiel a la bandera rojinegra de nuestro partido, de seguir siendo fiel a nuestra organización revolucionaria; y morir orgulloso de tener la frente levantada, y no haber sido desleal con mis principios, ni desleal con mis amigos ni con mis compañeros, ni con mi bandera, ni con mis gritos de combate».

Por eso es que, evocando su memoria, podremos decir de él, lo que él dijera de Carlos Fonseca: Tomás Borge, «es de los muertos que nunca mueren».

Muchas gracias.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.