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Unidad latinoamericana y caribeña, camino complicado

Fuentes: AIN

La unidad latinoamericana parecería avanzar ahora con mayor firmeza. Así, en reciente encuentro de cancilleres latinoamericanos y caribeños, realizado en Venezuela, se reiteró el interés mayoritario en la región de dejar constituida el próximo año la proyectada Comunidad de naciones del área sin la presencia de los Estados Unidos. El proyecto, como se sabe, fue […]

La unidad latinoamericana parecería avanzar ahora con mayor firmeza. Así, en reciente encuentro de cancilleres latinoamericanos y caribeños, realizado en Venezuela, se reiteró el interés mayoritario en la región de dejar constituida el próximo año la proyectada Comunidad de naciones del área sin la presencia de los Estados Unidos.

El proyecto, como se sabe, fue lanzado en México durante una cumbre regional y, desde entonces, la idea de que nuestros pueblos puedan discernir sus cuestiones más importantes sin la injerencia norteña ha seguido ganando fuerza.

Se trata, sin dudas, de una agrupación cuya existencia y buena marcha entusiasman a todos aquellos que en estas tierras abogan por la independencia y la autodeterminación y, bajo esa égida, el mecanismo convocó a las naciones integrantes del Grupo de Río, el CARICOM, y otras entidades sectoriales, y soslayó la presencia del régimen hondureño surgido de elecciones ligadas al golpe de estado fascista bajo la tutela made in USA.

Los elementos que sirven de base a la proyectada Comunidad Latinoamericana y Caribeña, por sí, indican buen inicio. Nacerá pues ese grupo desligado esencialmente de un centro de poder nocivo como el norteamericano.

No obstante, y por sus propias intenciones, tiene ante sí no pocos desafíos, entre ellos, enfrentar precisamente de forma colectiva los planes desestabilizadores y de dominación de aquellos quienes no aparecen en la nómina y consideran las tierras al sur de sus fronteras como el patio que por derecho divino les pertenece.

Súmese también como otro enorme reto desafiar e intentar vencer la enorme factura de pobreza y atraso acumulada por siglos de expoliación foránea, que los nuevos gobiernos de la zona deben zanjar como garantía de continuidad y prosperidad.

Incluso en el plano interno, la proyectada Comunidad Latinoamericana y Caribeña no será un remanso. Si la potencia del Norte no estará directamente presente en su seno, no faltarán los alabarderos regionales que intentarán se escuchen las políticas del imperio en los debates, y que tendrán en sus respectivas agendas, dictadas desde Washington, no pocas encomiendas destinadas a mediatizar y convertir en mera formalidad los pasos más progresistas del grupo.

No puede pasarse por alto que dentro de la futura Comunidad habrá gobiernos y personeros que faciliten a los Estados Unidos su agresiva presencia militar ampliada en el sur del hemisferio e insistan en la valía de los programas económicos sustentados en la dependencia con respecto al Norte.

La nueva entidad regional, cuyo surgimiento se enmarca en el bicentenario de las victorias de buena parte de nuestros pueblos sobre el coloniaje español, es entonces punto de partida más que obra concluida. De su existencia formal tiene el deber de construir una realidad diferente, la cual señalan desde hace mucho nuestros más insignes próceres.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.