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Uruguay, renovación de mandato

Voto premio para el Frente Amplio

Fuentes: Correspondencia de Prensa

Pasó la campaña electoral más chata de los últimos años. Despolitizada y negativa. Recursos demagógicos y enojos teatrales. Total ausencia de contrastes programáticos. Escasa movilización y entusiasmo popular por cuenta gotas. Aunque valdría destacar un denominador común en los discursos. Unos y otros apelaron al mito de la «unidad nacional». Pensando «en el día después». […]

Pasó la campaña electoral más chata de los últimos años. Despolitizada y negativa. Recursos demagógicos y enojos teatrales. Total ausencia de contrastes programáticos. Escasa movilización y entusiasmo popular por cuenta gotas.

Aunque valdría destacar un denominador común en los discursos. Unos y otros apelaron al mito de la «unidad nacional». Pensando «en el día después». O sea, en «los puentes tendidos» para pactar «políticas de Estado.» Porque en «un país de consensos», los acuerdos son de fondo y las divergencias de forma. Lo afirmó antes del balotaje la máxima autoridad del Estado, el presidente Tabaré Vázquez: en lugar de una «contienda de modelos» o de «proyectos de país», las diferencias entre Mujica-Astori y Lacalle-Larrañaga había que centrarlas entre «dos formas de encarar un gobierno.» (1) Aprobado.

Una sola nota desentonó la «ritualidad cívica.» La marcha convocada por la Coordinadora Contra la Impunidad, donde algo más de un millar de manifestantes (en su gran mayoría jóvenes y militantes de la izquierda radical) se dieron cita para continuar movilizados contra la impunidad del terrorismo de Estado y, su vez, dar una respuesta política a la derrota sufrida en el Plebiscito del 25 de octubre, cuando no se alcanzaron los votos necesarios para anular la Ley de Impunidad (cuando los principales dirigentes del Frente Amplio hicieron la plancha y no se comprometieron). Fue un acto pequeño, apenas testimonial. Con el valor de mostrar que al costado de la «frivolidad politiquera, sigue habiendo lucha, protesta, rebeldía. Memoria y dignidad.

Un poco mejor y alcanzó

Los pronósticos se cumplieron. El Frente Amplio ganó el balotaje del 29 de noviembre. Con una ventaja mayor que la prevista por los encuestadores. La fórmula Mujica-Astori obtuvo el 52,6% (1.153.267), la de Lacalle-Larrañaga, 43,3% (932.828). Los votos en blanco y anulados alcanzaron el 4,08% (88.812). En relación a la primera vuelta, donde había obtenido el 48,5%, el Frente Amplio no solo retuvo a la totalidad de sus votantes, sino que atrajo a miles de los partidos tradicionales (Partido Nacional y Partido Colorado) y del Partido Independiente. También consiguió un apoyo por izquierda: muchos de los adherentes de Asamblea Popular (algo más de 15.000 votos en octubre), desoyeron el llamado de sus dirigentes a votar anulado, y optaron esta vez por el «mal menor».

Casi cinco años después de haber asumido el gobierno (1º de marzo 2005), el «progresismo» no recibió el habitual «voto castigo» a un gobierno que termina. Al revés, se benefició de un voto premio que le permite renovar el mandato. La mayoría del electorado ratificó, de manera inapelable, el rumbo propuesto por el Frente Amplio: «cambio posible», «gradualismo», «moderación», «gobernabilidad democrática». Lo que refuerza la estrategia de colaboración de clases.

La derecha volvió a sufrir una aplastante derrota electoral. En ningún momento pudo competir realmente. Ni siquiera en el terreno programático consiguió tomar distancia del gobierno, al punto de proponer «mejorar» lo hecho por el Frente Amplio. Recién en los últimos días lanzó una serie de propuestas desesperadas (como la baja general de impuestos). Y, sobre todo, no pudo manejar a su favor – como en épocas anteriores -el eje orden-inseguridad, estatismo-libre mercado. Desde la cabeza del Estado, el Frente Amplio terminó con esas dicotomías. Con la autoridad que le asigna su historia de izquierda, garantizó el orden social y el libre mercado. Sin talante autoritario. Acercándose a una forma de «derecha moderada». Entonces ¿para qué cambiar?

El país está «un poco mejor». Es la percepción mayoritaria. No se dio el «temblarán las raíces de los árboles» (como alguna vez prometió Tabaré Vázquez), no hubo «reformas estructurales» (como las propuestas por el Frente Amplio años atrás), ni «salariazo» (como algún día reclamaron los sindicatos). Tampoco un avance sustancial en la justicia social. Los ricos son cada vez más ricos. Al punto que el gobierno reconoce que la «distribución de la riqueza» todavía está por hacerse.

No obstante, han impactado sobre la mayoría de la población trabajadora distintas medidas y políticas sociales que hacen al empleo, convenios salariales, relaciones laborales, programas asistenciales, atenuación de la pobreza y la indigencia, Plan Ceibal (una computadora por niño en las escuelas públicas), Hospital de Ojos (10 mil operaciones gratuitas), etc. Ante el anuncio de Lacalle que pensaba pasar la «motosierra» al «gasto social» y que el Plan de Emergencia Social solo había servido para pagarle a «80 mil atorrantes», el «sentido común» de los de abajo inclinó de manera decisiva la balanza electoral. Aunque debe decirse: Mujica no sólo fue votado por la clase trabajadora y los más pobres, en algunos barrios de «clase media alta» tuvo más adhesiones que Lacalle, mientras que en algunos barrios populares de la periferia urbana (tanto de Montevideo como del Interior) perdió con el candidato blanco.

Poco pero alcanzó para revalidar la legitimidad. La del Frente Amplio como fuerza política. La del gobierno como «conductor» de la sociedad. La popularidad de Tabaré Vázquez (el gran triunfador de este proceso), quien cuenta con un apoyo del 71% (solo comparable en la región a la que tienen Lula, Uribe, y Bachelet), sintetiza esa hegemonía «progresista» en la sociedad. Incontestable por ahora.

Evidente. Los moderados logros – celebrados efusivamente por algunos «medios alternativos» del extranjero y por una izquierda «campista» que sitúa al Frente Amplio en el «campo antiimperialista» -, se producen en el cuadro de un «modelo de desarrollo» acorde con el esquema neoliberal y con los programas de austeridad que imponen las instituciones financieras internacionales.

Ahora empieza otro episodio de la obra. Mujica en su discurso triunfal de la noche del 29, proclamó que «no hay ni vencedores, ni vencidos». Que «apenas elegimos un gobierno, que no es dueño de la verdad, que nos precisa a todos». Parece un lugar común. No obstante, reafirma la voluntad expresada muchas de veces de «colaboración y cooperación». Porque como dijo Lacalle en su discurso póstumo (reconociendo su derrota), «el país es un solo».

El clima político es «unidad nacional». Aunque esto no debe confundir. El Frente Amplio cuenta con mayoría parlamentaria propia (en ambas cámaras legislativas). Puede «prácticamente hacer de todo» sin negociar con nadie e incluso evitar la censura de sus ministros. Seguramente habrá acuerdos. Ya se instalaron «comisiones de trabajo» sobre seguridad, educación, medioambiente, energía. Pero no es probable un gobierno de coalición, pese a que más del 60% de los votantes frenteamplistas estén a favor. En todo caso, las amplias coincidencias programáticas se expresaran mediante «políticas de Estado» y en la coparticipación en las empresas y bancos públicos.

El gobierno presidido por Mujica arrancará con un amplio consenso político y un apoyo de masas considerable. Contará con la benevolencia de la dirección del PIT-CNT, factor clave para imponer las políticas de «acuerdo social» con las patronales y desmovilizar a los sindicatos. Como hizo en el gobierno de Tabaré Vázquez, al garantizar la menor «conflictividad laboral» de los últimos 25 años.

Por último, no tiene en su horizonte un contrincante amenazador por la izquierda. Las fuerzas anticapitalistas se encuentran fragmentadas y en pleno repliegue. Su expresión en estas elecciones se limitó a unos cuantos miles de votos anulados. Lo tiene su importancia: resistir al chantaje de votar entre lo «menos malo» y lo peor».

Lo más a la derecha que pueda

Atrás quedaron algunos cucos agitados – sin demasiado énfasis, hay que decirlo – por momias de la derecha reaccionaria como los ex presidentes Sanguinetti y Batlle. Los exponentes políticos más lucidos de la clase dominante, las corporaciones patronales, los poderes mediáticos, saben de sobra que el Frente Amplio es una pieza clave de la «lealtad institucional». Porque su adhesión al orden capitalista es absolutamente sincera. Irrenunciable.

Mujica, el antiguo guerrillero tupamaro, es un emblema de esa adhesión. El definitivo adiós a las armas es de tiempo atrás. A casi nadie le importa. La capitulación política, ideológica, ética, se fue gestando a lo largo de estos años de democracia liberal. Fue su «pasaporte al poder». O, como dice la prensa conservadora, el «gran viraje milagroso» que permitió la «resurrección de los vencidos». (2) Al precio, claro, de una espantosa «metamorfosis de identidad.»

La conversión de Mujica a la economía de mercado es fervorosa. «Yo sé que la propiedad privada es santa», dijo ante un foro de empresarios. (3) Cada vez que puede reitera la importancia de los capitales extranjeros: «juegan un papel a favor del país.» (4) Por eso, una y otra vez, ha defendido la instalación de Botnia, la multinacional de la celulosa. Porque se debe preservar «la imagen de seriedad» de Uruguay como un país que respeta la «seguridad jurídica» y «atrae las inversiones.»

Ya lo había confesado hace unos meses: «No me voy a disfrazar de capitalista, digo lo que pienso, pero vivo en un país capitalista, y el capitalismo es el motor que mueve a la economía, y cada mañana el afán de lucro que tiene mucha gente que sale a tratar de multiplicarlo es la fuerza principal que está empujando a la economía, y esta tiene sus reglas». (5) Si algún ultraizquierdista todavía pensaba que el principal motor de la economía eran los asalariados, obligados a vender su fuerza de trabajo, pues estaba equivocado. Tanto como Marx.

Por si acaso, despejó cualquier duda. «En economía haré una maniobra de entrada lo más a la derecha que pueda, tipo Lula cuando llegó. Se trata de no asustar a los buenos burgueses que están por ahí, esas señales son clave, si no, corrés el riesgo de desestabilizar todo de entrada». (6) Su vicepresidente electo y ex Ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori, no podría sentirse más reconfortado. El «Pepe» aprende rápido.

Ninguno de sus «modelos» de referencia es de izquierda. Brasil, Finlandia, Suecia, Nueva Zelandia. El «proceso bolivariano» solo aparece críticamente. «Le dije a Chávez: vos no construís ningún socialismo, sino una burocracia llena de empleados públicos». (7) Su filosofía se resume a «como te digo una cosa, te digo la otra». Porque no hay que encerrarse en dogmas. Puede ser la socialdemocracia sueca, «ampliando los espacios del Estado y apoyándose en los sindicatos»; o el neoliberalismo de Nueva Zelandia, «agarrando a patadas el Estado que tenían y parándole el carro a los sindicatos». (8)

En su presentación ante la Cámara de Industrias, fue tajante: un gobierno del Frente Amplio por él presidido, puede «manejar mejor las contradicciones con el PIT-CNT». ¿No habrá querido decir alinear mejor a los sindicatos? Nada quedó cerrado, ni siquiera la posibilidad de «revisar la normativa laboral», como exigen las patronales.

En clave socialdemócrata

Aunque se ha mostrado «escéptico» sobre la posibilidad de acuerdos sociales a largo plazo, su prédica (y su práctica) en torno a un pacto social es sistemática. Como senador o ministro, como dirigente del Frente Amplio o chacarero, Mujica ha sido uno de los más activos promotores de la «concertación» entre trabajadores y empresarios. Un convencido apaciguador de la lucha de clases. Porque no se trata de «multiplicar los focos de conflicto de nuestra sociedad. Me parece que no es inteligente alentarlos.» (9)

Para Constanza Moreira (politóloga y senadora electa por el Movimiento de Participación Popular, corriente política mayoritaria en el Frente Amplio y a la cual pertenece el presidente electo), el rol de Mujica es el de un «articulador en clave socialdemócrata». Porque «cuando Mujica habla sobre un ‘capitalismo en serio’ (…) su modelo es Nueva Zelandia, no es ningún país del socialismo real». Porque cuando hace referencia a Lula, «que es el icono más claro en América Latina de un pacto socialdemócrata en el sentido de un pacto capital-trabajo, un pacto entre empresarios y trabajadores, un pacto de cooperación capitalista, se ubica exactamente en ese lugar». (10)

Por si faltaran, Mujica tiene credenciales que demuestran la veracidad de su conversión. No solamente hay gestos o palabras coloquiales. Están las pruebas de su gestión como «hombre de Estado» en el Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca entre 2005-2008: período en el cual se dio uno de los mayores procesos de concentración y extranjerización de la tierra y la producción agropecuaria. No más de 150 empresarios son los responsables del 70% de la cadena agrícola. La soja en manos de capitales argentinos y chilenos; la producción forestal es un feudo de un puñado de grandes conglomerados finlandeses, estadounidenses, españoles y portugueses; la industria frigorífica en su mayoría propiedad de capitales brasileros. Bienvenidos los inversores. Imprescindibles para «esta fase de acumulación.»

Cualquier sospecha de «violar la propiedad privada» – como le indilgaba algunos políticos blancos y colorados – fue eliminada. En su última comparecencia ante los corresponsales extranjeros, horas antes de la elección, Mujica aseguró que «no habrá ninguna ley para limitar la tenencia de la tierra». Eso «no está ni en el programa del Frente Amplio, ni en el programa de gobierno». (11) En todo caso, las iniciativas en ese terreno deberán «consensuarse con las otras fuerzas parlamentarias». Es decir, con los partidos de la derecha. Traducción: nada cambiará en términos de latifundios, agro-negocios, desnacionalización de la tierra. La lucha por la reforma agraria que iniciaron Raúl Sendic y el proletariado cañero allá por 1960…apenas un lejano (y molesto) recuerdo.

Los editorialistas de orientación neoliberal se regocijan al certificar el «gran viraje milagroso». Para El Observador: «Los cambios conceptuales de Mujica, según sus propias afirmaciones recientes, lo alejan de la extrema izquierda de viejo cuño y lo acercan al ejemplo del presidente Lula, incluyendo su compromiso con la democracia y el estado de derecho y la promoción de la inversión privada doméstica y externa como fuente primordial de desarrollo.» (12) Para el director de Búsqueda: «En los últimos meses, Mujica se pegó a su compañero de fórmula, Danilo Astori para marcar bien la continuidad. Astori, con su sola presencia, es la garantía de continuidad, porque es él quien estructuró el éxito económico del gobierno de Tabaré.» (13)

Chocante. Hasta para un crítico radical del «progresismo». Sobre todo si uno piensa en los centenares de miles de trabajadores y jóvenes que salieron a festejar ayer a la noche en todo el país la «victoria de la izquierda». Esperanzados en Mujica, «porque le quiere sacar a los ricos para darle a los pobres».

Los de arriba no temen. Por razones de parentesco oligárquico las clases propietarias hubieran preferido el triunfo de Lacalle y compañía. Pero un gobierno «progresista», aún presidido por Mujica, no les quita el sueño. No es una amenaza latente para su billetera. Por el contrario, resulta funcional a sus intereses. No solo porque el Frente Amplio es garantía de orden social (como lo demostró durante todos estos años), sino porque continuará gerenciando eficientemente el ciclo «normal» de acumulación y reproducción del capital.

Habrá voces que digan – desde la izquierda radical – que el escenario es hasta cierto punto «favorable». Que un segundo gobierno del Frente Amplio acelerará el desgaste del «progresismo»; que se agudizarán las contradicciones entre el imaginario y los hechos; que las masas completarán la experiencia con el «reformismo»; que por fin, la «traición» de Mujica será desenmascarada; que entonces las propuestas clasistas y revolucionarias tendrán más espacio y receptividad. Me permito dudarlo. Sobre todo a la luz de la frustrante realidad que han mostrado las fuerzas anticapitalistas en estos cinco años. Más bien habría que (re)pensar, críticamente, nuestro estado de situación. Y (re) encauzar los esfuerzos hoy dispersos que impiden la acumulación revolucionaria.

Montevideo, 30 de noviembre 2009

* Ernesto Herrera es miembro del Colectivo Militante. Editor de Correspondencia de Prensa.

Notas


1) Declaraciones al semanario Búsqueda, Montevideo, 29-10-2009.
2) «Resurrección de los vencidos», nota de Mario Arregi sobre el rumbo de los tupamaros luego de su derrota militar, diario El Observador, Montevideo, 26-10-2009.
3) Foro organizado por la Cámara de Industrias el 8-10-2009.
4) Ibdem.
5) Entrevista en el Semanario Brecha, Montevideo, 29-5-2009.
6) Ibdem..
7) «El triunfo de un proyecto comunitario de décadas», Claudio Aliscioni, diario Clarín, Buenos Aires, 30-11-2009-
8) «Ideología eran las de antes», editorial de Mujica en el sitio «Pepe tal cual», 7-7-2009.
9) Nota ya citada de Aliscioni en Clarín.
10) Entrevista en el programa En Perspectiva, radio El Espectador, Montevideo, 9-11-2009
11) Citado por el diario El País, Madrid, 29-11-2009.
12) Nota editorial en el diario El Observador, Montevideo, 30-11-2009.
13) Citado por el diario La Nación, Buenos Aires, 30-11-2009.