Antonio Lorca Siero

Artículos

La ilustración tradicional ha tomado nuevas formas, titulares e imágenes son las piezas que la hacen posible en la sociedad que vive para el mercado, donde todo se rige por las reglas de la oferta y la demanda, incluso las relaciones humanas y por supuesto las formas de entender la política. Las ideologías, como productos dispuestos para ganar adhesiones, tan en auge en los dos últimos siglos, han ido perdiendo empuje, porque ya no venden o al menos no lo hacen con la intensidad que requiere la democracia actual, sin embargo no sucede así con la ideología dominante que resiste para colaborar con el poder.

Para el que quiera verlo, la pandemia ha permitido desmontar apariencias y poner al descubierto la situación real, así como las carencias de la economía de los países.

Está claro que ya el capitalismo burgués fue un revulsivo social en su tiempo, porque su pretensión era aportar nuevas creencias e incinerar el pasado.

En el modelo político establecido por el capitalismo, que vino a sustituir al absolutismo, las constituciones pasaron a ser el documento jurídico que ponía límites al poder personalista de la antigua minoría dominante.

Pudiera entenderse la pandemia, que sirve de disculpa para tratar de justificar todo tipo de fracasos políticos y económicos, como la ocasión para que las masas hicieran una llamada de atención al dueño del dinero y pusieran freno a su espíritu depredador. Ya que ha quedado claro que, si afloja el consumo, las empresas tiemblan y el sistema capitalista cruje. Pero no ha resultado ser así.

Sin el menor sentido racional, el maquiavelismo fue asociado al mal, entre otras apreciaciones, por aquello de que decía que el fin justifica los medios o, si se quiere, porque en política vale todo para acceder y mantenerse en el poder, fundamentalmente a nivel personal.

La crisis de poder que acusaba el Estado-nación desde el asentamiento del proceso de globalización económica ahora es evidente a todos los niveles.

Desde sus comienzos burgueses, la democracia llegaba tocada. Era un procedimiento para que la burguesía controlara la situación política desde la trastienda, a través del personal político profesional encargado de dar la cara ante el auditorio siguiendo sus consignas.

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