Daniel Campione

Artículos

En medio de la crisis económica y política, el poder empresarial y las elites políticas a su servicio desenvuelven una nueva ofensiva contra las condiciones de vida y de trabajo de las mayorías populares. El límite a ese ataque sólo puede venir desde abajo.

Vivimos una era de degradación de la democracia, a escala mundial. A través del empobrecimiento de los sistemas representativos realmente existentes, en las que cada vez más las decisiones importantes las toman poderes fácticos, en general grandes corporaciones.

Las corrientes del oficialismo más cercanas a la vicepresidente de la nación están cada vez más abocadas a efectuar fuertes críticas a la gestión de gobierno. Sin embargo no hay señales de que vengan de allí las posibilidades de llevar adelante una alternativa transformadora.

En medio del extendido padecimiento social por pérdida de ingresos y precarización, la flagrante degradación de la democracia brinda aliento a la extrema derecha.

El conflicto del Atlántico Sur fue escenario de la reivindicación de la soberanía y del rechazo a la dictadura sangrienta. La represión del régimen en declive todavía daba coletazos.

En el escenario político tiende a fortalecerse la derecha. Los cuestionamientos un tanto acomodaticios en el interior del Frente de Todos no alcanzan para contrarrestarlo. La movilización de protesta avanza.

Un libro de flamante aparición proporciona una polifonía de organizaciones de base de diferentes países, con sendas articulaciones que enlazan el paisaje de las búsquedas actuales de la izquierda con la vida y el pensamiento de la gran revolucionaria.

Nuestra América y el mundo necesitan una nueva mirada internacional que enfrente al poder del capital, hoy más destructivo que nunca.

Mientras aumenta el padecimiento popular y crece la movilización, la dirigencia política dominante se atrinchera en un mundo propio, atento a perpetuarse en el poder y no a resolver los problemas. La construcción de una alternativa política es la asignatura pendiente.

A miles de kilómetros de distancia dos situaciones coloniales persisten hasta hoy. Gran Bretaña preserva así los últimos restos de un imperio perdido, a costa de las soberanías argentina y española.

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