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Con la firmeza y lucidez del tío borracho en esa reunión familiar en las que hace décadas nadie lo escucha, el presidente norteamericano, Joe Biden, contestó a la sutil pregunta del periodista George Stephanopoulos, quién falto de inspiración buscaba un título: “¿Es Putin un asesino?”.
El pasado lunes 15 cuatro vehículos que volvían de la feria semanal que se levanta en la aldea de Bani-Bangou, la mayor de la región de Tillabéry, al suroeste de Níger, próximo a la frontera con Mali y Burkina Faso, fueron interceptados por miembros de una khatiba, de la que todavía no se conoce si pertenece al Jamaat al-Nasr Islam wa al-muminin (Grupo para la victoria del Islam y de los fieles), la filial de al-Qaeda en el Sahel o el Estado Islámico del gran Sahara, (Daesh) cuando retornaban a los poblados de Chinégodar y Darey-Daye.
En la ya incontenible deriva fascista del actual Primer Ministro indio Narendra Modi, concentrada particularmente en la represión a la comunidad islámica de su país, cercana a los 200 millones de fieles, y acompañada de otros hechos significativos como el endurecimiento de la situación y cambio de status de en la siempre convulsa Cachemira.
Que alguien se sorprenda en estos tiempos, por la “novedosa” revelación aportada por la investigación de la CIA acerca de las implicancias absolutas que ha tenido el príncipe heredero saudí Mohammad bin Salman (MbS) en la detención, tortura, muerte y desaparición del cadáver del periodista Jamal Khashoggi, es por lo menos pecar de inocencia. Y que con esta “gran noticia”, los medios y la nueva administración norteamericana pretendan descubrirle la verdad a alguien es tratarnos de estúpidos a todos.
Como en todas las guerras, los muertos son lo último que se cuenta y si bien el conflicto de Tigray, en el norte de Etiopía, está lejos de resolverse, los crímenes contra la población civiles, han sido tantos, que está comenzando a emerger, casi por voluntad propia, a pesar de que el cerco informativo establecido por Addis Abeba, es absoluto, ya que han cortado los servicios de comunicaciones (telefonía e internet) además de prohibir el acceso de periodistas y trabajadores humanitarios, lo que hace que nada sea preciso y toda la información dependa de locales que han huido a Sudán y las imágenes satelitales aportadas por la británica por la firma británica DX Open Network.
Mientras las cúpulas de poder tanto nacionales como extranjeras festejan los acuerdos de un alto el fuego en el conflicto libio, una guerra, que no solo promovieron, sino que fueron activos participantes y de la que se enriquecieron, utilizando para si los “generosos” aportes de gobiernos occidentales, naciones seudodemocráticas, monarquías árabes, entes internacionales y diferentes holdings, fundamentalmente del área petrolera, que van por los ricos recursos naturales del país en disección, el ya tan meneado petróleo y uno todavía mucho más importante, para los tiempos que viene: agua, así a secas, ya que Libia posee uno de los acuíferos más ricos del mundo.
El pasado jueves 19, en un discurso televisado a la nación, el presidente argelino, Abdelmadjid Tebboune, recién llegado de Alemania donde estuvo hospitalizado haber padecido Covid-19, anunció una restructuración ministerial, la disolución del Parlamento y el adelanto de las elecciones para ese cuerpo legislativo, que serian antes de final de 2021.
El tiempo se hace escaso para encontrar la solución definitiva a la cuestión afgana, ya que en términos prácticos y estratégicos el primero de mayo, está la vuelta de la esquina y para ese mes, según el acuerdo de Doha, (Qatar) entre Estados Unidos y el Talibán, ya no deberían quedar efectivos estadounidenses en Afganistán, terminando así con la guerra más larga de la historia norteamericana.