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En el 75 Periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU, los líderes de los distintos países, en sesiones virtuales por la pandemia de COVID-19, han ido exponiendo a nombre de sus estados los disímiles temas que han estimado como de mayor relevancia según sus criterios nacionales e internacionales.
La pandemia de la COVID-19 ha removido todas las bases sociales de los países y ninguna de sus estructuras, en que se incluyen desde los gobiernos hasta sus ciudadanos, han estado exentas de los impactos y de las respuestas concomitantes con su mayor o menor protagonismo y sus inevitables consecuencias e inconsecuencias según la actitud y actuación de todos esos componentes sociales, que, por supuesto, abarcan el conjunto de los países del mundo y a las organizaciones internacionales como la ONU y sus órganos correspondientes.
Las autoridades gubernamentales y las organizaciones sociales, como expresión del conjunto de toda la sociedad, confían en que con su potencial médico se pueda triunfar nuevamente en esta lucha denodada contra la pandemia.
Muchas otras consideraciones pudieran enriquecer este balance sobre la historia de la COVID-19 en estos meses, pero todo apunta hacia un hecho incontrovertible: en Cuba se ha trabajado bien en medio de una coyuntura adversa de asedio estadounidense. La solidaridad interna y externa ha sido su escudo protector.
Así que de todas maneras, al deslizarse en un tobogán ineludible, Trump recibirá al final de su recorrido una medalla de barro, digo, de lodo.