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Perú

El keikismo en la picota

Fuentes: Rebelión

El Diario «La Repùblica» sostiene que fueron 50,000 las personas que marcharon ayer en Lima contra Keiko Fujimori, y con motivo del 24 aniversario del Golpe de Estado del 5 de abril de 1992. Probablemente fueron mucho más. Y eso, si contamos solamente a aquellos que marcharon, pero habría que sumar también a las decenas […]

El Diario «La Repùblica» sostiene que fueron 50,000 las personas que marcharon ayer en Lima contra Keiko Fujimori, y con motivo del 24 aniversario del Golpe de Estado del 5 de abril de 1992. Probablemente fueron mucho más.

Y eso, si contamos solamente a aquellos que marcharon, pero habría que sumar también a las decenas de miles de personas que a lo largo de calles y avenidas, desde las veredas, vehículos en marcha, viviendas o edificios; saludaron, y aplaudieron la marcha, mostrando gráficamente su más clara identificación con la protesta cívica convocada por los Colectivos Juveniles y las Redes Sociales con el apoyo multitudinario de muchísimas organizaciones de muy variado signo.

Y en efecto. Jóvenes, estudiantes, mujeres, personas mayores, obreros, intelectuales, profesionales y técnicos, trabajadores del campo y la ciudad; se congregaron a partir de las 5 de la tarde en la Plaza de San Martín, e iniciaron una hora más tarde una movilización que puede considerarse la más grande, aguerrida y organizada, en lo que va del nuevo siglo.

Hubo una campaña aviesa destinada a desalentar la participación de la gente en este evento. Llamadas telefónicas, mensajes por la vía de Internet, amenazas por Facebook y rumores intensos se extendieron desde la tarde de ayer por toda la ciudad capital: «Sendero ha organizado la violencia, habrá dos coches bomba que estallarán en San Martín, ocurrirá incendios en el centro de la ciudad, habrá muertos y heridos, ocurrirá un Golpe de Estado»; se repitió por una y otra vía, al extremo que muchos se preguntaron si se debía ir, o si habría que evitar que fueran los hijos, expuestos a tan magnos peligros. Nada de eso ocurrió, ni cambió el rumbo de las cosas.

Pero eso no sólo fue en Lima. En todo el país tuvieron lugar concentraciones similares: en Arequipa, Cusco, Puno, Chimbote, Piura, Huancayo, Ayacucho. En Chiclayo, los miles de manifestantes fueron agredidos por activistas del APRA, empeñados en hacer su propia manifestación en apoyo a García. Fue el único incidente, ayer en el Perú. En todas partes las manifestaciones fueron combativas, tumultuosas, pero enteramente pacíficas

Y por si todo esto fuera poco, los peruanos en el exterior también hablaron: Buenos Aires, Santiago, Caracas, Londres, París, Roma, Madrid y hasta Helsinski, fueron escenario de presentaciones de centenares de compatriotas nuestros que evocaron la tragedia vivida por la patria, y ratificaron su voluntad de impedir que ella se repita.

Nunca antes en el Perú se produjo una demostración tan masiva de repudio a una opción electoral, como la que hoy se vio a lo largo y ancho del país. Preludio de una elección compleja, pero también de un hipotético gobierno enfrentado a una recia y combativa oposición ciudadana que lo tornaría inmanejable.

Si Keiko Fujimori tuviera dos dedos de frente, si no se dejara manipular por los titiriteros que se mueven en la trastienda, si no tuviera la ambición por el Poder, que la corroe; y si no representara los intereses que la impulsan; bien podría declinar su candidatura, porque ella luce inviable ante los ojos de los peruanos. Podría, incluso, ser electa en un extraña maniobra fraudulenta, pero no podrá garantizar ni estabilidad, ni gobierno en un país convulso.

Y es que estratégicamente, el fujimorismo es muy precario.   Está transitoriamente apuntalado en tres campos. Un segmento pauperizado de la sociedad integrado por persona muy pobres, carentes de oficio y función y afectadas duramente por la crisis. Forma parte de lo que se llama el segmento «E» de la sociedad, aunque éste no comparte esa opción de modo mayoritario.

Aún así, en él tiene cierta fuerza, y se vale de ella para mostrar una «imagen popular» que no corresponde al sentido de su política. Este segmento existió siempre en la sociedad peruana, pero curiosamente fue alimentado bajo el régimen de Alberto Fujimori en la última década del siglo pasado, cuando el Perú, extenuado por la crisis, fue capturado y sometido por los organismos financieros internacionales que le impusieron el «modelo» neo liberal de dominación capitalista.

Con él, el régimen interrumpió el proceso de industrialización en marcha, y quebró la estructura productiva del país. Fueron desmanteladas o vendidas las empresas públicas, y destruido brutalmente el sector estatal de la economía, lo que dejó a miles de personas en la calle. Como consecuencia del mismo fenómeno, muchas de las empresas privadas -del sector metal mecánica, textil y otros- también quebraron, lanzando a la desocupación a significativos sectores del proletariado industrial entonces emergente. Alrededor de un millón de peruanos se vio afectado por este fenómeno y debió cambiar su modo de vida. Imposibilitado de conseguir empleo, en unos casos optó por crear su propio puesto de trabajo -trabajando, por ejemplo como taxista- o se asimiló a segmentos sociales emergentes: comercio y servicios.

Creció así, como espuma, el comercio informal y la actividad dependiente, que no siempre pudo capturar al total de la mano de obra desproletarizada, y dejó a un sector de la sociedad en la marginación y el desamparo. A este segmento llegó el fujimorismo en su momento. Pero no para recuperarlo como fuerza productiva, sino para afirmar su condición menesterosa, y envilecerlo.

A este segmento se suman dos núcleos adicionales: uno «nuevo» de gentes que no vivieron en la sociedad de entonces y que se formaron respecto a ella en un «mensaje» que le trasmitiera la «Prensa Grande» ligada por esencia a la clase dominante. Ella buscó afirmar en la conciencia de la nueva generación dos conceptos que aún se repiten, como si respondieran a la verdad.

Dicen, en efecto, que el fujimorismo «nos sacó de la crisis económica en la que nos dejara el primer gobierno de García» y «derrotó al terrorismo».

Fujimori «sacó» al país de la crisis, más o menos del mismo modo cómo Adolfo Hitler sacó de la crisis a Alemania en los años 30 del siglo pasado. Sólo que no recurrió a las fábricas de armas para tener mano de obra ocupada, sino que usó esa «mano de obra» para sus programas clientelistas afirmando la sujeción, la dependencia y el servilismo en un amplio sector social que aun hoy le sirve de sustento. Envileció a una buena parte de la población degradándola moral y materialmente

Y no «terminó con el terrorismo», como se dice. Simplemente ocurrió que el Estado dejó de hacer actos terroristas que antes hacía, atribuyéndolos a Sendero Luminoso. Los atentados con explosivos y bombas, la ejecución ilegal de personas, los llamados «Paros Armados», la voladura de torres de alta tensión; que eran frecuentemente hechas por efectivos de la instituciones armadas cumpliendo «planes operativos» de su Comando adjudicándolas a SL; dejaron de hacerse, con lo cual «las acciones terroristas» cesaron en el país.

Y eso ocurrió porque ellas ya no fueron necesarias. Respondieron a una determinada etapa de la implementación del «modelo», cuando el Estado necesitaba levantar un «cuco» -el terrorismo-. A fin de justificar una represión generalizada, quebrar la resistencia popular a su programa fondomonetarista y perpetuar su dominio.

Para eso inventó leyendas que hoy lucen desopilantes al común de los peruanos, como aquella del «equilibrio estratégico » en un escenario en el que los terroristas «rodeaban las ciudades» y estaban a punto de «tomar el Poder». De ese imaginario «peligro», salvó al Perú el chinito de la yuca.

Los incautos que creen en ese cuento, constituyen -por ignorancia y necedad- un segundo núcleo definido del «Keikismo»

Pero es «la Clase Dominante» y sus expresiones concretas -la «prensa grande», entre otras- la que forma el tercer segmento del «Keikismo». Está obcecadamente empeñada en perpetuar el «modelo» neo liberal impuesto por el Fondo Monetario. Siente verdadero pánico ante la sola posibilidad de que esto cambie. Sus intereses, y los del Gran Capital, están en juego.

El Keikismo, entonces, es, en las condiciones de hoy, una herramienta contra el pueblo. Hay que derrotarlo con la más amplia unidad, pero también con una política flexible, ágil, dirigida a la inteligencia ciudadana y que sea capaz de ganar la confianza de millones. Y todo eso, es posible.

Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.